martes, 13 de diciembre de 2022

Nicolás Vaccaro

    Durante una de las tantas audiciones radiofónicas que realizó con Ismael Aguilar, a cuyo cargo estaban las glosas o la evocación emocionada de recuerdos, Nicolás Vaccaro tocó en el piano un viejo y casi desconocido tango: "Ofelia", de Marcos Torres. Algunos minutos después de la transmisión, Vaccaro atendió por el teléfono el llamado de un voz femenina que, con tono estremecido y entrecortado por las lágrimas, le comunicaba su profunda gratitud.

   Ella era Ofelia, ahora una octogenaria, novia, en su juventud lejana, del compositor, de manera que Vaccaro infirió que la pieza debió ser escrita a principios de siglo, cuando él acababa de nacer.

Nicolás Vaccaro
    

   Con las peripecias que caracterizan la vida de Vaccaro, podría ensayarse un extenso e ilustrativo capítulo de la historia del tango (que es, precisamente, lo que se propuso al confiar últimamente sus memorias a un copista).

   Apenas vistió los pantalones largos, integró un cuarteto con "El Ruso Antonio" -un bandoneonista que afirmaba ignorar su apellido-, el violinista Rafael Tuegols y el flautista Raúl Aulichini, que actuaba en el café "Don Francisco", situado en San Juan entre Boedo y Maza. Pasaron luego al "Benigno" de Caseros y Rioja, y más tarde al "Don Pepe" de Independencia y Pasco".

   Hasta que llegó la ansiada etapa del centro, con sus luces y su resonancia: el bar Domínguez, ubicado frente al teatro Nuevo, en suyo solar se levanta hoy el General San Martín. En ese café se inició su actividad en el asfalto, como se decía entonces, y se codeó con el aplauso ruidoso y aprobatorio.

                                    


   Allí estuvo con breves intervalos -en uno de los cuales fue a parar al Armenonville en reemplazo de Roberto Firpo cuando éste se estableció un tiempo en Montevideo, y en otro más fugaz, al cabaret Montmartre, con Eduardo Arolas-, al lado de "El Ruso Antonio" y Graciano De Leone. Por esos días, cantaba también allí Pepita Avellaneda, ya perteneciente a la mitología de Buenos Aires. Trató de cerca, pues, a esa suerte de leyenda real, de carne y hueso que, sin embargo, parece a mucha gente el producto  de la fantasía.

   Cuando concluyó el servicio militar, se fue al Perú con la Orquesta Royal, que integraban, entre otros: Juan Carlos Bazán, Juan Bautista D'Ambroggio (Bachicha) y Emilio De Caro. En Lima, con motivo de inaugurarse el monumento a San Martín, se habían preparado grandes fiestas y al tango, por una deferencia especial, se le reservó un lugar adecuado. De ahí la presencia en la ciudad de los virreyes, de un conjunto típico.

                                        


   Al cabo de dos años de permanencia en el Perú, se trasladó a Ecuador y luego a Venezuela, para dirigirse posteriormente a México, donde lo sorprendió la revolución de Pancho Villa. No sin pasar dramáticas vicisitudes, pudo retornar al perú y tras una breve escala en la tierra que le fue tan pródiga, regresó a Buenos aires, ya dueño de una experiencia de hombre maduro en la música y en las cosas de la vida. 

   Las circunstancias lo llevaron a Córdoba, donde trabó amistad con Ciriaco Ortiz. Volvió y trajo recuerdos perdurables de la ciudad serrana y al reintegrarse a la metrópoli, se incorporó a las huestes de Juan D'Arienzo. Vino después la gran aventura: el viaje a Europa como pianista de Osvaldo Fresedo. En París y en Bélgica hicieron triunfar plenamente al tango.

   Terminado el ciclo, Vaccaro pensó que ya era hora de formar su propia orquesta y así lo resolvió al encontrarse otra vez en sus lares nativos.  Con la intervención de Astor Piazzolla, Julio Ahumada, Eduardo Del Piano, Tití Rossi y Antonio Ríos constituyó una de las grandes alienaciones que respondieron a su batuta y de la que puede decirse que no desentonaría hoy ni por su ritmo ni por el juego instrumental, ordenados de acuerdo con el sentido moderno que fue en su momento una verdadera avanzada. 

La orquesta de Fresedo en Les Ambassadeurs - París - Año 1929

     No es posible poner punto final a esa semblanza de Vaccaro sin añadir que es autor de numerosos tangos, milongas y valses. En la vía, Barajando, ambos con letra de Eduardo Escaris Méndez; Funyi claro, Vida rea, Cuatro Ladrillos y La compadrita han de conceptuarse las más difundidas de las piezas surgidas de la inspiración de este veterano del teclado y uno de los fundadores de SADAIC, tanto que su credencial es la decimotercera.

José Barcia (Tangos, tangueros y tangocosas -1976)

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