sábado, 15 de junio de 2013

Depredadores


Hoy me toca ocuparme de la milonga, o sea, de las pistas de baile que compartimos con otras personas. Aunque parezca en principio un tema trivial, no lo es para quienes frecuentamos esos maravillosos sitios de esparcimiento y recogimiento a la vez, porque bailar el tango, conlleva una forma de expresar con movimientos lo que sentimos por dentro.

Todos los vareadores y milonguitas que nos movemos en ese escenario conjunto deberíamos experimentar ese respeto, no sólo por afición que nos lleva y arrastra hacia la milonga, sino por los demás congéneres que se apiñan a nuestro lado.
                                   

Ese esmerado tejido de melodía y armonía que vamos a interpretar, debe tener correlación con el mismo. O sea, tenemos que corresponderle con nuestros movimientos y movernos en absoluta armonía con el resto de participantes en la interminable rueda. Se trata de un anclaje sentimental profundo. El tango no es salsa,  no es bachata, es otra cosa y los bailarines asilvestrados que nunca llegan a entenderlo, le hacen un grave daño a la causa del tango y a esta danza que se inventó hace más de cien años.

Esa falta de consideración hacia el resto de parejas, el no saber moverse dentro de la energía que se genera en ciertos sitios, el no entender los gestos de sensibilidad contenida, y el moverse a toda marcha como si estuvieran solos y no dentro de un bosque de piernas, les lleva a esos depredadores de la pista a chocar constantemente, como esos autitos para niños de los parques de atracciones.

Llega un momento es que esa falta de civismo y de respeto por los demás, impide que disfrutemos  a conciencia de lo que estamos sintiendo cuando bailamos tango, milonga o valsecito. Si estos bailarines hiciesen lo mismo conduciendo un automóvil en una carretera entestada de vehículos o en una avenida de la ciudad, las catástrofes que podrían provocar, serían enormes.
                                       

Y precisamente los que intentan un exhibicionismo desenfrenado, están logrando precisamente todo lo contrario de lo que pretenden: demuestran que no saben bailar tango. Utilizan su cuerpo y el de su pareja para agredir al resto. Demuestran nula sensibilidad y por supuesto, un total desconocimiento de lo que es bailar el tango. Simplemente quieren llamar la atención y lo logran, pero por su grosería.

Los buenos bailarines se mueven con la elegancia y seguridad que proporciona el llevar en su equipaje dancístico milonguero, pertrechos tan sólidos como la técnica y la pasión. Y, por supuesto, como en la vieja teodicea, la razón de saber que estamos inmersos en un grupo; que compartimos un terreno en el cual debemos acotar nuestros movimientos, en función del movimiento del resto.
                                                         
Estos autitos chocadores que quieren impresionar, son precisamente la referencia de los otros, cuando se habla de los que bailan mal y agreden constantemente. Llega un momento en que nos cansamos de estos depredadores que impiden disfrutar al resto, de una noche milonguera a puro tango. Y lo peor, además, son los choques y los golpes destemplados que debemos aguantar con nuestros cuerpos.
                                                  

Comparado con otros países europeos, en España se baila mal, precisamente porque no se respeta la circulación, y de este modo no se logra la armonía que sí se aprecia en países cercanos. Incluso en Buenos Aires existen los depredadores que no respetan los códigos por ignorancia de ellos. Por supuesto, hablo de los que bailan fatal e impiden al resto disfrutar, porque también hay muchos milongueros/as bien enseñados y bien aprendidos que da gusto verlos en la pista, incluso en España.  Pero los asilvestrados que jamás lo aprendieron, nos perjudican a todos.

Y alguna vez hay que decirlo en voz alta: si quieren bailar solos, vayan al parque o a una calle sin vecinos. Pero déjennos en paz a los que pretendemos llevarnos a la cama las sensaciones de una noche en la que hemos bailado el tango con el alma a flor de piel.

Y para los que saben diferenciar una exhibición de una milonga a la que acudimos periódicamente, va esta demostración de Gustavo Naveira y Giselle Anne.

                                                                                  

                                 

                                                    

                                            

                                




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