lunes, 9 de agosto de 2021

Vida querida

   En estos días de verano tórrido, las playas del sur y del norte me han dado la energía necesaria como para seguir rememorando etapas del tango que dejaron huella. Hoy, por ejemplo escucho a Fresedo, que es un poco la matriz de Di Sarli, con el predominio de los violines, además de otros instrumentos que fue introduciendo como el arpa o la percusión, dándole al conjunto un aura refinado pero llegador.

   Sus cantores, especialmente Roberto Ray y Ricardo Ruiz se identificaron plenamente con el estilo de la orquesta y sembraron junto a ella páginas de gran valor, cuya calidad ha quedado garantizada ab initio. Todo construido alrededor de un tono y eso es importante. Preludia el punto vélico, el centro justo de la interpretación musical-poética.  

                              

Osvaldo Fresedo y Ricardo Ruiz

  Esa mezcla de gravedad y ligereza tan fresediana aún perdura en la memoria sentimental de muchos porteños, aunque haya sido adoptado especialmente por las clases altas.  Bailar Fresedo se convierte en un encuentro sutil, estético y profundo en la pista. Las voces de Ray y Ruiz son ricas en las imágenes que cantan y los ecos musicales que las acompañan. La pasión es el filón creativo.

   Hoy, por ejemplo acabo de escuchar este tema del título, que algunas veces pincho en la milonga y que a mí me llega especialmente, en la algarabía social del baile. Quizás no contenga los ligámenes de aquellas piezas que nos sacuden de inmediato y nos llaman instantáneamente a la pista. Tal vez sea más llegadero escuchándolo desde la silla del escritorio por la perfecta conjunción de orquesta-cantor.

   Pero, de todos modos creo que vale la pena dedicarle unos párrafos. Los versos, sencillos, cortos, son de Juan Carlos Thorry, que antes de dedicarse al cine y al teatro como galán-actor-comediante, llegó de Coronel Pringles (Provincia Buenos Aires, a unos 520 kilómetros de la capital), a la ciudad porteña para estudiar Derecho. En las horas libres concurría con algunos compañeros a los cabarets de moda y se fue metiendo en el tango, componiendo varias piezas de mucho recorrido. Incluso debutó como cantor con la orquesta de Fresedo, grabando algunos temas con la misma.

                                        


   Los versos de Vida querida, que fue uno de los temas propios que más le gustó a Thorry -gran comediante y galán coleccionista de hermosas compañeras-, son sencillos, no tienen nada de especial, aunque rememoran un amor juvenil que quedó atrás, en su ciudad natal. Un recuerdo emotivo, sin mayor profundidad. Ricardo Ruiz canta solo la primera y segunda parte del tema y en este caso, realmente embellecido por la música del pianista Eduardo Scalise, podríamos decir que la brevedad es el alma.

Noviecita de mi vida provinciana,
Buenos aires de tu lado me llevó,
cuando las ansias promisorias de un mañana,
nos separaron, triste el alma...

Noviecita, un juramento nos unía,
fue el primero nuestro beso del adiós
y al alejarme de ti, mi musa buena
concibió el verso aquel que nos diera amor.

Vida, vida querida,
ya no sé como llamarte
para poderte explicar
que la vida para mí, sin vos,
sólo es pesar.
Vida, vida querida,
siempre así he de llamarte,
y esa frase de pasión
la dirá en cada latido
mi corazón.

   Osvaldo Fresedo con su orquesta y Ricardo Ruiz cantando los versos, lo grabaron el 10 de mayo de 1940. Cabe señalar que Ignacio Corsini también lo llevó al disco.

                                          


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