jueves, 21 de noviembre de 2024

Papel picado

    Este tango de padre e hijo (José González Castillo y Cátulo Castillo), siempre me llegó, me gustó, le encuentro algo especial. En parte porque de niño viví esos carnavales, las serpentinas, el papel picado, la fiesta en sí misma. Los versos de González Castillo desgranan restos de memorias simbolizadas en reconocibles huellas sociales en las cuales está reconsiderando el fracaso amoroso.  

   Decantado por la melancolía, reverbera la mirada hacia atrás, siente despertar una pasión antigua, tratada con delicadeza y sensibilidad. La añoranza se encalla en el simbolismo del Carnaval y todo su despliegue, en donde pueden pasar cosas alegres y en algunos casos las emociones quedan atrapadas en el discurrir de la pasión sentimental.                                          

José González Castillo
                                     

   Entonces entra a tallar la nieve como elemento agravante de la relación, en el paisaje de la realidad palpitante. Entre la neblina del recuerdo flotan proyecciones inconscientes, astilladas en  contenido e intensidad. Cautivo de la nostalgia, el poeta pretende sublimar un deseo no satisfecho y se encuentra con esos trocitos de papel que vuelan hacia él, como arma que convierte el amor en ceniza.

Pasaste en el turbión del carnaval
como un detalle más de su tropel,
y me arrojaste, riéndote al pasar
un manotón de trozos de papel.
Nevaba. Estaba viejo mi gabán
y yo sentí llegar al corazón,
como otra nieve cruel,
tus trozos de papel
que fueron pedacitos de ilusión...

   La fiesta del Carnaval es como una vez interna que lo aleja de la juventud dichosa y pasa a ser un espejo de su primera madurez. Las máscaras, al incómodo voyeur, lo instalan en el juego sarcástico de la vida y los pensamientos autodestructivos. Una ínsula extraña impregna el relato y el reverso inquietante se dispara en sus reflexiones por recuerdos reales o latitudes donde flirtea con la fantasía. 

                                           

Carnaval, carnaval,

Que te burlas de mí,
Volverás a pasar
Otra vez con Mimí...
Carnaval, carnaval...
¿Mis treinta años qué son?
Si no sé ni cantar
Ni olvidar tu canción.

 
También a mi buhardilla, un carnaval
Te trajo la comparsa aquella vez.
Era en París. Nevaba y no había pan
Y te pintó un banquete mi pincel.
Entonces eras nuevo, mi gabán,
Y loco el corazón... Ciega la fe...
Helaba y en mi afán
Lo mismo lo empeñé,
Para comprar papel
En vez de pan...


  (Ricardo Tanturi con su orquesta y el cantor Osvaldo Ribó grabó este tango el 26 de agosto de 1948. Y acá podemos escucharlo.)
                                  
                                    



                             


martes, 12 de noviembre de 2024

El gordo triste

                                                                                                  Para el gordo Pichuco,                                                                                                                  mi viejo maestro y amigo 

 


Por su pinta poeta de gorrión con gomina,  
por su voz que es un gato sobre ocultos platillos,
los enigmas del vino le acarician los ojos
y un dolor le perfuma la solapa y los astros.   

Grita el águila taura que se posa en sus dedos
convocando a los hijos en la cresta del sueño:
¡a llorar como el viento, con las lágrimas altas!,
¡a cantar como el pueblo, por milonga y por llanto!

Del brazo de un arcángel y un malandra
se va con sus anteojos de dos charcos,
a ver por quien se afligen las glicinas,
Pichuco de los puentes en silencio.

Por gracia de morir todas las noches
jamás le viene justa muerte alguna,
jamás le quedan flojas las estrellas,
Pichuco de la misa en los mercados. 

¿De que Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre
que un fósforo ha visto la tormenta crecida,
que camina derecho por atriles torcidos,
que organiza glorietas para perros sin luna?

No habrá nunca un porteño tan baqueano del alba,
con sus árboles tristes que se caen de parado.
¿Quién repite esta raza, esta raza de uno,
pero, quién la repite con trabajos y todo?

Por una aristocracia arrabalera,
tan sólo ha sido flaco con él mismo.
También el tiempo es gordo, y no parece,
Pichuco de las manos como patios.

Y ahora que las aguas van más calmas
y adentro de su fueye cantan pibes,
recuerde y sueñe y viva, gordo lindo,
amado por nosotros. Por nosotros.

  Horacio Ferrer escribió estos versos a los que Astor Piazzolla le puso música. Acá podemos recordar la interpretación que hizo Roberto Goyeneche con la orquesta de Piazzolla, en el Teatro Regina. Año 1982.

                               


                                                                               

martes, 5 de noviembre de 2024

Edmundo Rivero

  Mis maestros cantores


   De mi madre, recibí también el legado de milongas viejísimas que todavía canto, como Milonga en negro, traída a la ciudad por el payador Higinio Cazón, así como China hereje, que es también de mi remoto repertorio. La debo al gusto de mi padre por ese tipo de canciones viriles, y, sobre todo, a su admiración por otro payador: el oriental Juan Pedro López. Y creo que hemos llegado al punto en que conviene explicar un poco de todo esto de la herencia de los payadores que llevo tan a la vista. 

   En los años de mi infancia, el lunfardo todavía terminaba de macerarse en leoneras y taquerías, en quecos y bailongos, a pesar de que su existencia había sido reconocida ya cuarenta, cincuenta años atrás. Una que otra palabra asomaba de vez en cuando en las canciones del pueblo, pero sólo el tango habría de ser capaz de hacer durables a esos términos, de abrirles cancha para siempre.

   El propio tango había empezado a buscar su destino: ya no se concebían los títulos desfachatados de sus orígenes, como Dame la lata, Mordeme la oreja izquierda, Dos sin sacar y otros de comprensible parentesco con los lugares donde se empezaron a bailar. 

                                  


   Mi noche triste, en 1918, cambia la historia; es el teatro con sus grandes públicos de entonces quien pondrá ese título y esas palabras en boca de todos, como poco después, en 1920, hará con Milonguita y otros muchos. 

   Es el fin de la "Guardia vieja", el nacimiento de la nueva orquesta típica. El tango cantado pasa a ser un artículo de aceptación popular O, como ahora se diría, de "consumo masivo". Roberto Firpo desencadena una innovación fatal para los guitarreros al introducir el piano en los conjuntos típicos. Desalojada de allí, a la viola sólo le queda como destino posible el acompañamiento del cantor solitario.

   Hasta los cines y teatros van haciendo lugar a los pianos, o a los conjuntos que lo incluyen, y empiezan a desparecer los tríos, cuartetos o quintetos en los que la guitarra era fundadora y guía. Pero por un buen tiempo la vihuela aún será defendida por los últimos payadores.

   Yo era apenas un pibe convaleciente del gran jabón de Moquehuá, cuando murió Gabino Ezeiza, casualmente el mismo día de 1916 en que asumió su primera presidencia Hipólito Yrigoyen. Pero por el barrio de Saavedra, los mismo que por otras orillas de la pampa, por los corrales del Oeste o del Sur donde los reseros se juntaban, supo perdurar la presencia de los payadores.

   Alcancé a conocer a algunos de larga fama y, ya adolescente, a acompañar a otros que, como alguna vez sucedía, eran hábiles improvisadores pero negados para la guitarra. El de payador es un destino al que llegué tarde pero, alguna vez me prendía también en el viejísimo juego al menos para confirmarme lo difícil y hermoso que era.

  En ocasiones me han dicho que se me reconoce cierta influencia de aquellos poetas y cantores. Si fuese verdad sería uno de mis mayores orgullos, de mis mejores méritos.

   A otros de aquellos hombres los conocí cuando, ya grandes también en edad, se acercaron a mí con su saludo y los modestos libros o folletos en que habían reunido sus hazañas. De ellos -y de mi memoria- he recogido algunos fragmentos que me parecen  un homenaje justo y necesario en mi propio libro.

(De su libro "UNA LUZ DE ALMACÉN" (El lunfardo y yo)



viernes, 1 de noviembre de 2024

Olga Besio y la milonga

  Lo que a toda persona que quiera bailar el tango debería quedarle bien claro desde el principio; (Y a toda persona que quiera enseñar, también).

   Muchas veces me han preguntado cómo se debería enseñar a bailar el tango a los principiantes. Y es probable que cada maestro se plantee esta cuestión una y mil veces, según sean los alumnos con quienes deba iniciar este camino en cada oportunidad. Y es también la misteriosa incógnita de aquellos que un día deciden acercarse por primera vez a este baile tan complejo en apariencia, pero cuyos fundamentos son tan simples y a la vez tan cargados de sentido.

                               


   La respuesta a esta pregunta apunta, según mi modo de ver, no solamente a los aspectos metodológicos, y menos aún a los “contenidos” meramente formales tales como pasos matemáticos o frías maneras de caminar o girar.

   En efecto, ¿qué es esencialmente, profundamente, el tango bailado? Seguramente NO es una sucesión de pasos, figuras, estructuras, movimientos. Algo mucho más profundo sustenta todo eso. Y ese “algo” más profundo no es precisamente “técnico”, sino que se trata de un factor muy anterior, primario y fundamental.

   En una enunciación simple, sin pretender asignar un orden cronológico ni jerárquico, podríamos decir que se trata de una relación natural, humana, intuitiva, sensorial, con un “otro” humano y con un “otro” sonoro.

   Entonces quizás podríamos decir también que en primer lugar deberíamos elaborar, construir o bien develar la relación de unidad-dualidad con la otra persona –el compañero o compañera de baile-, alguien con quien podemos hacer algo tan sencillo como movernos juntos (que muchas veces resulta tan difícil) o mover juntos un objeto. (Todo esto, sin distinción todavía de los roles de llevar y seguir, que deberían trabajarse ambos simultáneamente para las dos personas, a fin de llegar a una comprensión plena de ambos aspectos – que no son opuestos sino absolutamente complementarios, dado que se necesitan mutuamente.).

                                      

Gstavo Naveira y Olga Besio bailando en  un Festival en Alemania

   ¿Cómo lograrlo? Permitiendo que mi cuerpo dialogue con el cuerpo de la otra persona, que “le hable de frente”, que lo “escuche”, que fluya una comunicación tan simple y natural como la que fluye en la vida cotidiana cuando hago algo con alguien o cuando hablo con alguien, colocándome frente a esa persona, con todo mi ser “de frente”, y no solamente dos cuerpos… sino dos personas, con alma, sentimientos, emociones… y la humana, divina y animal capacidad de ser-con-otro.

   Ah, me olvidaba: ¿y el abrazo? Sí, claro: el brazo en tal posición, la mano a una determinada altura, el ángulo… qué complicado… quizás pueda medirlo con regla, escuadra y compás… Hmmm… ¿Y si simplemente abrazo a la otra persona y hago que me abrace? Un brazo verdadero, humano, cálido, firme y dulce a la vez… Después puedo tomarle la mano o permitirle que tome la mía y… quizás si lo mido ahora, encuentre un “correcto” abrazo de tango!! Amigos, el abrazo de tango es simplemente eso: ¡¡un abrazo!! Y no una mera “posición de brazos”…

   Un buen abrazo es algo natural, humano, cómodo y agradable para las dos personas, y permite abordar otros aspectos de nuestro tema: el movimiento, el jugar con el peso de la otra persona y con el propio, el hacer algo juntos como… bailar. Como ya dije el algún otro artículo, bailar es un hecho natural que nace con el ser humano. Todo lo que aquí se plantea, también lo es. Y todo lo que solemos considerar “técnicamente necesario y/o correcto” no es ni más ni menos que una consecuencia de algo que en su origen es absolutamente natural. Bailar es un hecho natural. Entonces, evitemos estereotipos…

   Uh, creo que todavía falta algo. El diálogo es, por definición, “de dos”. Pero en el caso del tango (¿quizás en el caso de toda danza que se baile de a dos?), el diálogo se me presenta como “de tres”… Claro, el “tercero” es la MÚSICA. Y en este maravilloso, sorprendente, atrapante “TRIÁLOGO”, es donde vemos nacer el baile tanguero y con él el caminar, la improvisación y la creatividad.

   Después vendrán los pasos, las figuras, los estilos y toda la infinita variedad que el tango, o la milonga, o el vals, pueden brindarnos.

   Entonces, creo que esto es lo que se debería enseñar y aprender en la primera lección:

* El diálogo con la otra persona. La absoluta seguridad de que todo lo que ocurra en el baile es obra y responsabilidad de ambas personas en el sentido de que, en los hechos, la pareja de baile se construye entre los dos (cada uno desde su rol) elaborando cada uno lo que le corresponde y colaborando en todo con su compañero o compañera. Dentro de este diálogo, como uno de sus aspectos, está incluido el abrazo.

* El diálogo con la música. Dentro de este diálogo, como una de sus posibilidades, está incluido el caminar.

* En definitiva, el “triálogo”, la profunda comunicación entre estos tres elementos fundamentales (las dos personas y la música), con toda la increíble significatividad, profundidad y complejidad de detalles que esto encierra. Dentro de este “triálogo” está incluido el caminar abrazados y según la música.

* Y la comprensión indubitable de que todos estos aspectos constituyen una unidad que anida precisamente, y como un hecho fundamental, en la esencia del tango.

   Ésta sería, según mi criterio, la primera lección. Pero… ¿cuánto debería durar? ¿una hora y media? ¿Dos horas? ¿Un mes? Quizás toda la vida.

OLGA BESIO 

(La gran maestra del tango acaba de fallecer y este recuerdo nos la devuelve con todas sus capacidades para la enseñanza del baile)