lunes, 29 de octubre de 2018

Caminito amigo...

Había sido un desvío ferroviario. Desemboca en la esquina de las calles Magallanes y la antigua Del Crucero. hoy llamada   del Valle Iberlucea. Un buen día se me ocurrió convertir ese potrero en una calle alegre. Logré que fueran pintadas con colores todas las casas de material y de madera y cinc que lindaban por sus fondos con ese estrecho caminito, sitio en el que se inspiró Filiberto para componer su afortunado "Caminito", que precisamente, saliendo de la Vuelta de Rocha, ha dado triunfalmente la vuelta al mundo.

Y el viejo potrero fue una alegre y hermosa calle, con el nombre de la hermoisa canción y en ella se instaló un verdadero Museo de Arte, en el que se pueden admirar las obras de afamados arrtistas, donadas por sus autores generosamente. El color de la Boca tiene un motivo y un sentido. Las casas de madera y cinc necesitaban ser pimntadas con frecuencia. Sus antiguos ocupantes, la mayoría de ellos marineros y la demás gente que vivía en la Ribera, utilizaban los restos de pintura que les quedaba después de pintar barcos -a veces pequeñas porciones de pintura en pasta- y las utilizaban en un mismo frente, tratando de disimular con adornos el empleo de diferentes colores.

                             

De ese modo, la pared podía ser verde, las puertas amarillas y las persianas rojas. Razones respetables originaron ese color tradicional de las casas de la Boca; ellas son la modestia de recursos de sus ocupantes y su deseo de conservar y mejorar sus viviendas con la renovada pintura. Ese color habla a la emoción de quienes aman a su viejo barrio tan característico y distinto de los demás barrios porteños, convertido por eso en atracción de los turistas. Creo que podemos decir con optimismo que en La Boca hemos ganado la batalla del color.

Un encuentro histórico

Como todo vecino de La Boca tenía por fuerza que pertenecer a alguna agrupación: yo me inscribí en la Sociedad Unión de La Boca, dentro de la cual funcionaba el Conservatorio Pezzini-Sttiatessi. El salón Unión, como todos le decíamos en La Boca, era una especie de academia universal donde se enseñaba música, canto, dibujo, pintura, yeso, corte y confección y no sé cuántas cosas más.

                         
Dos grandes de la música y la pintura: Juan de Dios Filiberto y Quinquela Martín

Entre los conocimientos que adquirí en el salón Unión, está también un amigo que habría de durarme toda la vida. Asistía a tomar lecciones de violín en el Conservatorio. Era guitarrero y quería ser músico, pero apenas terminaba su lección de violín, se llegaba hasta la clase de pintura de Lazzari porque prefería la amistad de los pintores a la de los músicos.

Allí nos encontramos y allí nos presentamos uno a otro, tuteándonos desde el primer momento:
-Vos, ¿cómo te llamás?
-Yo me llamo Benito. ¿Y vos?
-Yo me llamo Juan de Dios.
Era Juan de Dios Filiberto. Pero como ese nombre completo resultaba entonces demasiado largo, todos le llamábamos Juancito, aunque él prefería que le llamásemos Filiberto.

El arte colorido de La Boca pintado por Benito Quinquela Martín

Las serenatas

Fue en un conventillo de Olavarría y Hernadarias. Allí acudimos todos, con Filiberto a la cabeza. Se trataba de dar una serenata en la calle, pero nos invitaron a pasar al patio. En lo mejor de la fiesta, alguien trajo la noticia de que en una de las piezas había una enferma grave. Filiberto dio entonces orden de suspender la música y emprender la retirada. Pero cuando nos disponíamos a marcharnos, la propia enferma nos hizo llegar su deseo de que quería oír un tango.

Las guitarras y los cantores atacaron con la melodía pedida y cuando terminó el canto, la enferma había muerto. Alguno de los presentes le echó la culpa al tango. Pero Filiberto lo atajó y se mandó una de sus frases:
-Si la enferma se tenía que morir, mejor que se haya muerto con una serenata. ¡Debe ser lindo morirse al compás de un tango!

Benito Quinquela Martín (Del libro "Vida de Quinquela Martín", de Andrés Muñoz)

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