Porque tangos suyos como Hoy al recordarla, por ejemplo, que encontró magníficos intérpretes en Julio Martel con la orquesta de De Angelis, Jorge Durán con Di Sarli o Alberto Morán con Pugliese, directamente, es de los que me acarician el cuore. Se trata sólo de un ejemplo, pero a mí esas versiones me dejan un poso de nostalgia interminable. El valsecito Me besó y se fué (hermosura de Tanturi-Campos); el tango Serpentina de esperanza (gran creación de D'Agostino-Vargas); Y dicen que no te quiero (maravilla de Floreal Ruiz con Troilo); De seis a siete (Caló-Iriarte o Tanturi-Campos), Los cosos de al lao (Troilo-Casal o Francini-Pontier-Florio); Julián Centeya (La milonga que grabó Di Sarli con Podestá); Si tu quisieras (Di Sarli-Rufino o Caló-Podestá), son muestras decisivas de su capacidad para componer y, en su gran mayoría, también escribir los versos.
José Canet acompañando a Alberto Gómez |
La qúimica de las calles, sus pequeñas historias, y el modo de llevar esas historias mínimas al pentagrama, teñidas de sentimentalismo, más la polifonía imaginativa que las convierte en canciones duraderas, lo conforman como un gran hombre de tango, que merece un reconocimiento a la altura de sus méritos. Y, por supuesto, sumarlo a su calidad de músico, reconocido por los hombres del tango y todos aquellos vocalistas que supo acompañar, incluso en largas giras por toda América, como el caso de Alberto Gómez o la gran Nelly Omar.
Lo ví pasar muchas veces con su guitarra enfundada, y su pinta, por la esquina de Lavalle y Esmeralda. Allí comenzaba mi periplo nochero cuando rozaba la veintena de años. Me encontraba seguido con el Negro Hugo Díaz que tocaba en la Confitería Trocadero y previamente paraba en el Bar Suárez de la citada esquina. Chamuyaba mucho con El Negro y me reía como loco con sus chistes santiagueños. A veces se paraba un ratito Pedro Laurenz con su fueye rumbo al trabajo diario y también se quedó en alguna ocasión compartiendo un trago con nosotros José Canet, pispeando el reloj de su muñeca, por si acaso...
En uno de esos salteados encuentros, yo le hablaba de sus tangos y lo que me provocaban como milonguero. Y en la cita, me recordó que La abandoné y no sabía la escribió en Chile, en 1943, donde se hallaba secundando a Alberto Gómez, y el corazón chirriaba por los recuerdos.
-Cuando uno se encuentra lejos del pago, a veces se tiene una sensación de vacío, de melancolía y de abandono - decía haciendo un gesto significativo-. Y bueno escribir, componer, es como un acto de contrición... Y más de lo mismo me sucedió con Tarde, que la escribí en Caracas en el año 47. Hay muchos momentos en que uno se da cuenta que no hay nada más paralizante que el olvido. Como en esos viajes largos la cabeza da muchas vueltas, los recuerdos se aparecen con todo su peso sentimental y claro, también sirven como fuente de inspiración.
Lo dije antes, esos temas me llegan con hondura, porque todos arrastramos esas sombras que pareciera que las hemos dejado en el camino y de repente reviven en un viaje, en el pre sueño, en una charleta insignifcante o tomando un café al bardo. Admiro a este hombre del barrio de La Paternal, que no solamente supo destacar como músico y compositor, sino que logró encajar unos versos que destilan porteñismo, deschave, y fueron piezas importantes en las partituras de las grandes orquestas del cuarenta.
Por eso escucho una y otra vez con emoción estas grabaciones. Por ejemplo: La abandoné y no sabía por Osvaldo Pugliese, su orquesta y Roberto Chanel, grabado el 20 de julio de 1944 (genial). Y Tarde, por Miguel Montero con la orquesta de Francisco Lomuto, registrado el 27 de octubre de 1950.
Osvaldo Pugliese - La abandoné y no sabía (R.Chanel)
300- Tarde- Francisco Lomuto-Miguel Montero