jueves, 30 de agosto de 2018

La luz de un fósforo

Me satisface poder comunicar que han pasado de novecientas mil las visitas a este blog tanguero y milonguero que arrancó, modestamente, en febrero de 2012 y que hoy se ve en muchos países del mundo. Al día de hoy hay más de 1550 entradas. Todo ello me impulsa a seguir contando historias tangueras, algunas de las cuales he vivido de cerca y en otras me explayo a partir del sentimiento y de anécdotas y hechos que abundan en el género y que me permito revivir.

Claro que le permanencia de Tangos al bardo es más duradera que el título de este hermoso tango con el que pretendo celebrar el acompañamiento de tantos compañeros de travesía que siguen la página y me incitan en la continuación de la misma. Y he elegido La luz de un fósforo porque me parece un tango hermoso que ratifica aquello de que los versos y la música,  cuando tienen el color y la sustancia debida, el rostro pasajero de un amor, la música nostálgica, el brillo del canto, se encandenan a nuestros sentimientos para siempre.

                                       


Los versos son de Enrique Cadícamo, ese poeta que nos dejó tantas pinturas evocando la época que vivió como pocos y contando algo ligero como un soplo de vida, que se galvaniza con la música del pianista y compositor Alberto Suárez Villanueva y el registro primero de Aníbal Troilo con la voz de Alberto Marino,  llevado a cabo el 17 de diciembre de 1943, que fue todo un impacto.

De paso me complace recrear la figura de este pianista rosarino, uno de los que llegaron a Buenos aires y se amontonaron en la mítica Pensión La Alegría, de la calle Salta 321, donde Humberto Cerino y su esposa atendían a tantos huéspedes arribados de distintos pueblos y ciudades, y que harían historia en el tango. Entre ellos Francini, Pontier, Antonio Ríos, Ahumada, Barbato, Herreros, Argentino Galván, Scorticati, Howard, Tití Rossi y tantos otros.

                                         


Suárez Villanueva traía una sólida formación musical y gracias a la amistad que entabló con Enrique Cadícamo, y al consejo de éste,  frecuentó a Juan Carlos Cobián, quien le dió una mano cordial y le transmitió algunos códigos y fundamentos del tango. Ocupó el sillón del piano en algunos conjuntos y en forma efectiva en radio Belgrano, donde Libertad Lamarque estrenó un hermoso tango suyo "Din Don", con Evaristo Fratantoni. Tenía 24 años y su destino parecía destinado a idear melodías, estructurar temas, siempre en la idea de concertar ese ritmo sencillo y unviersal que imprimirá a sus creaciones.

En este sentido demostró su gran sensibilidad al componer piezas tan sentidas como Es en vano llorar, Lloran las campanas, Mientras duerme la ciudad, Al compás de un tango, Lejos de Buenos Aires, Tu melodía, Quiero que sepan, todas con versos de Oscar Rubens. La sociedad entre ambos devenía del hecho de que Suárez Villanueva había sucedido a Mariano Mores en la Academia de los Rubistein como profesor. También engarzó temas con Eduardo Moreno, con el citado Fratantoni, con Cadícamo, Razzano y otros.

Ocupó el palco del Marzotto de la calle Corrientes, al frente de su orquesta durante un tiempo prolongado. Estaría algunos años radicado en Montevideo, donde abrió una Academia y al regreso se dedicó a la enseñanza y siguió componiendo temas. Uno de los más bellos es sin duda La luz de un fósforo, con su amigo Cadícamo, que en su momento fue todo un suceso. Y que hoy revivo aquí.

Nos encontramos, tú y yo,
y al conversar, 
nos detuvimos...
Un algo raro tenías
cuando callabas,
cuando reías...
La esgrima sentimental
al fin surgió
la tarde aquella...
Después... ¡qué poco quedó!
El viento, todo lo llevó.

Cadícamo ya dijo casi todo en la primera parte. El rapsoda del tango que nos obligó a memorizar sus versos con la levadura de su palabra, bosqueja el comienzo del amor que muere antes de nacer y lo metaforiza con la luz brillante, llamativa y fugaz del fósforo encendido. A la vez nos quedan incógnitas. ¿volverían a verse? ¿Consumarían el amor? Y nos tiene pendientes en la siguiente estrofa.

La luz de un fósforo fue                             
nuestro amor
pasajero...
Duró tan poco... lo sé...
como un fulgor
que da el lucero...
La luz de un fósforo fue,
nada más, 
nuestro idilio...
Otra ilusión que se va
del corazón
y que no vuelve más...

Uno piensa que este tema debería tener continuación, nuevos encuentros, pero Cadícamo con su pericia poética lo desdibuja y lo inserta en la chatarrería sentimental, dejándonos el posgusto de lo que prometía y no pudo ser, en dos líneas finales:

La vida es toda ilusión
y un prisma es el corazsón...

Vale la pena recordarlo en la versión de ese excelente cantor que es Ariel Ardit acompañado por la magnífica orquesta que dirige el pianista Andrés Linetzky. El arreglo es muy destacable incluso.

                                     






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