sábado, 23 de marzo de 2024

Organito de la tarde

    En el año 1924 estaba en su apogeo el disco "Nacional", de la desaparecida compañía fonográfica Max Glücksmannn, y esta empresa resolvió efectuar concursos de tangos entre autores y compositores. El certamen inaugural se realizó dicho año en el cine-teatro Grand Splendid, de la calle Santa Fe, una de las tantas salas que por entonces pertenecían al circuito de los Glücskmann.

   A lo largo de una década siguieron efectuándose anualmente esos concursos, y habrá que reconocer el aporte exitoso, que, merced a ellos, ha recibido el nomenclátor de la melodía porteña. Por rara coincidencia -o mejor dicho, por la sinrazón del mecanismo con que se desarrollaban las ruedas previas y los veredictos finales- los mayores éxitos posteriores, con perdurable  trascendencia en el favor público, les correspondieron a tangos que no estuvieron en los dos puestos privilegiados de la meta.

   Voy a referirme hoy, justamente al tercer premio del concurso inicial, Organito de la tarde, página siempre fresca que trajo al primer plano de la notoriedad, en la canción ciudadana, a dos cultores de talento: el dramaturgo José González Castillo y su hijo Cátulo. 

                                 

José González Castillo y Cátulo.

   La orquesta del certamen era la de Roberto Firpo y los tangos competían solamente en su carácter musical, sin injerencia de la letra aunque la tuviesen. El mismo carácter fue el de los concursos de los siguientes años, porque en ese tiempo no existía aún el cantor de orquesta. Las obras, aunque inéditas, se presentaban a la empresa Glücksmann firmadas por sus propios autores, y eran seleccionadas por la dirección artística. 

  El voto que por mayoría les permitía pasar airosas de una rueda a otra, lo depositaba el público en una urna a la salida de la sala donde el concurso constituía el "Fin de fiesta" del común programa cinematográfico. Para hacerlo, inscribía el nombre del tango elegido en un talón que llevaba adherido la entrada.

                                 


    En ese primer concurso de 1924 presentó su Organito de la tarde el pibe Cátulo Castillo, de diecisiete años de edad, que más títulos que de músico los tenía de boxeador como campeón amateur de peso pluma. Sin embargo los puños del simpático e instruido púgil de la calle Boedo sabían abrirse también para mostrar unos promisorios dedos de violinista y pianista, que alentados por una dúctil concepción artística, bien heredadas, eran capaces de producir páginas melódicas populares como esa del Gran Splendid.

   -Creí comprender en seguida cómo era el jueguito del concurso - nos decía el comediógrafo y padre de Cátulo en amistosa charla-. Si cada entrada al cine equivalía a un voto, y viceversa, ganaba en fija el competidor que sacaba más entradas en la taquilla... Era clarito, ¿verdad? Y como el tango de mi hijo me gustaba y veía en el muchacho una segura vocación, me largué a sacar montones de entradas y convertirlas en votos desde la primera rueda.

  La cosa en principio anduvo bien para el tango de Cátulo, aunque en desmedro de mis bolsillos que no estaban entonces muy florecientes. Eso fue hasta la fecha final. Ese día, resuelto a endeudarme si era necesario, para que mi hijo ganara, corrí al Grand Splendid a sacar entradas por talonarios enteros. Y allí me enteré con amarga sorpresa de que no quedaba a la venta más que una discreta cantidad.

   El resto ya había sido despachado. Entonces me acordé de que los dos principales rivales de Cátulo en esa final eran Canaro con Sentimiento gaucho y Lomuto con Pa'que te acordés... -Qué dos nenes, ¡eh!.  --Lo madrugaron, señor, me dijo el boletero. Yo me fui rabioso con las magras entradas que conseguí. Y esa noche la urna le dio el primer puesto a Canaro, el segundo a Lomuto y detrás el chiquilín novato, pagando el derecho de piso..

El verdadero premio

   -¡Qué importa, don José!... ¡Qué importa, Cátulo! -digo ahora a tantos años del episodio, hablando para este mundo y el otro-: Usted don José, agregó a su acervo poético esas difundidas coplas que empiezan:                                                                       Al paso tardo de un pobre viejo, / puebla de notas el arrabal  / con un concierto de vidrios rotos / el organito crepuscular...

   Y en cuanto a vos, Cátulo, sabés que el premio verdadero no estaba en aquella urna de la manganilla, sino en el mérito positivo de tu novel Organito -cuando peinabas con raya al medio tu abundante cabellera- y en tu siguiente labor tesonera y afortunada- mientras se quedaba sin un pelo tu bocha inteligente.

Francisco García Jiménez

   Carlos Di Sarli con su orquesta grabó el tango en forma instrumental en 1942 y 1954. Podemos escuchar esta última versión del 31 de agosto del 54.

                                          


   Y también la de Roberto Rufino que canta acompañado por la orquesta que dirige Leo Lipesker, Grabado el 5 de febrero de 1959.

                                           



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