lunes, 13 de noviembre de 2023

Absurdo

    La obra de Homero Expósito dejó una construcción poética-literaria en el tango que sirvió como renovación y con su prosa impulsora le dio al género la destreza de la sensibilidad expresada en palabras. Así como Manzi advirtió que la canción  era nuestra manera connatural de divulgación literaria, y Cadícamo con su fecundidad capacitada ratificó la porteñidad del género, Expósito fue el gran renovador. El que con su originalidad le dio al tango un vuelo más alto. 

   Cada una de sus piezas tangueras merece que nos detengamos en ellas, releerlas, escucharlas en las diversas interpretaciones y encontrarle nuevas aristas. Porque sumergido en la destreza de la sensibilidad, sumado al virtuosismo con que desarrolla cada una de sus creaciones, nos permite observar en las rendijas del texto, como se interrelaciona la memoria con el concepto.

                                      



   Este valsecito que compuso con su hermano Virgilio muestra las reminiscencias de un romance que se diluyó en el tiempo. Y regresa en la hojarasca del verso, en una encrucijada de remembranzas, con elegancia melancólica que bucean en su memoria. La sentimentalidad del tango la manejó Expósito como pocos, siendo un vals el que acompaña estas reminiscencias del poeta. 

Ayer estaba recordando
Tu casa... mi casa...
Portal donde la luna se aburrió esperando,
cedrón por donde el tiempo se perfuma y pasa.
Y al ver que nos pusimos viejos
y estamos más solos,
siento un vals en tu piano llorar
Y me pongo a pensar
si no llora de amor.
 
Era la era primera
que apaga la ojera
y enciende el rubor,
Y una noche - te acuerdas? - un beso
debajo del cerezo
sellaba nuestro amor.
Pudo el amor ser un nudo,
más dudo que pudo
luchando vencer...
Una casa era pobre, otra rica...
fácilmente se explica
que no pudo ser.

   Su hermano Virgilio recordaba ese amor juvenil frustrado, en su pueblo de Zárate, que Homero jamás pudo superar. Y varios temas suyos -como éste-, están recordándolo, como muestra de aquella desilusión insuperable. Lo golpea, incluso, el piano donde ella le hacía escuchar algunas canciones. Y ese vals que quedó incrustado en su memoria, y en sus reflexiones.

Así, por el recuerdo, lloro
tu casa... mi casa...
Tu amor, que está marchito en un estuche de oro,
mi amor, que al fin, de darse, se quedó sin brasas...
Y al ver que nos pusimos viejos
y todo fue en vano,
siento un vals en tu piano llorar
y me pongo a pensar
si no llora de amor.

   No fue de los temas de los Expósito más celebrados, pero destila en su texto y en las melancólicas evocaciones, esas briznas de la juventud con la frustración del amor que se murió en el tiempo. Una huella neuróticamente renovada y de la que nos beneficiamos nosotros como escuchas de estas notas y la telaraña emocional de la poesía. 
 
                                          



    Lo curioso fue que Virgilio Expósito subió a un tren en Retiro para viajar a Zárate y se encontró con Edmundo Eivero que también viajaba hacia ese destino. En un momento determinado, Virgilio le mostró a Rivero la partitura del valsecito. A éste le interesó el tema, incluso lo tocó en el tren con la guitarra, lo cantó y quedó en grabarlo. 
   
   Un año más tarde se reencontraron, y Virgilio, que pensaba que no le había gustado, se sorprendió cuando "El Feo" le dijo que ya lo tenía listo para grabar. Y lo hizo acompañado por la orquesta de Carlos Figari en junio de 1958. Roberto Goyeneche lo grabaría con el acompañamiento de Néstor Marconi y su orquesta en 1989, amén de otras versiones.

   Escuchamos la hermosa versión de Edmundo Rivero.

                         



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