jueves, 2 de mayo de 2013

El brujo del bandoneón

Así lo denominaron a Anselmo Aieta, en una época de grandes fueyes, como Maffia, Laurenz, Ciriaco Ortiz, Petrucelli, Minotto, Marcuci y otros que cimentaron la preeminencia del bandoneón en la leyenda que venía forjando el tango.

Si bien su orquesta no era un dechado de brillantez, sus fans se arracimaban y llenaban todos los locales de la calle Corrientes donde actuaba, o en los cines, para verlo en acción desplegando su fueye lujoso de recursos y fiorituras.

Le tocó reemplazar nada menos que a Eduardo Arolas en un cafetín de su barrio: San Telmo, cuando el Tigre se abría camino hacia el Armenonville, nada menos. Anduvo mostrando su manejo del instrumento por cafés variados hasta que en 1920 se instala en el palco del viejo Luna Park, de la antigua calle Corrientes angosta, pegado al templo de San Nicolás de Bari, junto a las guitarras del Rata Iriarte y el rosarino Carmona.
Anselmo Aieta al frente de su orquesta, con su legendario fueye
 Un año más tarde Enrique Delfino lo convoca al Teatro Nacional para su consagración definitiva. Se estrenaba el sainete Cuando un pobre se divierte, de Alberto Vaccarezza y la orquesta de Delfino hacía las escenas musicales del cabaret, estrenando el tango: La copa del olvido, del propio Delfino y Vaccarezza, cantado por el actor José Cicarelli, en octubre de 1921.

Pero Delfy había llevado a Aieta para que tocase exclusivamente solos de bandoneón. Y allí nació su lunga fama entre las ovaciones de los enfervorizados espectadores, rendidos ante el despliegue de su corcoveante fueye.
                                     
Anselmo había aprendido a balbucear el bandoneón junto a Genaro Expósito, más conocido como el Tano Genaro, aunque algún día le contaría a Francisco García Jiménez que, más que enseñarle, lo tenía a su lado para que le cebara algunos mates.

Pero finalmente, el alumno, tomó nota de lo que le veía hacer al maestro y lo incrustó en su memoria, de tal manera, que rápidamente superó en digitación e improvisación al supuesto profesor. Y su arte en ese aspecto lo llevó a arrastrar una enorme cantidad de gente para aplaudirlo al frente de su orquesta en el mítico Café Nacional, contiguo al Teatro del mismo nombre, al que el pueblo consagraría como La catedral del tango.

Por la orquesta de Aieta desfilarían músicos que luego serían famosos, como: Juan D'Arienzo, Luis Visca, Juan Polito, Jorge  Argentino Fernández, Alfredo Gobbi, Alfredo De Angelis, el Chula Clausi, Alfredo Calabró o Alfredo Corletto, amén de otros nombres conocidos.

Pero la faceta que lo consagraría definitivamente fue la de compositor. Un mérito enorme, considerando que Anselmo Aieta fue más un intuitivo que un músico preparado. La lista de sus sucesos es enorme. Solamente con García Jiménez escribió páginas memorables en la década del veinte: Alma en pena, Siga el corso, Suerte loca, Palomita blanca, Tus besos fueron míos, Bajo Belgrano, Entre sueños (también firma Juan Polito), Ya estamos iguales, Mariposita, El huérfano, Carnaval, Príncipe (también intervino Rafael Tuegols). Además de una larga ristra de instrumentales o colaboraciones con otros poetas.

En una fiesta en casa de De Angelis le hizo escuchar su tango instrumental Pavadita, que el Colorado grabaría con su orquesta en 1958. Luis Stazo, entonces primer bandoneonista de su formación, le hizo un arreglo y repentinamente en la década del noventa se puso de moda en las milongas, gracias a los musicalizadores, trasladándose el éxito a las pistas de todo el mundo.

Lo recordamos con su orquesta en uno de los temas citados: Alma en pena. Y en un solo instrumental: Palomita blanca. Pese a tratarse de una grabación radial, en este bello valsecito, veteado de recuerdos, podemos calibrar sus enormes recursos. Los mismos con los que Delfino le permitió abrir las puertas a su fama, en el Teatro Nacional.

01- Alma en pena - A. Aieta

03- Palomita blanca - A. Aieta




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