miércoles, 10 de octubre de 2012

A pan y agua

Hace un par de días le recordaba a un amigo mis andanzas por las milongas porteñas, en las cuales me incrusté definitvamente cuando merodeaba los 17 años.

Como decía mi buen amigo José Pedro Aresi:  La milonga es una enfermedad que contrajimos en la esquina del barrio y que no se cura nunca”.

Por eso, cuando nos encontramos con alguien "del palo", le damos rienda suelta a los recuerdos y aprovechamos para volver a instalarnos en aquellas noches de los años cincuenta, cuando Buenos Aires estaba poblado por cientos de clubes de barrio, cafés y confiterías, donde se podía ver a orquestas y cantores, o bailar, hasta romper los tamangos... como rezaba Carlitos Roldán.
         
La orquesta de Ángel D'Agostino y Vargas parado a la derecha
Y como en ese momento de la charleta tanguera, escuchábamos el vals Noches de Atenas, de Horacio Pettorossi, que Gardel grabó en 1933, y que destila los momentos vividos por Pettorossi en la capital de Grecia, me vino a la memoria una milonga que había en el Palacio Rivadavia, en el barrio de Flores. Los días viernes se armaba allí una milonga llamada precisamente Noches de Atenas, en la que, cada tanto, como cortina, ponían este tema por Gardel acompañado por la orquesta de Alberto Castellanos.

Por algún motivo tengo impreso en la memoria una noche que fui a milonguear allí, lleno de expectativas y la costumbre imperante en este sitio y en otros, era bailar con determinada orquesta, pero con versiones grabadas. Y esa noche de las visiones nostálgicas, fue con D'Agostino-Vargas.

Era una jornada veraniega,  maravillosa velada, el sitio tenía abundantes plantas, luces de colores y la sensación era muy cálida.

Todavía flotan en mi cabeza los tangazos de los dos ángeles: D'Agostino-Vargas. Y hoy los voy a rememorar en un video, con el tango A pan y agua, de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo. Cobián la escribió recordando sus días de castigo y encierro en el cuartel durante el servicio militar, y Cadícamo, más tarde le dió otro giro poético, rememorando, como yo ahora, madrugadas alegres y divertidas.                                          
                                                   
Y mientras La orquesta con 5 fueyes se luce en los compases y Angelito Vargas canta a ritmo, las parejas lo disfrutan bailando y aguzando la oreja. Y Eduardo del Piano se florea en unas variaciones que reviven los viejos tiempos.

Como acusa el verso:
Tango que viene de lejos / a acariciar mis oídos / como un recuerdo querido /con melancólicos dejos.






















1 comentario:

  1. Mi abuelo se llamaba José María Otero,¿tendremos algún parentesco?

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