miércoles, 15 de abril de 2020

Edmundo Rivero y el lunfardo

--La guitarra no me sirvió solamente para ganarme la vida, sino que también fue una llave dorada que me abrió las puertas más increíbles. Una de ellas daba a los bajos fondos, a los cafetines y bares dudosos, frecuentados por gente brava, respetada y temida. Allí aprendí los secretos del lunfardo, un idioma secreto que se sirve de palabras, gestos y ademanes. No hay que confundir el “lunfardo” con el “reo”. El “reo” es el idioma del hombre de barrio, del orillero honrado, con el que nombra las cosas de su oficio, sus diversiones. El lunfardo es la jerga del lancero, del escruchante, del punguista, un idioma subyacente que se construye a base de metáforas, por traslaciones llenas de imaginación.


                           

“Pocos saben –pontifica Edmundo, con cierto orgullo académico– que la palabra ‘gayola’, con la que se designa la cárcel, proviene del humilde gallo, símbolo de la policía, que todo agente lleva en su chapa.” Después, se extiende en consideraciones sobre la morfología lunfarda, la incorporación de términos de otras germanías extranjeras, y la dinámica de la llamada “lengua verde”. “Los términos viajan de un país a otro porque los ‘lunfas’ viajan”, sentencia. Y expone el caso de “rascué”, una palabra utilizada por Gardel en una de sus milongas, que no es sino el “rastaquouere” de los franceses, el “rastacueros” (arrastra cueros) con que el español denomina al fanfarrón venido a más. La palabra viajó a Francia de ida y vuelta, cambió su ortografía pero no su semántica. 


Y Rivero propone el estudio de otra semántica lunfarda: la de las señas y los signos. “Hasta ahora mucho se ha hablado del sentido, y evolución de las palabras ‘lunfas’, pero muy poco se ha dicho del lenguaje silencioso que se habla con las manos, y los ojos”, observa, con un dejo de reproche. Y cuenta una anécdota: Un día visitaba una cárcel (“siempre voy a cantar a los presidios”) y se entretuvo conversando con un veterano del hampa que se quejaba del trato dado a los detenidos en las “leoneras”, las celdas colectivas donde llegan a hacinarse hasta más de cien personas, cuando su capacidad es para cincuenta. “En ese instante pasó otro preso –recuerda el cantor- y el viejo ‘lunfa’ farfulló: ‘Dequerusa, la prensa’. Yo me pasé el dedo índice por la mejilla derecha y él me contestó ‘Isolina’.” Y traduce el diálogo: “Atención, que pasa un informante, un soplón; ¿Seguro? "Sí, seguro”.

El lenguaje de los signos también se basa en un juego de metáforas sobreentendidas: pasar el dorso de la mano por la mejilla es calificar a un tercero de “cafishio”, de “cara limpia”, o “cara afeitada”, un elemento de pulcritud y aliño que distingue a los explotadores de mujeres. “ropa tendida”, es decir un desconocido peligroso, se expresa al recorrer lentamente la solapa con el pulgar y el índice (un extraño se interpone entre los dos interlocutores como la ropa tendida).

“Quizá alguna vez cuando quede vacante un sillón en la Academia del Lunfardo, si me eligen, voy a escribir una amplia comunicación acerca del lunfardo de los signos”, promete el cantor. Ahora en el libro que prepara sobre la fisiología de la voz y las técnicas de su emisión aplicadas al canto, ha agregado una tercera parte donde explica muchos de los giros y términos lunfardos empleados en las 24 canciones que ha grabado en ese dialecto. Pero no quiere decir mucho: “Es peligroso –aclara– porque a la gente del hampa no le gusta que develen sus claves.” Y cuenta que varias veces recibió llamados telefónicos advirtiéndole el peligro que significa “avivar a los giles”.

(De una entrevista en "Primera Plana", en junio de 1968)

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