miércoles, 29 de enero de 2020

Junto a tu corazón

Cuánto le debemos los tangueros a la odisea amorosa de José María Contursi y Gricel... Esa fuerza biyectiva que transmiten sus encuentros y desencuentros. La negrura existencial que viven uno y otra a través de la distancia que los separa, amén de sus propios destinos personales. La cantidad de tangos hermosos, entrañables, que le dedicara el Catunga a su lejano amor son cuantiosos y de una llegada al oyente, receptor, realmente increíble.

José María Contursi

La autocompasión empática, la vida dañada, junto a la sabia resignación decantada por la melancolía, se funden en el hechizo de la evocación. El lamento ante el juego sarcástico de la vida evidencia en su cartografía sentimental el dolor del fracaso. Como asimismo el eclipse mental por las consecuencias torrenciales del enamorado que busca una especie de relámpago en la grisura cotidiana en que está envuelto.
                                                                                                

Que noche horrible para mí...
¡Todo en mi cuarto es frío!
Te debo todo, amor, a tí...
¡desolación y hastío!
Mi vida entera te la dí
y este cariño mío
pichón herido que buscó nido y calor
junto a tu corazón.
                                                  

El hijo de Pascual Contursi muestra una vez más su apego a nutrirse de la experiencia autobiográfica, para lograr un poema tremendo. Serpenteando entre las estrofas, las reminiscencias desvelan sus dimensiones emocionales y sensoriales, convirtiendo todo en un relato punzante, un texto conmovedor. En su naturalidad expresiva, empapado de sensibilidad, los pacientes recuerdos dejan las llagas al descubierto. La dura realidad.

Hoy como ayer
mis pobres ojos han quedado sin luz
y en mis desvelos solamente estás tú
como una burla a mi dolor...
Hoy como ayer
vuelvo a quedar tan solo...
Fue tanto el daño que me hiciste
cuando olvidando mi dolor te fuiste...
Hoy como ayer
envuelto en sombras otra vez quedaré
y entre esas sombras una sombra seré
para acordarme más de tí...
Hoy como ayer
¡Hoy como ayer te quiero!
Me arrastraré por mil senderos
y seguirás viviendo en mí.

Susana Gricel Viganó, la destinataria del tango

Hierve la verdad en la alquimia del verso. De forma obsesiva culmina el relato de la infelicidad sobrevenida  ante la ruptura, la lejanía... Los fogonazos del romance buscan el antídoto al inexorable olvido y surge del sentimiento, el deschave total. Una autocompasión empática en el hechizo de la evocación. El murmullo de la música eclosiona aún más el tono de la poesía, el dolor del desamor...

Si alguna vez tu corazón
se aturde en el pasado,
no pienses, vida, en el rencor
por lo que me has dejado...
Yo seguiré con este amor
sangrándome a mi lado...
y una mortaja con mis lágrimas haré
para ese muerto ayer.

Enrique Mario Francini y Héctor Chupita Stamponi le adosaron la música ideal a estos versos dramáticos por donde se los mire. Corría el año 1942 cuando, entre otros, Carlos Di Sarli recibió la partitura y con su orquesta y la voz de Alberto Podestá dando vida a la poesía sonora, elevaron la obra a una notable e inolvidable dimensión. Lo grabaron el 26 de junio de ese año.

                                      

                              

martes, 28 de enero de 2020

BIEN MILONGA

        Soy milonguero
        no sé negarlo,
        me tira el tango
        cuando es llorón,
        pues es criollo
        llevo en el alma,
        las tristes notas
        del bandoneón.

            Eduardo Calvo


Martes 28 de Enero y siga el baile... siga el baile... como cantaba Alberto Castillo. Nosotros le hacemos caso y ya van unos cuantos añitos en la coqueta y entrañable pista de la Casa de Aragón madrileña. Todos los martes de 21 a 0 horas cumplimos allí con el rito del abrazo milonguero a piaccere.

                              
Y como llave de paso para abrir las apetencias con vistas a esta noche milonguera, nos damos el consabido tour por pistas varias, estimulando pasiones.

Arranco por Nápoles (Italia). En este caso para despedir a un gran milonguero y profesor argentino que acaba de dejar este mundo. Me gusta recordarlo a Gerardo Quiroz bailando con Mara Cicerano el tango Junto a tu corazón, por la orquesta de Carlos Di Sarli y la voz de Alberto Podestá.


                                         
Me voy ahora al Recuerdo Tango Festival, en Varsovia (Polonia), donde Marcela Rossi y Juan Malizia bailan el valsecito Desde el alma, que interpreta la orquesta Bandonegro.


Salto al Festival de Prayssac, en la Occitania francesa. Son en este caso Gisela Natoli y Gustavo Rosas los que saltan al ruedo a los compases de la Milonga brava, por Francisco Canaro con su orquesta, cantando Roberto Maida. 
                                 
            

Si no te dí un empujón con estos bailarines, me parece que no te espero  esta noche.                                       
                                                                           


                                              

domingo, 26 de enero de 2020

Se reeditan discos de D'Arienzo y Troilo.

Se reeditan discos de D'Arienzo y Troilo, dos estilos y dos pasiones

Los vinilos de la grieta del tango

Un verdadero monumento a la melancolía: Sony reedita vinilos de Juan D'Arienzo y Aníbal Troilo, iconos del tango y, en su momento, representantes de dos estéticas que tenían sus propios fans, sus hinchadas, tan radicales como las cualquier otro River-Boca musical. Son grabaciones de los años '60 que incluyen tanto clásicos muy transitados como sutilezas con arreglos de Astor Piazzolla. 
por Mariano Del Mazo

El contraste en las pocas imágenes de archivo audiovisual pone en evidencia las diferencias estéticas, filosóficas. Ahí está YouTube: Juan D’Arienzo es un delgado y aparatoso arlequín que arenga a la fila de bandoneones con firmeza, puño cerrado y pulso anfetamínico; Anibal Troilo es un buda somnoliento –pura economía gestual- que parece conducir a su orquesta por los secretos del mejor tango. Sony Music acaba de lanzar sendos vinilos de la serie For Export que fueron, en su momento, antologías de la RCA Víctor. La edición se monta oportunamente al furor del vinilo y viene a refrescar la tremenda rivalidad -¡la grieta!- que existió en la época de oro del tango entre los adeptos de Troilo y los de D’Arienzo. Los muchachos de antes usaban gomina, provocaban bataholas e invadían territorios.
Como suele ocurrir –del Indio Solari vs. Gustavo Cerati para atrás- la inquina tenía que ver con el público más que con los creadores. Los dos directores convocaban multitudes. Una sentencia de la época aspiraba zanjar cualquier dicotomía: “Si no te gusta bailar a D’Arienzo no sos milonguero; si no te gusta escuchar a Troilo, no sos tanguero”. La popularidad de D’Arienzo fue arrolladora y su estilo acelerado reinó por décadas en los bailes más populares. Tanto instrumentalmente como a través de sus cantores –especialmente el inefable Alberto “el Tarta” Echagüe – apuntaba al corazón del pueblo con vehemencia, humor y picaresca. De alguna manera recuperó orquestalmente la esencia marginal del tango en tiempos en que Gardel había llevado al género a una sofisticación irrepetible. Como si la historia hubiese sido guionada, la orquesta de D’Arienzo empezó a rodar en 1935, el año de Medellín.  
                                   

Era, además, una locomotora comercial que traccionaba al resto de las orquestas. Cuando los músicos de Troilo se burlaban del tango fogonero de D’Arienzo, Pichuco los frenaba en seco sabiamente: “Más respeto, que gracias a él laburamos todos”. Troilo había tocado fugazmente con D’Arienzo: se llevaban 14 años, los suficientes como para que se desplegara entre ellos una relación asimétrica. No es descabellado pensar que el bandoneonista partió de la plataforma popular de D’Arienzo para luego, sí, desarrollar su extraordinaria capacidad de síntesis, esa manera de condensar elegancia, economía e introspección, y también su maestría para elegir y formar cantores. El estilo de Troilo lo tenía todo. Por supuesto, también se lució en la milonga. Justamente en la pista de los salones y de los clubes es donde más lejos llegó la rivalidad. Hay narraciones orales –sobremesas de alcohol de veteranos que ya partieron- empeñadas en atravesar las décadas. Una de ellas, cuenta que una noche, mientras la orquesta de Troilo tocaba en un salón, ingresó un grupo de hinchas de D’Arienzo. Todo indicaba que iba a haber violencia explícita, pero no: el grupo se limitó a golpear al unísono los tacos de los zapatos contra el suelo, con ritmo frenético. Es todo lo que hicieron. Luego de un par de tangos “intervenidos”, se fueron en paz: fue la manera sutil de acusar a la orquesta de Troilo de aburrida y lenta, como contrapartida del estilo rápido y cuadrado del Rey del Compás.
Jorge Palacios, más conocido como Faruk, humorista gráfico y tangófilo, solía contar de primera mano que las hinchadas más pesadas eran la de D’Arienzo y la de Osvaldo Pugliese. Una estaba conformada mayormente por peronistas, la otra por comunistas. Uno de los sitios donde había más trifulcas era en los alrededores de Radio El Mundo, ubicada donde hoy está Radio Nacional. Sobre la calle Maipú estacionaban los micros que transportaban a los fans de las barriadas más lejanas. “Siempre terminaban a las piñas”, recordaba Faruk. La de Pugliese destacaba porque su gente se uniformaba de una manera extraña: llevaban pegada en la mejilla una curita, como recién afeitados. Tal vez una manera de expresar virilidad.
Hoy los vinilos lanzados por Sony se disfrutan fuera de ese contexto pasional. La ausencia del clima de época es la que abona la teoría tan drástica como polémica de Rodolfo Mederos: el tango, repite el bandoneonista y compositor, está muerto porque ya no existen las condiciones sociales que lo llevaron a ser una de las músicas populares más ricas del planeta. Con el audio masterizado de las cintas originales de ¼ de pulgada, el elepé de Juan D’Arienzo tiene un repertorio que combina Guardia Vieja (“Derecho viejo”, “El entrerriano”…) con clásicos transitadísimos como “El choclo”, “A media luz”, “La puñalada”, “La cumparsita”, “La morocha”. El de Aníbal Troilo sirve para revisitar un repertorio instrumental que se hizo fuerte en su última época. Grabado en abril de 1963, de los doce temas cuatro (dos por lado) pertenecen llamativamente a Julián Plaza: “Nocturna”, “Nostálgico”, “Danzarín” y “Melancólico”. Arreglados por el mismo Plaza, destacan junto al emblemático “Lo que vendrá”, de (y con arreglos de) Astor Piazzolla.


El encargado de las notas de la contratapa fue Luis Pedro Toni. Con una prosa engolada, antigua como el formato de vinilo, cuenta por qué RCA Victor eligió en los años 60 a “El Rey del Compás” y al “Gran Pichuco” (las comillas y las mayúsculas son de Toni) para esta primera tanda. Los For export fueron un éxito de venta, una excepción dentro del período de repliegue del género, un intento de poner freno al éxito de El club del clan. Pronto surgiría Julio Sosa –como un insospechado ídolo pop del tango, con un manejo magistral de las cámaras de televisión- para equilibrar los tantos. Astor Piazzolla comenzaba a repartir y recibir a diestra y siniestra, al frente de su propia guerra. El tango ingresaba en su anteúltimo período de reconversiones, con la novedad de que ya nunca volvería a ser masivo.
Troilo vs D’Arienzo queda como una foto sepia y tardía de los tiempos de oro. Volver a escuchar estos tangos en vinilo constituye un monumento a la melancolía y, en el mismo gesto, un acto de justicia poética. Esa música insiste en sonar gloriosa e irrepetible.

(Publicado en Suplemento RADAR- Diario Página 12- 26 Enero de 2020)
 

viernes, 24 de enero de 2020

Carlos Posadas

   Don Carlos Posadas (1875-1918) fue, en su época, sin duda alguna, un compositor "de avanzada" dentro del tango, desgraciadameante, pocos datos obran en mi poder, para así rendirle justo homenaje a su memoria, ya que me consta, es acreedor a ello.

   De cualquier forma, y con el exiguo aporte, él no puede pasar inadvertido dentro de mis recuerdos sobre el Tango, y con ello, no dilatar por más tiempo la injusticia de su omisión dentro de la Historia del mismo, ya que, al igual que Don Arturo De Bassi, perteneciera a una familia de músicos de real valía, sin la menor duda al respecto.

Carlos Posadas
   
    Recuerdo perfectamente a Don Carlos Posadas, gran amigo de Eduardo Arolas, visitándolo en el café Botafogo, sito en Suipacha y Lavalle. donde  actuáramos un brevísimo tiempo, para luego pasar de allí al Tabarín.

   Arolas, dentro de su vasto repertorio tenía también Cordón de oro y El Jagüel, de Carlos Posadas. Esto ocurría allá a mediados del año 1918. Al evocarlo lo veo llegando muchas noches, acompañado de otro colega suyo, que quien llamaban El Rengo Zambonini, autor éste del tango La clavada, quedándose ambos hasta finalizar nuestra actuación.

   En una de esas visitas, casi cotidianas, oí a Don C                      arlos decirle a Eduardo Arolas, al que llamaba Lorenzo:
-Mirá hermano, me deleita escucharte; sos genial con el fuelle y magistrales los tangos, por lo bien ejecutados por tus muchachos. -Y señalándome a mí, añadió- Y a  este pollito. ¿de dónde lo sacaste?

   Posadas era simpatiquísimo, afable y paternal, con un hábito permanente: atusarse los bigotes, y mientras hacía este movimiento maquinal, me auguraba constantemente que llegaría yo "a mayores", en una futura gran época para el tango.


   Seguro en su pronóstico, me instaba a no descuidar los estudios realizados con el violín, tan indispensable para la música popular y patrimonio poderoso en mi carrera profesional recientemente iniciada en la orquesta de Eduardo Arolas.

   Al interesarse por mis maestros, Don Alberto Williams (el último), Arolas me instruyó sobre la personalidad de Posadas como gran músico y extraordinario maestro a su vez, con muchos alumnos. A la par de ello, trabajando en un teatro céntrico, lamentando Arolas que no se dedicase Posadas de lleno al tango, porque hubiese tenido un gran padrinazgo.

   Poco tiempo después, fallecía este caballero Carlos Posadas, autor de varios tangos, entre otros El tamango y Retirao, el 12 de noviembre de 1818, muy joven aún. Tocaba muy bien el piano, la guitarra, el violín, dirigía orquestas y era muy buen compositor. Hombre bueno y lleno de méritos.

¡Para él mi cariñoso recuerdo!

Julio De Caro

martes, 21 de enero de 2020

BIEN MILONGA

  ¡Soy milonguero de ley!
   Me gustar el tango arrastrao
   el que al bailarse amargao
   hace gozar el alma.
  ¡Soy milonguero de ley!
  ¡Milonga mía!.
   vos solamente sabés
   de la alegría que me vendés...

       Mario César Gomila



Martes de baile y en BIEN MILONGA le damos caña a los remos porque la música de aquellas orquestas de 40/50 nos legaron una maravilla que se extiende como la pólvora por el mundo entero.  Vuelven a venderse aquellos vinilos y esas grabaciones que son el alimento y descarga de las almas y los cuores milongueros.

                              
Para muestra basta un botón, pero nosotros alargamos la cuota y así vemos a las parejas que muestran sus alardes milongueros por distintas pistas del planeta.

Por ejemplo, en el Festival Tango de Lisboa-Portugal, Roxana Suárez y Sebastián Achával, son los que se hacen aplaudir bailando el tango Inspiración, por la orquesta de Osvaldo Pugliese.

                         
Les toca el turno a los cordobeses Jonathan Saavedra y Clarisa Aragón. Nada menos que en el Komische Oper Festival que se desarrolla en Berlín-Alemania. Allá podemos verlos bailando este valsecito: Adiós querida, interpretado por la orquesta de Juan D'Arienzo, cantando Héctor Mauré.

                                        
Cierro el viaje de hoy en el Nora's Tango Club, de San Francisco-Estados Unidos. Donde Germán Ballejo y Magdalena Gutiérrez bailan la milonga Meta fierro por Juan D'Arienzo, su orquesta y la voz de Alberto Echagüe.


¡Y a preparar los camambuses para esta noche en Bien Milonga!                                       
                                        
   
 

lunes, 20 de enero de 2020

Edmundo Rivero: "El último trovador"


“Un día cayó en mis manos la Ilíada, de Homero; me la leí de un tirón, como una novela de aventuras, y me gustó tanto que decidí trasladar algunos de sus pasajes a las sextinas criollas. Cuando le puse una música de milonga pampeana y se la canté a la barra de la esquina sentado en el cordón de la vereda, mi Homero se parecía terriblemente a José Hernández.” Apoltronado en un mullido “bergère” de su casa de la calle Bulnes, Edmundo Rivero rememora su infancia en el barrio de Saavedra, mientras se repone de las efusividades recibidas durante su recital de la semana pasada en la sala del Teatro Payró, que convocó a multitudes fervorosas.


El 8 de junio de 1915, en Avellaneda, don Máximo Aníbal Rivero, un jefe ferroviario, escuchó por primera vez la voz ronca de su tercer vástago, Edmundo Leonel, pero no presintió que con el correr de los años habría de transformase en el último gran intérprete del tango, una especie de puente entre las jóvenes generaciones y aquellas otras que conocieron el suburbio bravo y, tal vez, el mitológico Barrio de las Ranas.
Don Máximo y su mujer, Juana Duró, se marcharon a Moquehuá pocos meses después del nacimiento de Edmundo y regresaron a Buenos Aires cuando éste acababa de cumplir seis años. Por ese entonces la familia contaba con otros dos hijos: Aníbal y Eva.
“Como Belgrano –memora Rivero-, Saavedra en ese entonces era un lugar de veraneo.” Por allí vivía también su tío Justo Duarte, un contador general de la Casa de Gobierno, aficionado a la música y al canto, cuyas tertulias reunían a poetas y cantantes. Otro tío materno, Ángel Duró, en cuanto Edmundo supo leer lo puso en contacto con la literatura: Almafuerte, Lugones, Espronceda, Núñez de Arce y, más tarde, Edgar Allan Poe.
Mester de germanía
“Cuando alargué mis pantalones –dice el cantor, mientras se acaricia su carota de mascarón de proa con una mano terrible-, ya era un consumado guitarrista y comenzaba a hacer mis incursiones por las incipientes radios de entonces.” Las radios se llamaban Buenos Aires, Cultura, Brusa y Belgrano, los espacios a duras penas se vendían y los locutores cedían con generosidad los micrófonos a los jóvenes aficionados diciéndoles: “Muchachos, hagan lo que quieran”. En retribución, los adolescentes recibían paquetes de cuerdas para sus guitarras u órdenes para retirar mercaderías en los comercios de los contados avisadores. En los comienzos de la década del 30, Rivero había formado un dúo con su hermana Eva y otro con su hermano Aníbal. Con la primera transmitían música popular por los micrófonos de Radio Cultura; con el segundo, interpretaban en guitarra música culta, “sobre todo española”, a la hora del té en el Alvear Palace Hotel. Por la mañana, concurría al Conservatorio Nacional donde el maestro Marcelo Urizar le revelaba los secretos de Sor Tárrega y, de paso, tomaba lecciones de canto. Pero Rivero todavía no era un intérprete sino, bajo su nombre de Leonel, un simple acompañante de Nelly Omar y Francisco Amor.
“La guitarra no me sirvió solamente para ganarme la vida –comenta-, sino que también fue una llave dorada que me abrió las puertas más increíbles.” Una de ellas daba a los bajos fondos, a los cafetines y bares dudosos, frecuentados por gente brava, respetada y temida. Allí aprendió Rivero los secretos del lunfardo, un idioma secreto que se sirve de palabras, gestos y ademanes. Y aclara: no hay que confundir el “lunfardo” con el “reo”. El “reo” es el idioma del hombre de barrio, del orillero honrado, con el que nombra las cosas de su oficio, sus diversiones. El lunfardo es la jerga del lancero, del escruchante, del punguista, un idioma subyacente que se construye a base de metáforas, por traslaciones llenas de imaginación.
“Pocos saben –pontifica Edmundo, con cierto orgullo académico– que la palabra ‘gayola’, con la que se designa la cárcel, proviene del humilde gallo, símbolo de la policía, que todo agente lleva en su chapa.” Después, se extiende en consideraciones sobre la morfología lunfarda, la incorporación de términos de otras germanías extranjeras, y la dinámica de la llamada “lengua verde”. “Los términos viajan de un país a otro porque los ‘lunfas’ viajan”, sentencia. Y expone el caso de “rascué”, una palabra utilizada por Gardel en una de sus milongas, que no es sino el “rastaquouere” de los franceses, el “rastacueros” (arrastra cueros) con que el español denomina al fanfarrón venido a más. La palabra viajó a Francia de ida y vuelta, cambió su ortografía pero no su semántica. Y Rivero propone el estudio de otra semántica lunfarda: la de las señas y los signos. “Hasta ahora mucho se ha hablado del sentido, y evolución de las palabras ‘lunfas’, pero muy poco se ha dicho del lenguaje silencioso que se habla con las manos, y los ojos”, observa, con un dejo de reproche. Y cuenta una anécdota: un día visitaba una cárcel (“siempre voy a cantar a los presidios”) y se entretuvo conversando con un veterano del hampa que se quejaba del trato dado a los detenidos en las “leoneras”, las celdas colectivas donde llegan a hacinarse hasta más de cien personas, cuando su capacidad es para cincuenta. “En ese instante pasó otro preso –recuerda el cantor- y el viejo ‘lunfa’ farfulló: ‘Dequerusa, la prensa’. Yo me pasé el dedo índice por la mejilla derecha y él me contestó ‘Isolina’.” Y traduce el diálogo: “Atención, que pasa un informante, un soplón; ¿seguro? Sí, seguro”.
El lenguaje de los signos también se basa en un juego de metáforas sobreentendidas: pasar el dorso de la mano por la mejilla es calificar a un tercero de “cafishio”, de “cara limpia”, o “cara afeitada”, un elemento de pulcritud y aliño que distingue a los explotadores de mujeres. “ropa tendida”, es decir un desconocido peligroso, se expresa al recorrer lentamente la solapa con el pulgar y el índice (un extraño se interpone entre los dos interlocutores como la ropa tendida).
“Quizá alguna vez cuando quede vacante un sillón en la Academia del Lunfardo, si me eligen, voy a escribir una amplia comunicación acerca del lunfardo de los signos”, promete el cantor. Ahora en el libro que prepara sobre la fisiología de la voz y las técnicas de su emisión aplicadas al canto, ha agregado una tercera parte donde explica muchos de los giros y términos lunfardos empleados en las 24 canciones que ha grabado en ese dialecto. Pero no quiere decir mucho: “Es peligroso –aclara– porque a la gente del hampa no le gusta que develen sus claves.” Y cuenta que varias veces recibió llamados telefónicos advirtiéndole el peligro que significa “avivar a los giles”.
Aquí, interrumpe  su disertación y prefiere volver a los recuerdos de sus primeros tiempos. “A veces –y entrecierra los ojitos perdidos sobre la vasta nariz- nos entreteníamos con un amigo de Belgrano, Benjamín Achával, en llamar por teléfono, a un número al azar; y si respondía una voz de mujer le dábamos una serenata.” Una tarde, después de la canción, una voz de hombre le propuso a Rivero cantar con su conjunto: era Julio De Caro. “En lugar de levantar una mina me levanté una orquesta”, se ríe el cantor, con ecos de gargarismo. Después de narrar sus andanzas con Julio y José De Caro, explica cómo, durante cinco años, se convirtió en un aplicado oficinista del Servicio Administrativo del Arsenal de Guerra, hasta que la tentación de la vida bohemia comenzó de nuevo a recordarlo: Emilio Karstulovic, ex corredor de autos y propietario de la radio La Voz del Aire y de la revista Sintonía, le propuso un programa.

                                  
El día de su debut recibió una llamada telefónica de una admiradora que le dejó su número: era Carmen Duval, la mujer de Horacio Salgán, y lo invitaba a su casa porque su marido quería escucharlo. “La música de Salgán, sus orquestaciones, en esa época eran revolucionarias –comenta Rivero– y yo tenía una voz de bajo, cosa inaudita en un tiempo donde todos los cantores de tango exhibían registro de tenor.” Las audacias de Salgán y la voz de su cantor impidieron que el conjunto se afincara definitivamente en un local, y tuvieron que ambular por confiterías y cafetines. Casi siempre el dueño del local protestaba luego de la primera noche: “Lo que hace ese director no es tango y para colmo tiene un cantor enfermo del pecho”. “A Salgán lo tomaban con la condición de que yo no cantara –se pone nostálgico Rivero–, pero él me defendía.”
Por ese entonces las editoras de discos comenzaban a tener ventas masivas y el público terminó por doblegar el empecinamiento de los empresarios: todas las noches, cuando Edmundo cantaba en el Jardín de Flores, ya lo seguían una legión de fieles devotos. Precisamente, una noche de 1947, Aníbal Troilo le propuso ingresar a su orquesta. Allí permaneció hasta 1950.
1953, para Rivero, es el año de su despegue: giras por el interior, suculentos contratos en las radios y en la televisión. En 1959, viaja a Europa y actúa en Madrid durante siete meses. En 1965 forma parte de una embajada artística que recorre los Estados Unidos; hace dos años, visita todas las ciudades importantes de América latina; en enero descubre el Japón.
Cuando habla de las ciudades orientales, el entusiasmo lo multiplica en ademanes exagerados, casi amenazadores para quienes están al alcance sus manoplas. “En Japón –cuenta- hay una sociedad, la ‘Suivu Kai’, cuya traducción es, aproximadamente, ‘La reunión de los miércoles’. Sus filiales reúnen a veinte millones y se denominan ‘Los maniáticos del tango’, ‘Corrientes y Esmeralda’, ‘Los locos del compás’, ‘Buenos Aires’. Todas las semanas sus afiliados estudian castellano una hora, para poder comprender las letras de nuestras canciones, discuten sobre estilos porteños de interpretación y hacen fervorosas apologías de nuestros cantores, algo así como lo que, en escala menor, pasa en nuestro país con los fanáticos del jazz.”

                                          
Para explicar tanto fervor por el tango, Rivero esboza una teoría: la cultura nipona está tan cargada de símbolos, que un arte sencillo y sentimental seduce a los japoneses. Después lanza un amargo reproche: “Si los gobiernos se dieran cuenta de que nuestra música es uno de los medios de penetración más fuertes en el extranjero, quizá nuestras relaciones exteriores se harían en el compás de 2 por 4”. A fin de agradecer las abrumadoras atenciones recibidas en el País del Sol Naciente, Rivero acaba de componer un tango titulado “Arigató, Nipón, Arigató” (Gracias, Japón, Gracias), lleno de palabras japonesas.
Pero no sólo en el Extremo Oriente el tango provoca temblores populares; en Bogotá; la capital de Colombia, se inaugurará en breve la plaza Carlos Gardel, y Rivero está invitado. “No podré ir –comenta–, pero enviaré una cinta grabada.” En cambio, aceptó la invitación del Embajador argentino en Washington, Álvaro Alsogaray: a partir del 13 de julio, Edmundo ofrecerá allí una serie de recitales.
Pero, a pesar de su popularidad, no cree tener una comunicación directa con su público. “El disco, la radio, la televisión, son formas intermedias. Las actuaciones en clubes nocturnos, en bailes, muchas veces no tienen la continuidad necesaria.” Y predica la necesidad de que algunas salas teatrales conviertan en hábito la sana práctica del music-hall, a la manera del Palladium londinense.
Mientras esta práctica, iniciada por el Regina con María Elena Walsh, se vuelva una costumbre, Rivero se propone abrir un local en San Telmo: “Será una galería de arte, una librería y una sala pequeña para un auditorio reducido”, anuncia. Pero se niega a servir bebidas y mucho menos comida, no por puritanismo, sino porque “cuando la gente bebe o come no tiene el recogimiento necesario para escuchar a los intérpretes. Es cierto, pero ¿quién se resistiría a oír con atención al último heredero de Bettinoti, de Ezeiza, de Villoldo, al postrer trovador de Buenos Aires?
(Ar6tículo de la Revista Primera Plana, nº 248, publicado el 4 de junio de 1968)

jueves, 16 de enero de 2020

La voz de Gardel

Contaba Enrique Cadícamo que muchas veces se preguntaba sobre las explicaciones concretas que podían darse al misterioso "porqué de esa voz" de Gardel. Una consulta que formuló a su amigo, el doctor Juan Carlos Arauz, titular de la cátedra de otorrinolaringología del Hospital General San Martín, obtuvo la siguiente respuesta del especialista:

-La sabiduría popular transmite, de generación en generación, dichos que, teniendo algo de fantasía son el fruto de la observación de un hecho real.  Aquello de que Gardel "cada día canta mejor", explica que este gran rapsoda tenía una voz extraordinaria, para muchos no superada. En otros aspectos quizá Caruso, María Callas y Frank Sinatra  sean fenómenos similares. Me pides que te explique el porqué, para lectores profanos. No es fácil, no obstante lo intentaré:


El hombre, como mamífero, el más desarrollado de todos, no solo emite ruidos, tiene además lenguaje. Para ello se vale del soplo respiratorio que provee la energía de la vibración de las cuerdas vocales que emiten el sonido, y de las cavidades faríngeas, nasales y bucales que amplifican y hacen de resonadores. Es bien sabido que, si a un instrumento de cuerda le sacamos la caja, el sonido que emitirá será débil y sin armónicas.

Lo mismo sucede con la voz y, en consecuencia, con el canto; la laringe aislada no produce ruido audible, necesita de las cavidades nasales y faringobucales  que, a manera de las cajas de la guitarra, amplifican y por resonancia dan la personalidad o el estilo del cantor.  Volviendo a la guitarra, es sabido que el sonido no sólo depende del ejecutante y sus cuerdas, lo importante es la artesanía que el luthier puso  en la fabricación del instumento en general o de la caja en particular.

El guitarrista elige un buen instrumento y lo afina, con sus dedos puede modificar el largo y la tensión de las cuerdas, la caja es estática. Por el contrario, el cantante puede modificar el largo y la tensión de las cuerdas vocales, puede hacer subir o descender la laringe en el cuello y modificar la caja de resonancia moviendo el velo del paladar o la lengua.


Todo esto hace posible el canto, habilidad que puede perfeccionarse con estudio, pero que es en realidad  algo con lo cual se nace y que no puede aprenderse partiendo de cero. Sin duda, todo esto tenía Gardel: una buena reserva de aire y buen manejo del mismo: cuerdas vocales de excepción que le permitían, siendo barítono, extenderse a registros propios de un tenor o un bajo.

(Al margen de la explicación que le dió el doctor Arauz, Cadícamo podía jactarse -no lo hizo nunca-  de que Gardel le grabase nada menos que 23· temas suyos: Anclao en París,  Aquellas farras (Argañaraz), Al mundo le falta un tornillo, Callejera, Compadrón, Che Bartolo, Che papusa oí, De todo te olvidas, Dos en uno, El que atrasó el reloj, En un pueblito de España, La divina dama, La novia ausente, La reina del tango, Madame Ivonne, Muñeca brava. Pituca, Pompas, Ramona, Yo nací para tí tú serás para mí, Yo te perdono y Cruz de palo.)

Podemos escuchar ese milagro gardeliano, cantando el tango de Cadícamo y Matos Rodríguez: Ché papusa oí, grabado en 1928, acompañado por las guitarras de José Ricardo y Guillermo Barbieri)

                                          

martes, 14 de enero de 2020

BIEN MILONGA

       Compás floreado de tango
       me está endulzando el acento
       para decirte "te quiero"
       con mi mejor expresión.

       Por tu amor y donde cuadre
       se hace tango mi emoción,
       al son de un ritmo que late
       lo mismo que un corazón.
                 Carlos Bahr


Los martes se bienmilonguea en Madrid y la acogedora pista de la Casa de Aragón nos recibe con esa música incomparable que sigue reinando en los salones milongueros de todo el mundo. Aquellas orquestas y cantores que nos dejaron un legado maravilloso y nos inspiran en la pista.

                             
Nada mejor que comprobarlo visitando distintos rincones milongueros de este planeta, con parejas dando exhibición y estimulando el ansia bailable de los concurrentes.

La primera parada es en el Sultanes Tango Festival de Estambul-Turquía. Donde Carolina Couto y Emanuel Ledesma, bailan el tango  El olivo, que ejecuta la orquesta de Juan D'Arienzo, cantando Héctor Mauré.

De allí me desplazo a Bellaria, en la provincia italiana de Rímini, donde se desarrolla el European Tango Championship & Festival Europeo.  Acá es la pareja Vanesa Villaba-Facundo Piñero, la que gira a los compases del vals Violetas, por Alberto Castillo, acompañado por la orquesta de Ángel Condercuri.
                                                           

Y cierro el viaje en Milán, precisamente en la Academia que tiene allí el troesma Miguel Ángel Zotto. Así podemos ver al Flaco Dany -que nos abandonó recientemente- bailando con Daiana Gúspero la milonga Bolada de aficionado, por la orquesta de Juan D'Arienzo.


¿Viste que manivela nos dan para lucirnos esta noche en Bien Milonga?                                       

domingo, 12 de enero de 2020

Chapaleando barro

Este libro lo lo fue escribiendo con sus poemas Celedonio Flores y se editó en 1929. Para la segunda edición de los versos de este gran vate porteño, Cátulo Castillo le endosó el prólogo que podemos leer a continuación.

                              
                                             
                                          PRÓLOGO A A CELEDONIO FLORES

          En la intersección de dos épocas, cuando la ciudad asistía a su promoción intelectual de la primera década del siglo, comenzaron a delinearse las corrientes estéticas distintas, que habían de concurrir a la formación de una poética argentina de caracteres bien personales.
Podríamos estar en el año 1910.
Ya el sarampión Dariano, había prendido en los cenáculos célebres de entonces. Baudelaire y Verlaine (pobre Papá Lelián), encendían la lumbre de una sensibilidad ciudadana, a veces canallesca, que otorgaba calor alfabeto y digno a una musa callejera, de pintoresca y brava personalidad. Ya, Evaristo Carriego había transitado con gallardía y oficio, por el género de las décimas lunfardas, que "Fray Mocho" o "Caras y Caretas" recogieron con todo cariño y sentido de la verdad popular.
El pálido muchacho de Palermo, pagaba su "pecata minuta" parnasiana, para hallar en las "Misas Herejes" el alma de la calle y la historia romántica y doméstica de la costurerita que dio aquel "mal paso".
Pero entretanto, los vates periféricos de los boliches esquineros y estañosos, defendían a gritos, sobre el lomo de sus guitarras, a una musa ecléctica y grandilocuente.
Payadores romancescos, de negros corbatines y sombreros aludos, discutían en verso los problemas de Marx y de Kant, en esa filosofícula gritona, pero ingenua y mansa, como los contrapuntos camperos sobre temas abstractos, que les otorgaba el acento gauchesco más encantador y más nuestro.
José Hernández ya era una realidad argentina, con toda la incidencia en la épica americana. Su milagroso personaje de Martín Fierro, habría de configurar por propia gravitación y médula, lo homérico y lo quijotesco del hombre de la Pampa empezada a alambrar.
Y también el fenómeno ciudadano del tango, extendiendo sus voces desde la periferia, para buscar las liras diferentes que habrían de cantarlo por la boca de un predestinado, casi cósmico, que se llamó Carlos Gardel.
En este meridiano un tanto indefinido, de transición, surgieron los poetas de la ciudad de adentro, con el lenguaje recio de la "ciudad de afuera"
Y para hallar un nombre que asuma la representación cabal de ese momento, que es trascendental, nada mejor que el de este verdadero prócer de la musa porteña que se llamó Celedonio Flores.
Pareciera el suyo, un nombre de composición lunfarda. Tal es la eufonía porteña que lo asiste.
Arraiga en lo más viril de las costumbres criollas, al lado de otros que podrían ser estos: Presentación, Eulogio, Eufemio, Anselmo.
Y Flores, su apellido, es el de un trovador de la España de Alfonso "El Sabio", en tiempo de cantigas y romances.
Celedonio Flores, apareció de pronto, con esa cosa recia, pintoresca y cabal, que es su lenguaje poético.
Viejo transitador de esquinas, el duende de la noche, le amorenó la cara y le aclaró los ojos.
Junto a cualquier "giniebra" era el hombre que quería el estaño y que amaba los tangos de aquellos organitos que animaron su infancia. Infancia trashumante y corredora, la quiero imaginar, como imagino así, su mocedad, de "rompe y raja" tal como corresponde al "tipo" que sus versos delatarían más tarde con una precisión de aguafuerte y cincel.
  
                            
 La poesía de Celedonio Flores, anda en el tráfico vivo de todos los tangos que forman la antología verdaderamente porteña.
Tienen, como el mastuerzo, un sabor de extramuros, y el claro oscuro de todas las ochavas que vieron los faroles de antaño: los del tango.
Y su lenguaje es "suyo" como es suya su "rima" y son suyos sus dramas, no importa si hampones, pero que tiene –en todo caso- la vibración más neta, que es exigible al tango ya una estética particularísima, que no puede ser suplantada por el purismo, ni por la elaboración académica.
La academia de Celedonio Flores, fue, en todo caso, la propia calle. Pero la calle de él, con sus ligustros y sus cercos de pitas. La calle de la tarjeta postal, que tenía las huellas de las chatas y conservaba el grito de un "cuartiador" lejano, en camiseta, de látigo en la zurda y pantalón cambrona.
Sus luces, son las luces verdosas de las timbas llenas de cigarrillos, en el monte con puerta, a salto y carta y detrás de aquel punto que se jugó la parada en la última hora de su vida. Personajes y clima que son de Flores.
De "Cele" inolvidable amigo, en todo lo que tuvo de amigo y de poeta.
Poeta sin retórica. Amigo sin eufemismos.
Su lenguaje regresa casi siempre, inolvidable y simple, con un alejandrino, en una octava, detrás de una asonancia.
"Desde lejos se te manya pelandruna abacanada,
"que naciste en la pobreza de un cuartucho de
"arrabal. Hay un algo que te vende:
"yo no sé si es la mirada, la manera de sentarte
"de mirar, de estar parada,
"o es tu cuerpo acostumbrado
"a las pilchas de percal".
No sabremos, jamás, cuál es el misterio que preside a los versos que perduran y viven en la emoción de la gente. No sabemos, hasta qué punto –todavía- un poeta como Celedonio Flores, incidirá sobre la definitiva poética popular porteña.
Lo cierto es que él está, con los méritos supremos que surgen como una esencia familiar, de la lectura de sus cosas.
De todas sus cosas, sin excepción alguna, donde abrevan los tangos, y donde vive el duende de un pasado que vamos perdiendo poco a poco, con el mutis fatal de la vida, en este escenario de la vida y de la muerte.
Celedonio Flores, no necesita prólogo ninguno.
Sus tangos que lo cantan, que lo recuerdan, que lo exaltan a cada instante, prologan ese libro caliente de su vida y de su aparición en la canción popular argentina.

Cátulo Castillo