lunes, 6 de abril de 2020

Enrique Dizeo

No solo fue uno de los más prolíficos, seguramente, de los poetas que descargaron su talento y sus versos en el tango, sino que, además, muchas de sus obras siguen vigentes en el gusto de los tangueros y los continuamos bailando en las pistas de muchos rincones del mundo. Porque, además de su estro fértil,  tuvo de compañeros en esas composiciones a ilustres músicos como Aníbal Troilo, Juan Carlos Cobián, Osvaldo Pugliese, Anselmo Aieta, Ricardo Tanturi, Juan Canaro, Sebastián Piana, Carlos Marcucci, Edgardo Donato, Astor Piazzolla, José Canet, Julio De Caro, Juan Polito, Geroni Flores, Florindo Sassone, Juan Maglio, Miguel Caló... y una lista muy larga.

Dizeo nació en el porteño barrio de San Cristóbal, terminó el colegio primario y la calle fue su segunda escuela. Allí aprendería el habla de los barrios, el lunfardo común y tempranamente se internaría en los recovecos noctámbulos, con el tango como emblema. Los aprendices de poetas estaban siendo "tocados" por la música porteña y en su floración estarían inflamados por el acento pasional del género y su mensaje popular.

Enrique Dizeo
No sólo mantendría una gran amistad permanente con Celedonio Flores sino que también se mostró familiarizado con ese tipo de composiciones que consagraron al gran vate autor de Mano a mano. Nacido en julio de 1893, criado en lugares como Boedo y Parque Patricios, asumió muy pronto su filiación porteña y el tango se fue metiendo en sus entrañas, de tal modo, que asomaría rápidamente con su esteticismo palabrero en las páginas del género. Su primera composición, en 1920, Romántico bulincito, que lleva música de Augusto Gentile, le abrió las puertas de la música ciudadana.

En su bohemia nochera conoció a Gardel. Solían parar en el Café de los angelitos, se hizo amigo suyo y el gran cantor le grabaría nada menos que once composiciones: Copen la banca, Primero campaneala, Tan grande y tan sonso, A medianoche, Jirón de pampa, Que se vayan, Qué fenómeno, Echaste buena,  Viejecita mía, Maniquí y Pan comido, compuestos con diversos músicos. Además hay una anécdota muy buena ocurrida entre ambos.        
                                                                                                    Precisamente, en dicho Café, Gardel se vió con su amigo, una noche de 1926, para conocer y grabar el tango que Dizeo había compuesto, con música de Juan Maglio Pacho, A medianoche y que  firmaba con su apellido al revés: Ozedi.  Gardel lo estuvo repasando un ratito, entonando la melodía. En un pasaje del tema dice:
Como un gemido doliente
llena de harapos, cabizbaja y mustia
siempre se le ve silente
con todo el peso de su negra angustia...
Gardel se queda pensativo, lo lleva aparte al poeta y le espeta:
-Ché, decime, ¿Qué carajo quiere decir silente?

Dizeo supo reflejar el ambiente de su época, las tensiones, los desencuentros amorosos, de los que podía dar dimensión cabal, porque nunca llegó a casarse. Tuvo algunos romances, uno que duró bastante, pero siempre terminaba volviendo a su bohemia, castigándose en el recuerdo,  con fragmentos breves, ágiles y en algunos casos metafóricos. Si su primer letra tiene atisbos contursianos, rápidamente iría escalando en su peculiar estilo, con sello propio.

Y así fueron incorporándose al repertorio de orquestas y cantantes: Que se vayan (con Francisco Canosa), Cada vez te quiero más (F. Leone), Tiburón y Ché Cipriano (D'Abraccio y Pollero), Tiene razón amigazo (Calabró), Cabecitas blancas (Alberto Pugliese), Andate con la otra (Geroni Flores), No es más que yo (Mannarino), El encopao (Osvaldo Pugliese), Mi morocha (Querejeta), Cobrate y dame el vuelto (Miguel Caló), Más solo que nunca (F. Leone), Después de quererla tanto y  Ficha de oro (Di Nápoli), Un cielo para los dos (A. Amato), Echaste buena (Bonessi), Con toda la voz que tengo (Troilo), Cuando se ha querido mucho (Leone), Volvé a mi lado (Cobián), Copen la banca (Maglio),  Dale tango (Troilo, Terragno)...Y un largo etcétera.

Muchos de estos temas fueron éxitos y nos son familiares a la oreja y al cuore, cuando los bailamos. Cuántas veces lo habremos hecho en la pista con El encopao o Con toda la voz que tengo por Troilo-Fiore, Mi morocha (Tanturi-Castillo), Más solo que nunca (D'Agostino-Vargas, Morán), Tiene razón amigazo (De Angelis-J. Martel- D'Arienzo-Echagüe). Y podría seguir porque además los escuchaba de pibe en la radio y se me quedaban fijos en la memoria.

Enrique Dizeo tenía 60 años cuando le llegó el éxito internacional más importante de su carrera. Se trataba de una canción, en ritmo de valsecito peruano que había compuesto con el guitarrista-cantor Ángel Cabral, titulado: Que nadie sepa mi sufrir. Corría el año 1953 y fue un suceso impresionante. Una canción muy pegadiza que se oía a cada rato y que repetíamos mentalmente. Justo anda Edith Piaff de gira en Buenos Aires y dicen que lo escuchó por Alberto Castillo (que también logró una pegada), quedando impresionada por el tema.


Cuando vuelve a París, lleva el disco y la partitura y lo llama al autor-compositor Michel Rivgauche, con el fin de que le haga una adaptación para ella. El tema en francés se llamará La foule (La multitud) y se convierte en un éxito internacional a gran escala. Orquestas y cantantes famosos de diversos países lo incorporan a su repertorio y desde ese 1957 en adelante le proporciona a Dizeo, no sólo un respaldo a toda su obra, sino el premio económico merecido, aunque no fuera a través de un tango. 

Fue el colofón a la obra de un poeta que merece recordarse permanentemente por el grosor estilítico de su legado. Creador de versos envueltos en la música, la atmósfera y la sentimentalidad del tango, sin postizos ni artificios vacuos, Dizeo dejó su marca y sigue conectando con la emotividad del que escucha algunos de los temas que pergeñara.

 Podemos escuchar este vals peruano de marras. Así lo cantaba Alberto Castillo, acompañado por la orquesta dirigida por Jorge Dragone. Lo grabó el 28 de octubre de 1953.
                                     
                             

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