domingo, 13 de septiembre de 2020

Cátulo Castillo y sus memorias

   Mi casa fue también reducto de payadores, desfilaron todos, y recuerdo a Betinotti, delgado, medio rubión, con una calvicie incipiente, me daba la sensación, quizás por mi edad, que era pretencioso, se conducía ostensiblemente. A mi casa venía con sus escritos para que mi padre les diera el visto bueno o sugiriera alguna corrección. Otro fue Luis Acosta García que me propuso acompañarlo con piano o violín, que ya dominaba bastante, en sus giras por glorietas y teatros. Ocurrió sólo algunas veces, yo en el piano, Jerónimo Sureda en bandoneón y un muchacho Furloni.

   En Boedo mi padre fundó la Universidad popular, en ella enseñaba inglés, que sabía muy poco, pero igual lo hacía. También fue fundador y animador por años de la peña Pacha Camac, que comenzó funcionando en los altos de una confitería, Biarritz. De allí salieron actores importantes, gente de teatro, escultores como Riganelli, venía gente del diario Crítica donde había trabajado. 
        
                                         

                                         
   Él estuvo en el comienzo del grupo de Boedo, contrapuesto al de Florida, bastante parecidos en su composición, pero con otras ideas menos radicalizadas. El grupo nació en la librería Munner, en Boedo 833. Munner era un alemán muy inquieto que reunía a los muchachos en la trastienda de su negocio. Así, la calle que  aún no era barrio comenzó a tener una vida cultural propia que se irradiaba a los barrios vecinos. Su apogeo fue en las décadas del veinte y el treinta.

   En 1928 yo ya tenía mi nombre como músico, mis conjuntitos y había compuesto la música de un tango con letra de mi padre, que él había titulado Organito de la tarde
-Te vas a inscribir en un concurso que hay en la Casa Max Glücksmann -me dijo.
Allí participaban los grandes de la época. El tema de mi tango era muy "carriegano". Así me lancé a la vida profesional con la protesta de aquellos ya consagrados.

   La voz cantante fue la de Juan de Dios Filiberto que se presentó ante mi padre bastante exaltado:
-Usted lo está echando a perder al mocoso ese, porque va a entrar en la competencia final conmigo. Y si me gana, sepa señor Castillo, que yo me he criado matando vigilantes.
Mi padre se paró y agrandándose le respondió:
-Sepa que yo me crié matando sargentos Les daba dos puñaladas de ventaja y los cagaba a patadas...
   Así conocí a Filiberto y así fue como en el Concurso me prendí con un tercer premio.

                                               
Cátulo estudiando con su padre: José González Castillo


  Al año siguiente mi padre era director de compañía en el Teatro San Martín. En el elenco estaba Azucena Maizani que cantó nuestro tango y tuvo gran éxito y difusión.
   Pero yo no estaba, ya que en el 28 había viajado a Europa y en Francia me encontré con Gardel a quien conocía de habernos cruzado en esa casa Glücksmann. Él admiraba mucho a Tita Ruffo y a otros cantantes italianos. Se metió en la claque del Teatro Coliseo sólo para escuchar a los grandes artistas, como impostaban las voces y otras cosas, que luego ensayaba en su casa. Con el paso del tiempo me grabó ocho títulos: Organito de la tarde, Acuarelita de arrabal, Aquella cantina de la ribera, Caminito del taller, Corazón de papel, Juguete de placer, La violeta y Silbando.

   A mi vuelta de Europa, en la década del treinta, ingresé como profesor del Conservatorio Municipal de Música, pese al desprecio de otros profesores y del propio director Enrique Fantoni.
-¡Cómo un tanguero va a dictar clases de solfeo!-decía.
   En 1933 intervienen la escuela, ponen en el cargo a Luis V. Ochoa, quien me da los cargos de Profesor en pedagogía, Historia de la música y Acústica musical.  Más adelante me presenté a concurso y me nombraron secretario, luego vicedirector y después, en la década del 50 director. Con ese cargo me jubilé. El lapso que va de los 30 a los 40, estudié mucho, desde los cantos gregorianos a los románticos alemanes.

   Ahora quiero hablar de una amistad que nació casi en la adolescencia y se prolongó hasta su muerte. Fue la que tuve con Homero Manzi. Lo conocí cuando aún andaba con pantalones cortos. Yo vivía en Loria 1449 y él a la vuelta, en Garay 3259. Pasaba silbando por la puerta de casa. Yo tenía 17 años y él uno menos. Cuando supo que yo era el autor de Organito de la tarde, se acercó y me dijo:
-Mirá Cátulo, yo tengo una letrita ¿sabés?. Se llama "El ciego del violín", no te gustaría ponerle música?
   Le dije que sí, que me trajera la letra. Era muy buena. Dedicamos el tango al viejo Carriego y, finalmente se tituló "Viejo ciego". Con este tema Manzi se iniciaba como autor.

                                 
Cuatro amigos: Cátulo, Manzi, Piana y Maffia (casado con la hermana de Piana)


   Más tarde le presenté a un pelado que venía a mi casa.
-Éste es un muchacho que compone muy bien -le dije- juntos pueden hacer grandes cosas.
   El muchacho era Sebastián Piana. Era hijo de un peluquero que tocaba muy bien la guitarra. la peluquería quedaba en Castro Barros, a media cuadra de Rivadavia, donde hoy está la Federación  de Box. Cuando se iba el último cliente, se bajaba la persiana y meta música en la trastienda. 

   Con Piana y Manzi salíamos juntos los tres. Homero decía:
-No se olviden que estamos viviendo la época de oro del tango...
   Como si hubiera presentido que algún día no sería igual...

(Extraído de una entrevista a Cátulo Castillo publicada en el diario La Opinión Cultural, el 13 de abril de 1975.)
   

   

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