sábado, 11 de septiembre de 2021

Valsecito amigo

   En la guarida milonguera, el valsecito es el paréntesis a la sacralidad del tango y la voluptuosidad de la milonga. Es la alegría, la agitación de sentimientos lúdicos, festivos, íntimos, contagiantes. Se nota de inmediato en los giros de la pareja y los iluminados rostros  que acompañan esos movimientos llenos de gracia. Cuando los valses porteños llevan versos, generalmente se adaptan al estilo pícaro, romántico, del género nacido en la lejana Viena y adaptado al estilo del tango, incluso en sus pasos de danza.

   Considero que su ingreso en el vademécum tanguero fue todo un acierto, desde aquellas primeras páginas como Lágrimas y sonrisas, Pabellón de las rosas o El aeroplano, que fueron marcando el rumbo de los valsecitos en el devenir del género. Compositores y poetas fueron los creadores. Orquestas, cantores, cancionistas,  los fueron incorporando a su repertorio y tanto los tangueros como los milongueros le dieron el plácet definitivo. 
                                    

                                
   Entre tantas hermosas composiciones de este tipo, me detengo en el que compusieron José María Contursi y Aníbal Troilo. Porque, aunque el ritmo, el fondo musical, tenga toda esa sensación rítmica y alegre del valsecito gracias al toque de Pichuco, los versos del Catunga Contursi hurgan en la llaga que deja el desencuentro amoroso que tanto prometía. Atrapado en esa retícula o tela de araña, sabe sin embargo calibrar todos los parámetros de la música y nos define a su modo el mensaje del vals.

Vals sentimental de nuestras viejas horas,
¡nunca te escuché tan triste como ahora!
Llegas hasta mí para aumentar mi queja,
tiene tu rondín sabor a cosa vieja...
Vals sentimental, ingenuo y ondulante,
vuelvo a recordar aquellos tiempos de antes.
Una voz lejana me acusa en tu canción,
¡valsecito... y envuelve mi emoción! 

   Cuando Pichuco debuta grabando en la RCA Victor, aquel 4 de marzo de 1941, el tercer tema llevado al disco ese día, es el tango de José María Contursi y el propio Troilo: Toda mi vida, que canta Fiorentino y es un notable suceso. Allí se fortalece la amistad entre ambos. Luego Mariano Mores le alcanzará los tangos que compone con el Catunga y que constituyen una pegada total y definitiva. Con este valsecito también la dupla Pichuco-Contursi sube otro peldaño en la consideración general y el tema se mantendrá incólume, en las pistas de todo el mundo.

                            
Troilo, Zita, José María Contursi y su esposa Alina Zárate.


   En la segunda parte, el poeta abre su corazón de par en par una vez más. Se deja llevar por la tristeza en que se encuentra sumido por la lejanía de su Gricel tan deseada. Pero no se sale de las coordenadas del valsecito, llora con él, con su música alegre, encontrándole una sensualidad casi milonguera. Sus lágrimas poéticas se van enredando entre las notas musicales y el intimismo de la maraña afectiva. La melancolía de los desencantos, con dramatización de verdadero calado vital, queda difuminada entre el cotillón y la verbena de la música.

Vuelca tu nostalgia febril, 
tu musiquita sensual,
sé que no es posible seguir
oyéndote sin llorar.
Valsecito amigo, no ves
que esta incertidumbre tenaz
que no hace más
que remover y conmover
mi soledad...
Unos ojos verdes de mar
más grandes que su ilusión,
unas ansias grandes de amar...
después... llorando una voz...
Valsecito amigo, no ves
que tu musiquita sensual
no sabe más que atormentar y atormentar
mi corazón...

Cuando llegue el fin de mi oración postrera,
quiero imaginarla, así como ella era...
Juntaré mi voz a aquellos labios suyos
mientras tu canción nos servirá de arrullo.
Vals sentimental de nuestras viejas horas,
ya no me verán tan triste como ahora.
Lentamente tus notas amigas cantaré,
valsecito... ¡y entonces moriré!

   La versión de Troilo con Fiore, grabada el 25 de marzo de 1943, es impagable. Por eso nunca nos cansaremos de escucharlo y bailarlo. Por su capacidad de emoción y transmisión. Aunque el Catunga, envuelto en el remolino de la pista llorara su pena de amor, la magia homeopática del valsecito nos convocará una y otra vez. ¿O no?

                               



    

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