jueves, 21 de diciembre de 2017

Sur

Para mí, este tango viene a ser como el himno porteño. Si cuando se estrenó, en 1947, resultó un impacto en toda regla, el paso de los años no lo ha desflecado, por el contrario, sigue manteniendo esa sensación maravillosa que le dieron los versos de Manzi, la música que le acopló Troilo a los mismos y la intestinal interpretación de Edmundo Rivero con la orquesta de Pichuco. Insuperable

Es posible que a mí me llegue más el tema por varios motivos. El hecho de haberme criado en un barrio del sur como Parque Patricios, vecino de Barracas, Boedo y Pompeya. Que haya trajinado sus calles, bailando en sus milongas, jugar aquellos partidos de fútbol barriales a cara de perro, las primeras citas con chicas en aquellos lares, me imprima un toque especial. Que sienta de un modo profundo este tango. Pero esa vibración hecha polen de elementos, guarda en sus entrañas una época, una acuarela de mirada juvenil hacia atrás del barrio, de las citas primeras, del paisaje desvanecido.

                                   


La historia del tango es la historia de la ciudad y de alguna manera representa nuestra manera de ser. O de una mayoría. Genial inspiración de Pichuco poniéndole música a estas imágenes de Manzi, insuflándoles aliento poético. Respetan los versos y parecen transportar su espíritu, la emoción, con sus punzadas de dolor. El tango se sobrevive en evocaciones y pocos tuvieron el pincel expresivo y poético de Manzi, cuyas creaciones no fueron ni serán  enturbiadas por el olvido.

El propio Edmundo Rivero recordaba aquellos momentos con la emoción a flor de labios:

   -El año cuarenta y siete lo tenía todo en plenitud, polémico, ya jugado políticamente. Pero ese mismo año trajo también tristezas: había partido otro grande, Celedonio Flores, el letrista más admirado por mí hasta entonces. Uno de los que despidió sus restos fue Homero Manzi, ya también herido de muerte. Poco después él me iba a dar a cantar su verdadera despedida, ese milagro suyo y del Gordo Troilo que se llama Sur.

   -Homero era otra figura porteña hasta el caracú, a pesar de ser por nacimiento un santiagueño de Añatuya. Su barrio de pibe había sido casi el mismo que me vio nacer, ese Sur del tango. Pero él creció allí, aprendiéndose cada piedra desde "mi" Puente hasta Boedo. Él fue quien dijo, precisamente de Boedo, que era "como un paso pesado que daba el Puente Alsina para llegar al centro". Por algo uno de sus maestros fue otro grande del barrio: José González Castillo.

                               
La magia de Pichuco y de Rivero interpretando el tango que sigue emocionándonos: Sur


   -Cuando estrenamos Sur en el Tibidabo pareció que las muchachas dejaban de respirar, había quedado el lugar en un trance casi religioso. Manzi era un hombre que, con su sola presencia, era capaz de hiptnotizar a toda la milonga. Pero de allí en adelante ni siquiera iba a necesitar estar presente; quedaba su tango Sur, ese que yo no puedo cantar nunca sin volver a sentir la misma emoción de aquella primera vez. Pero ya sabíamos que ese "todo ha muerto, ya lo sé" contenía la más triste de las certezas, que Sur iba a ser su verdadera despedida...

Héctor Chupita Stamponi afirmaría en una entrevista televisada, que el escritor Ernesto Sábato le confesó: "Daría toda mi obra a cambio del privilegio de ser el autor de Sur".

Nelly Omar recordaba la noche en que Homero Manzi llegó  a su casa junto con  el bandoneonista Félix Lipesker. Traía los versos de Sur y le pidió que, acompañada por Lipesker, le tarareara por teléfono el nuevo tango a Edmundo Rivero. Y ella lo hizo lagrimeando, emocionada con esos versos que luego cantaría en público, pocos días antes que lo estrenase Pichuco con Rivero.

                                        

La amistad de Troilo con Manzi derivó en una alianza decisiva para el tango. El estímulo entre ambos forjó verdaderas creaciones, inoxidables, como Barrio de tango, Romance de barrio, Ché bandoneón, Discepolín y este milagro de Sur. Centinela sensible, testigo del corazón de su ciudad, Manzi le cantó a unas calles, árboles, balcones de suburbio, la esquina mal iluminada y azotada por el viento, macerando las penas e iluminando la nostalgia de tantos porteños encerrados en las peripecias de sus versos. Las caricias y remembranzas del romance  juvenil que viven en Sur, nos van internando en todo aquello que de alguna manera también sentimos como anecdotario nuestro.

Pompeya y más allá la inundación...

Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre flotando en el adiós...

La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón.
Y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón...

Sur,
paredón y después...
Sur,
una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras
recostado en la vidriera
y esperándote

Las calles y la luna suburbana
y mi amor y tu ventana
todo ha muerto Ya lo sé..

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgia de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrio que ha cambiado
y amargura del sueño que murió.

                                     
Reencuentro de Edmundo Rivero y Aníbal Troilo veraneando en Mar del Plata

Una noche en Mar del Plata, yo estaba cubriendo el torneo futbolístico de la ciudad balnearia y como esa noche no había partido, acepté la invitación de mi querido amigo Leonardo Izo, que regentaba la boite Re-Fa-Si. Estaba sentado en la terraza del local, era temprano, y llegó Pichuco. Se sentó en mi mesa, hablamos un rato de fútbol -era hincha de River-  y luego en la charla, le conté la emoción que sentí la primera vez que escuché Sur, aunque yo era un pibito entonces. Y me confesó:

-Los versos de Manzi fueron todos maravillosos, pero en Sur se pasó... Lo leí y releí y me senté con el fueye una madrugada a meterle música. Me tomé un wiski y sólo pude escribir a esa hora de la luna y las estrellas, cuando la ciudad está durmiendo. De día, con las bocinas y el movimiento de la gente, me hubiera sido imposible. Me transporté... Esos versos me llevaron... Y Rivero le encontró el tono justo. Nos sentimos todos viajando en el espacio la noche del estreno... Sí, fue algo mágico.

 Me sigo emocionando cuando vuelvo a escucharlo por enésima vez en esta grabación del 23 de febrero de 1948, la primera que sacudió al todo Buenos Aires tanguero. También lo cantó en vivo Rivero  con Osvaldo Pugliese y su orquesta en El Viejo Almacén, despidiendo al conjunto que se iba de gira. Incluso con el cuarteto de Pichuco, otra interpretación con Rivero en vivo.


Sur - Aníbal Troilo-Edmundo Rivero

Sur - Pugliese-Rivero en El Viejo almacén

Sur- Rivero con el cuarteto de Troilo en vivo







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