miércoles, 19 de octubre de 2022

El disco

   

   El disco es anónimo, va de mano en mano; no es vida sino cosa. Sobre una placa, los músicos son abstractos y la música ya no es de quien la interpreta sino del oyente. Cambia el peso en la balanza y es el que escucha el que dispone el momento de la plenitud de aquel que toca; es el oído pasivo el que decide el instante justo en el que los dedos del intérprete adquieren movilidad. 

   

   Todo comienza de nuevo, el mismo tema, la misma expresión, el mismo sonido. Pero el mundo siempre es distinto y aunque la música sea la misma, no es igual el mediodía y la noche, la lluvia y el sol o la soledad y el despertar sobre el cuerpo de otro. Cuando se escucha una grabación el músico se pierde: queda detrás de las afecciones transitorias de su oyente y atrapado por una circunstancia que nada tiene que ver con lo que está ejecutando. 

   

   La experiencia de un amor viejo hace de la música, por ejemplo, el despliegue de pensamientos insospechados; el oyente, acompañado por la melodía, hace de lo posible algo real y, entonces, lo que parecía un amor con destino de perecer, al fin perece, esa tarde y con esa melodía.

                    

   

  Será, tal vez, que las grabaciones muchas veces están hechas para quienes no escuchan música sino para quienes precisan de un latido sonoro que les permita desplegar su propia realidad (siempre más pobre que la música, cualquiera sea esa realidad, dirá Schopenhauer).


Horacio Cacciabue



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