martes, 9 de enero de 2024

Rafael Alberti (2)

 Recuerdos de Argentina

SU HIJA ARGENTINA

 ...al cabo de poco tiempo en Argentina, escondidos en aquella quinta cordobesa de nuestro amigo Rodolfo Aráoz Alfaro, se anunció un acontecimiento, algo más importante que la publicación de mi nueva obra poética Entre el clavel y la espada. Y lo anunció María Teresa, hablando de la llegada de alguien que traería la paz después de tantos años de guerra y ya casi dos de exilio.

Quien llegó, la que llegó era una niña que le daríamos el bello y nuevo nombre de Aitana, el mismo de aquella serranía alicantina plateada de almendros. Y así nació, no la hija de mi vieja mar gaditana, sino la de ríos inmensos argentinos, anchos y sin orillas, a la que bauticé en mis versos australes como "rubia Aitana de América". Era el 9 de agosto de 1941:

Aquí la tenéis, ¡oh viejos mares mías! 
Encantámela tú, madre gaditana
es la recién nacida alegre de los ríos
Americanos, es la hija de los desastres.  

                                     



LEÓN FELIPE

...León Felipe, un día, con la ayuda de su sobrino, el gran torero mexicano Arruza, se presentó en mi casa de Buenos Aires, adonde había venido para dar agitados recitales y conferencias.  Bien sentado en una butaca, con aire y semidormido tono de revelación, me dijo que Unamuno cuando llegó por vez primera de su País Vasco a la meseta de Castilla, quiso advertir a Dios de su presencia en medio de la solitaria llanura.

-¡Dios, Dios, Señor, Dios, que ha llegado Unamuno! Soy Miguel de Unamuno, ¡Aquí estoy!

El cielo estaba negramente nublado, sólo se oía un gran silencio. Unamuno no cesaba de repetir:

-¡Dios, Dios, escucha, que ha llegado Unamuno!

Entonces, descorriendo las nubes, apareció una inmensa mano y tras ella, un poderoso brazo, oyéndose, a la vez que le mandaban un gigantesco corte de mangas a Unamuno, el rugido de Dios que decía:

¡Anda y que te den por culo!

REFUGIO

...A veces aquel refugio, no muy conocido de La arboleda, me salvó de  la presencia de la policía que más de una vez me anduvo buscando en cuanto los militares argentinos se desesperaban, siempre en sus manos las armas de la muerte, pensando en el derrocamiento del poder democrático. Nunca me encontraron,. además, yo tenía en aquel bosque otros escondites amigos que no eran La arboleda. Encuentro ahora una lejana poesía que registra estos hechos: 

Viniste al bosque, mientras te buscaban para prenderte... Tú nada sabías

MANUEL DE FALLA

...Tendrá que pasar otra vez mucho tiempo, y ya lejos, muy lejos de España, después de nuestra guerra civil, para que yo llamase, si no a la puerta de un monasterio , al menos de una ermita, no extraviada entre los montes morenos de nuestra Córdoba andaluza, como hubiera querido íntimamente entonces, para un futuro que no creía lejano, quien en ella vivía. Los montes llevaban otro nombre, y la ciudad que acogía a aquel viejo ermitaño, el muy precioso de Alta Gracia, en la provincia cordobesa de la república Argentina.

En la paz soleada de la purísima mañana, el Jardín de los Espinillos, la ermita, digo, la casa donde Manuel de Falla habitaba en voluntario destierro, lejos de su Granada, se hallaba ornada de cipreses, naranjos, aromos en el gualda supremo de su flor. Mi visita era para un concierto a tres voces, que Paco Aguilar, el más grande laudista, desgajado del cuarteto que llevaba su nombre, Donato Colacelli y yo acabábamos de presentar en el teatro Rivera Indarte de Córdoba, y que Falla -achaques siempre de salud- no había podido escuchar.  

Me van ustedes a disculpar el piano... - suplicó, abrigado en su poncho de vicuña, cuya severidad y color pardo hacían pensar en la monástica estameña, mientras observaba entre sus brazos el nuevo laúd, más moreno que el otro, de Paco. además de tener el piano con sordina, no anda muy bien de afinación. aunque esto, quizás, no importa demasiado. 

LA DESPEDIDA

¡Qué maravilla poder salir a respirar, después de tantos años forzosamente prisionero, paralizado en el río de la Plata, en la Argentina amada de verdad pero cada vez más estrecha y preocupante después del peronismo, de aquellos cohibidos gobiernos democráticos, amenazados hasta su extinción por las "engalonadas panteras" militares! 

Después de allanada mi casa, varias veces y de noche, por la policía; después de encarcelados, entre otros, escritores como el gran novelista guatemalteco  Miguel Ángel Asturias, cundiendo el pánico en las universidades, en el teatro, cerrada hasta la posibilidad de viajar a Uruguay, decidimos regresar a Europa para esperar, desde más cerca -¡Alguna vez sería!- el posible derrumbe del régimen franquista.  

Y fue el día 28 de mayo de 1963 cuando, por fin, con mucho más pesar que alegría en el corazón, dejamos Argentina después de haber permanecido en ella casi más de veinticuatro años, descendiendo del cielo una mañana sobre la ciudad de Milán, pocos días antes de la muerte del venerado Papa contadino Juan XXIII.  ¡Adiós, Buenos Aires, en donde publiqué más de veinte volúmenes de poesía, estrené obras teatrales, volví a ser pintor, celebrando innumerables exposiciones, recorrí toda la República recitando mis versos, dictando conferencias! Adiós Uruguay, casa luminosa de Punta del Este, playas de Cantegril, espejeantes de lobos marinos! ¡Bañados del Paraná, pampas inmensas de trigos y caballos! ¡Cielos de pájaros floridos, de cóndores y negros caranchos acechadores de la muerte!                                                                                                                                                                                                                                                     

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