domingo, 14 de mayo de 2023

Roberto Rufino recuerda a Pichuco

    Troilo vivía a dos cuadras de mi casa, en Cabrera y Agüero, donde nació. Un día me mandó llamar y me hizo cantar Farolito de papel. Yo canté y cuando terminé, le preguntó a la madre si le gustaba. Así empezó mi relación con Pichuco.

   El Gordo venía mucho a mi casa, le encantaba estar acá. Mi suegra le hacía pastelitos dulces y él cada vez que venía me decía: "Decile a la gorda que me prepare los pastelitos". Era muy cariñoso. A veces pasaban horas y no hablábamos una palabra. Pero en casa estaba feliz. En aquel tiempo todos eran buenos, pero él sobresalía porque era tierno.

   Me acuerdo que hasta último momento, Pichuco dudaba de incorporarme en la orquesta y le preguntaba a Arturo de la Torre, que era su representante, para que le aconsejara. Después me invitó a cantar y fue tremendo, yo lo seguía a él cantando y él me seguía con el bandoneón. Él no quería que cantaras, sino que dijeras. quería escuchar palabra por palabra. No le gustaba que nadie desafinara ni un segundo. En eso era muy estricto.

                                


   Siempre estaba ingresando en la orquesta de Pichuco. A nosotros, los representantes nos vendían como a los futbolistas de hoy en día. Uno nunca sabía para qué orquesta iba a terminar cantando. El Gordo era muy especial, sabía de todo y se hacía el que no sabía nada. Él recibía los aplausos y se hacía el desentendido. Dejó toda una vida por la música.

   Yo capté mucho la simplicidad de Pichuco en la vida, trato de seguir sus pasos y vivir apreciando lo simple. Trato siempre de no pasar a nadie. Muchos creen que ser porteño es ser un avivado, pero el Gordo fue el porteño número uno y una persona que además de amar a Buenos Aires fue, por sobre todo, un tipo extremadamente respetuoso de los demás. Era alguien que no guardaba rencor por nadie; del que no simpatizaba, simplemente no hablaba. 

   Cuando un músico desafinaba o un instrumentista no daba en la nota correcta, él roncaba y pateaba el escenario. Pero no decía nada fuera de lugar. El Gordo es una de las personas a las que nunca escuché decir una mala palabra, ni siquiera cuando se enojaba. A Pichuco nunca le interesó la plata, ahora cualquier estrellita se desvive por unos mangos, antes no era así. Yo no canté jamás por la guita. La casa en que vivo es pura casualidad. Nos parecíamos en muchas cosas.

   Pichuco comenzó a ver algo de dinero cuando Zita se empezó a ocupar de todo. Ella lo acompañaba a todos lados. Había que verlo salir de la casa, el tipo era un dandy. Cuando estábamos ensayando se convertía en la persona más disciplinada, no se podía hablar de otra cosa que no fuera música. Era un grande como músico, director de orquesta y autor, era un verdadero señorito. Yo lo quiero porque es un grande. También don Carlos Di Sarli era un grande, y por suerte pude cantar en su orquesta.

                            


   Con Pichuco aprendí el silencio musical. Algo que es muy difícil. Sabía mucho de canto. Mientras tocaba el bandoneón, cantaba en voz baja. Era hincha de River, iba a la cancha a verlo. .Recuerdo que un día el relator de fútbol José María Muñoz le preguntó cuál era su orquesta preferida, y el Gordo despojándose de toda vanidad, le contestó: "Y... mirá..., una sola, la del maestro Carlos Di Sarli y se acabó": Le respondió como si fuera un nadie. 

   Él cobraba en SADAIC, mucho, pero al salir ya lo estaban esperando amigos y conocidos que necesitaban dinero. Llegaba a la casa sin plata. La guita no le importaba en lo más mínimo, vivía repartiéndola Más de una vez los quinieleros de Avellaneda le bancaron una grabación. Como andaba siempre sin un mango vivía de los préstamos. Unos de estos tipos, un tal Rosito, lo adoraba a Pichuco, incluso llegó a poner un restaurante con el nombre del Gordo. Venías muchos amigos entre los capitalistas del juego. 

   Al Gordo lo querían llevar a todas partes del mundo, como representante de la cultura argentina, pero él prefería las luces de la ciudad de Buenos Aires. Era muy común escucharlo decir a Pichuco. "vuelvo a mi casa, el lugar de donde nunca debí haber salido".  Él fue muy feliz en la casa de su infancia, era muy humilde pero siempre guardó muy lindos recuerdos.

                                   

Rufino y Goyeneche cantando con Pichuco

   Pichuco no se metía nunca en la vida íntima de nadie. Y pocos conocían los secretos del Gordo. Era muy reservado y todos se lo respetábamos. El que lo conocía al dedillo era su representante, Arturo De la Torre. Él solía quedarse con Pichuco tres o cuatro días por la calle. Le gustaba vivir en la calle. Porque el Gordo vivía de Café en Café. era un verdadero bohemio y se le perdonaba todo. 

   Zita, su mujer, era la única persona que lo contenía y que le podía poner límites. Realmente fue la persona que él necesitaba. Zita es como Perla, mi señora. Son de mucho temperamento, así que mejor hacerles caso. Él murió joven por la vida que llevaba, no podía hacer otra cosa, no podía salir de eso, había entrado en una vorágine sin retorno.

(Testimonio recogido por Ariel Fontanet-. revista La Maga)

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