lunes, 27 de febrero de 2017

Fuego de tango

En la década del cincuenta, la de Osvaldo Pugliese fue la orquesta con la cual hemos bailado, los miembros de nuestra barra, más veces en vivo y en directo. Porque vino muchas veces al Club Atlético Huracán, frente al Parque Patricios, cuya sede social era de las más modernas y estaba provisto de varias pistas, dos de ellas de madera lustrosa. Era un lujo milonguear en semejantes instalaciones, que formaban parte de nuestro barrio.

El morocho cantor llegado desde La Plata, Juan Carlos Cobos, que después se mudó a Madrid, estuvo con Pugliese en este escenario. Miguel Montero no sólo debutó con la orquesta en Huracán, sino que, incluso, su última actuación con la orquesta del pianista de Villa Crespo, tuvo lugar en las mismas instalaciones. Por estos detalles y tantas experiencias que hemos vivido en el sitio, con muchedumbres que lo seguían a Pugliese y salían del club a las 4 de la mañana cantando consignas de apoyo a su orquesta, como si se tratase de hinchas de fútbol, vuelven una y otra vez  esas imágenes a nuestra memoria. Caso único en el tango.

                                          


Incluso estuvo Pugliese con su orquesta en los carnavales del 52 o 53. Era la época de su cantor Alberto Morán, que tenía una hinchada femenina de mucho calado y los seguidores de la orquesta lo aclamaban al grito de "¡Caruso...Caruso!", después de cada una de sus intervenciones tan esperadas. En ese entonces bailábamos con Pugliese de una forma natural, sentida, y la categoría de su repertorio, con  páginas y arreglos inolvidables, empujaban de lo lindo en la pista.

Pero lo mismo sucedía con las grabaciones, en la velada dominical que nunca nos perdíamos. Cuando aprendimos a movernos con el ritmo de las diferentes orquestas, no era necesario que los milongueros mayores que nos fueron revelando las claves del ritmo y compás, incidieran en las caracteríticas de cada  orquesta, porque nuestros oídos estaban de sobra acostumbrados al sonido que emanaba de las mismas. Por las audiciones de tango en la radio, los discos, los tangueros de los barrrios. Era, entonces un trance familiar, distinto al de los bailarines que se inician en el tango en otros países, actualmente, y para quienes todo es nuevo. Desde la música a los movimientos interpretativos de la danza.

                                           
      

Y claro, cuesta a veces disculpar a estos milongueros que no distinguen el tono de cada orquesta y bailan todo igual o parecido. No alcanzan, y vaya si se nota, a calar el tono, las cadencias, esos silencios que atesora la orquesta de Pugliese en sus interpretaciones, con arreglos geniales que nos piden a gritos unos movimientos acordes con la música. Y hasta pareciera difícil interpretarlos.  En muchos casos las enseñanzas dejan cabos sueltos que luego son difíciles de recuperar, pero, aparte de todo, está la amalgama de música y movimientos. No se puede bailar sin parar, como si estuviéramos inspirados por la orquesta de Troilo del 40, D'Arienzo o Tanturi. Porque la orquesta de repente se detiene en unos silencios que piden abrazo y contención íntima. Que es tan fuerte y ligada a la música, que emociona, aunque nos hamaquemos sin movernos del sitio.
 
Esas cadencias de la orquesta de Pugliese, sus pausas, son también Fuego de tango, como unas síncopas de Goñi con Troilo, los tutti finales de los fueyes de D'Arienzo en tantos temas, o el piano suave y cantarín de Di Sarli, llevándonos mágicamente por la pista en diálogo con sus violines maravillosos. O como este poema que  escribí para mi libro: "De fuleros berretines". Y que acá transcribo.

                                             





 Fuego de tango
                                                                       
                                          Vamos morocha a bailar
                                                    este tango sin par
                                                   que rezonga en la orquesta.”
                                                         Leopoldo Díaz Vélez
                          
 
Entrelazados los cuerpos con densidad emocional,
por el temblor de una pasión,
unidos vis a vis en el enjambre
con intención de eternidad y venas tangoespuma
recorren amorosamente el lento límite.

 Con la nota antigua recobrada,
 los  pies ansiosos
 en busca del ansiado paraíso,
 dibujan sobre la frontera exigua.
                              
Emborrachando el corazón entre galopes de piernas
abrevando en el ritmo,
trascienden sobre el movimiento incesante
con un redoble de sístoles y diástoles.
Los pasos apretados, insinuados
cual enjaulados pájaros en celo,
devorando la noche de luz lila.

La efímera fiesta encuentra la urgencia cancelada 
 y se introduce sobre el movimiento incesante
con la cortina musical interrumpiendo
ese abrazo amoroso, creando la dispersión ondulante
en  los difuminados rostros del paisaje.

Ellos se buscarán y volverán a unir sus formas
soñando, imanados, abrochar epifanías
sobre compases yumbeados o eternas troilerías
 para alcanzar al fin su cielotango.

                             Y el espejo devolviendo alegorías.
J.M.O


                               

                                                                                                                    

4 comentarios:

  1. salute jose maria y yo?...... la r pm q l p que no se bailar el gotan..... y bue..... hacelo vos por mi juan de boedo

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  2. Nunca es tarde... dale, animate un galito que lo sacás... Vamos... que te prendés...

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  3. Juan Carlos Cobos era de los pagos de Punta Alta.

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    1. Es cierto, y así lo puse en otra nota que hice sobre él, en este mismo blog el 19 de julio de 2013.

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