lunes, 19 de febrero de 2018

En un rincón

Cuando amontonás muchas noches, días, madrugadas con aventuras, heridas, historias que dejaron flecos..., el camino se va nutriendo de pasiones, sentimientos, adioses, excitantes improvisaciones, el misterio del amor y el aprendizaje del abandono. Son experiencias que devienen en un síndrome emocional. El tiempo dilatado de las caricias, el tiempo del éxtasis, la espita de la melancolía que el poeta lleva al papel convertido en verso. Historias de vida.

El tango tuvo a esos personajes que supieron llevar esos capítulos de existencia al poema, que, hilado con la música de compositores inspirados, lograron a través de su propuesta estética, el hecho de que  muchas historias maceradas en el dolor del adiós final, quedaran para siempre reflejadas en el tango. En medio está la simbiosis química que unió temporalmente a dos personas y el testimonio que recorre el derrotero musical.

Homero Manzi

¿Quien no pasó por esos momentos de exaltación, de angustia, de amor o romances pasajeros que dejaron huella? El mundo de la música en general se nutre de ellos y el tango, tan nostálgico, supo recrearlos en páginas hermosas, tremendas, de sus poetas y compositores.

Y cuando escucho a la orquesta de Lucio Demare, por ejemplo, hoy, me inspira especialmente esa recurrencia a la mirada hacia atrás. Tiene una cosa que no sé como definirla, pero al compás de su ritmo lánguido, especial, sentimentalmente muy siglo veinte, se me da por reflexionar sobre la vida, los momentos hermosos y los momentos truncados. Máxime si el que está cantando con la orquesta es Raúl Berón. Y me envuelvo con ellos en este tango de Homero Manzi y Héctor María Artola.

Allí, tal vez, tal vez
tu ayer encontraré,
tu ayer cargado de silencio
volviendo por las calles del recuerdo.
La vida que se ha muerto y no se ha muerto
Sombras...! Sueños...!
Quemar... quemar el corazón
y luego recordar
en un rincón...!

                                    
Como una especie de apóstol obstinado del amor fou, Manzi se especializó, entre otros argumentarios, en la reviviscencia del  tiempo pasado, con su sensibilidad perceptiva y su brocha fértil. Tal vez motivado  con el único objetivo de que la escritura alivie su tristeza, el autor se mira en el espejo de una decepción compartida. Y Artola le pone el marco musical para que el mensaje nos llegue a fondo y nos sumerja en la misma casa de niebla del protagonista.

La luz feliz...
La luna llena...
Tus ojos grandes...
tus manos buenas...
Y al fin la soledad del corazón. 
En un rincón
murió tu voz.
La luz más gris, más gris mi amor. 

Hay días grises, de esos que muerden el alma, y uno no puede menos que imaginar lo que pasaría por la mente de Homero cuando abría su corazón lacerado por el flujo azaroso de la memoria. El cepo de los sintáctico no lo abruma y su pluma deja una constancia lúcida y desencantada, con una gran zambullida en la nostalgia de lo perdido. No hay amor sin dolor. El ritmo de la música y el verso forman una unidad que alimentan el significado. 

No sé si al fin mi amor 
sabrá decirte adiós...
y hundirte en el olvido
consciente de que todo se ha perdido.
Es triste comprender que ya te has ido...!
Sombras...! Sueños...!
Mejor seguir sin ese adiós
viviendo del ayer
en un rincón...!

La versión de Lucio Demare con Raúl Berón es impecable. Lo llevaron al disco el 21 de diciembre de 1943 y es ideal para escucharlo en un día gris o con lluvia para que te penetre por todos los poros del álbum personal... 




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