sábado, 1 de julio de 2023

Cátulo Castillo boxeador

 

   Esta foto es un documento de gran valor sentimental, por los personajes que aparecen. Se trata del combate a 5 asaltos, de dos minutos cada uno, por por la categoría Gallo, en el Club Policial porteño.

   Los protagonistas del mismo: Cátulo Castillo y el español Luis Rayo. El jurado que está en el centro, es nada menos que Leopoldo Bard, que fuera primer presidente del club River Plate. Ocurrió en 1922, ambos era amateurs y pesaban 53 kilos en ese momento. Ovidio Cátulo González Castillo desarrollaba así una de las tantas etapas novelescas de su vida, ya que como boxeador llegó a protagonizar 78 combates. Se consagró campeón de Peso pluma y fue preseleccionado para las Olimpíadas de Ámsterdam en 1926.


   Curiosamente, muchos tangueros destacados se lucieron en los rings, como Celedonio Flores, Alcides Gandolfi Herreero (peleó con Cátulo), Pedro Quartucci, Juan Carlos La Madrid, Alfredo Carlino, Domingo Sciaraffia, o Ernesto De la Cruz. Cátulo era un buen esgrimista entre las cuerdas, como lo recordaban quienes lo vieron combatir, compaginando el boxeo, desde los 14  años, con sus estudios de piano y violín.
 
   A tal punto que un año más tarde, con sus 17 cumplidos, pone música a unos versos de su padre: José González Castillo, creando entre ambos un clásico del tango: Organito de la tarde. Como boxeador era el crédito del Club Policial, precisamente ubicado en la calle Rincón 32, donde a veces iba Gardel a entrenar allí, al lado del Café de los Angelitos, el famoso reducto donde recalaban tantos payadores y artistas.

   El que terminaría siendo uno de los poetas más importantes que ha dado nuestra música popular, vivió con su padre, exiliado político, en Valparaíso -Chile-, desde los dos hasta los 7 años, en que una amnistía le permitió el regreso al hombre vital de Boedo. En Valparaíso, el pequeño Cátulo se crió en un conventillo, impregnándose de la realidad de la pobreza, el sentido pesado de las cosas y la metaforización de las verdades.
                                                  


   Con 20 años y los derechos ganados por la música de tangos como Silbando -con Piana y letra de su padre-, Caminito del taller (letra suya) o Acuarelital de arrabal (Letra de su padre), acompaña al progenitor en un viaje a Europa para promocionar el tango y el teatro en el cual González Castillo fue un fructífero creador.
 
   Dos años más tarde Cátulo forma una orquesta y viaja a Madrid y Sevilla. La integra con Miguel Caló, Alberto Cima, los hermanos Alfredo, Ricardo y Carlos Malerba, Armando Flores y el cantor Roberto Maida. Y, por esas vueltas que tiene la vida, se reencuentra allí con Luis Rayo, que no sólo se ha convertido en un profesional de gran éxito, sino que ostenta en esos momentos la corona europea de los livianos. 

   El celebrado púgil español que dejó una gran estela en Buenos Aires, era un entusiasta hincha del tango y se abrazaron fraternalmente los dos viejos rivales de seis años atrás. Y, en la charla resolvieron planear un combate-exhibición porque en esos momentos algunos cronistas hispanos ironizaban denominando al tango como "el lamento del cornudo", por las letras que hablaban de los hombres traicionados por su pareja.  


                                         
   Y realizaron una pelea-exhibición que fue muy comentada en la prensa, sorprendidos por el hecho de que un músico tanguero pudiera subir a un ring a enfrentar a un campeón de Europa como Luis Rayo. Por supuesto, como Cátulo estaba totalmente fuera de entrenamiento, la cosa funcionó más por la parte técnica que por un toma y daca de los de verdad.

   Luis Rayo fue un boxeador de mucho arrastre en Argentina, no sólo entre la colonia hispana, sino incluso entre los buenos aficionados argentinos, dada su calidad y entrega. Incluso en Mendoza -de donde salieron tantos buenos púgiles- se creó un club de boxeo llamado Luis Rayo, en su homenaje y se lo recordaba pues combatió con los mejores púgiles argentinos de la época. 
     


                         

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