lunes, 5 de septiembre de 2022

Di Sarli: El señor del tango y punto.

   Los músicos de Carlos Di Sarli recuerdan que, aunque estuvieran en medio de una actuación en la radio, cuando algún conocido o algún imprudente se ponía cerca del piano él dejaba de tocar. Además de detestar a los fisgones, Di Sarli parecía temer la revelación de sus secretos interpretativos. Hace exactamente cuarenta años se los llevó todos con él. 

   Cayetano Di Sarli Russomano -Carlos Di Sarli- había nacido en Bahía Blanca el 7 de enero de 1903. Llegó a Buenos Aires con veinte años y un par de lentes negros calzado a perpetuidad. Tocó con las orquestas de Anselmo Aieta y de Osvaldo Fresedo, entre otras. Hacia 1927 formó su primera orquesta estable (ya había dirigido un sexteto de actuación muy fugaz en el legendario cabaret Chantecler).

   A mediados del 30 partió misteriosamente hacia Rosario, donde su rastro se perdió por un buen tiempo. Y regresó para consagrar definitivamente en el 40 su estilo único, que algo más tarde le valdría el título mediático de El Señor del Tango. Lo verdaderamente extraordinario de los arreglos de su orquesta es la eficacia de su sencillez. 

                                


   En El Libro del Tango de Horacio Ferrer, el mismo Di Sarli explica: "La característica de mi orquesta es entregar la versión rítmica y sentimental de lo que el autor fijó en el pentagrama. Cuando una obra no tiene los valores que considero indispensables, prefiero no ejecutarla antes de retocar con arreglos lo que no tiene arreglo". 

    Alberto Podestá -uno de sus cantores emblemáticos, junto a Roberto Rufino- recuerda: "Él decía que el bandoneón era un órgano, que no estaba para hacer firuletes. Y a los cantores nos insistía en que cantáramos a tiempo. Podestá -la voz de muchos clásicos- destaca los hits instrumentales: A la gran muñeca, Organito de la tarde, El amanecer..

   Tuvo grandes éxitos con tangos orquestales, lo que no era habitual. El cabaret Marabú, los bailes de carnaval de los clubes Atlanta o San Lorenzo, radio El Mundo fueron algunos de los escenarios de estos éxitos -que detalla minuciosamente la biografía de Di Sarli escrita por Antonio Cantó-. Si los músicos que se incorporaban adquirían el estilo de la orquesta, era gracias a una especie de proceso de absorción. 

    El bandoneonista Félix Verdi, que tocó con Di Sarli durante 28 años, recuerda: Cuando un instrumentista ingresaba se encontraba perdido, porque él no le daba ningún tipo de indicación, lo mandaba a sentar en la fila y listo. Cuenta Verdi que en 1956, cuando la mayoría de los músicos renunciaron para formar Los Señores del Tango, los convocados en su reemplazo le sugirieron a Di Sarli: 

-¿Por qué no nos explica algo del estilo, maestro?. 

Y que él se limitó a contestar: "Ustedes toquen lo que está escrito. El estilo lo hago yo"

   Dejaría la dirección en 1959, a causa del cáncer que finalmente lo venció el 12 de enero de 1960. Cuando se sumergía en sus largos silencios, sus músicos comentaban: "Ya entró en la cámara". Verdi conoció como pocos su extraño carácter, que los lentes ahumados (con los que ocultaba la pérdida de un ojo en un episodio sobre el que existen versiones diversas) parecían volver más inescrutable. 

                                        

Verdi y Di Sarli

-Era muy retraído y, cuando algo de lo que sonaba no le gustaba, insultaba bajito a los músicos. Aunque no me olvido de esas cosas, fui muy feliz en su orquesta. Era muy bueno, pero llevaba un gran dolor adentro, por lo mucho que habían hablado de él, dice Verdi.

    Podestá, en alusión a las supersticiones sembradas alrededor del músico, comenta.: Por ahí me señalaba a alguno por la calle y me decía: "¿Ves?, a aquél le grabé un tango, y cuando me ve venir, se cruza de vereda...".

    Pero el tango es muy bueno. Para evitar pronunciar su nombre, los supersticiosos lo mencionaban como El Tuerto, El Totuer, El Ñorse y hasta Di... Pérez. En los círculos de aficionados, esos apodos y las historias ligadas a esta creencia todavía pueden escucharse. Claro que sigue siendo mucho más frecuente, e infinitamente más grato, escuchar un disco de Di Sarli.

Clarín

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