lunes, 12 de julio de 2021

La última noche del Ta-Ba-Ris

   MADRUGADA del 19 de enero. Calle Corrientes. Una muchedumbre bulliciosa y a la vez nostálgica, compuesta en su mayor parte por amigos de la casa, por artistas, hombres de negocios y políticos reacios a dejarse fotografiar, se dio cita en el Ta-Ba-Ris para tributarle su homenaje de despedida. A la vez que celebraban el advenimiento del nuevo año, los concurrentes despedían al tradicional cabaret porteño, que esa noche cerraba sus puertas. Las cerraba para siempre luego de treinta y siete años de haber establecido estrecha identificación con el alma del Buenos Aires nocturno.

   El hecho seguramente no hubiera tenido mayor trascendencia —sobre todo en tiempos en que la mentada "piqueta del progreso" se enseñorea contra cafés, teatros y salones que dieron a la ciudad fama de bohemia y divertida (y que al decir de muchos ilustres visitantes, tenía "un no sé qué" de París)—, si no fuera porque esta vez, precisamente, se trataba del lugar más consustanciado con el espíritu del Buenos Aires moderno y dinámico, tanto como lo había estado el ya legendario Armenonville con el espíritu canyengue del Buenos Aires de principios de siglo. Y, por supuesto, como lo están los grandes centros de diversión con la personalidad de las grandes ciudades del mundo.

   Así pues, por gravitación de su larga trayectoria, que arrancó el 7 de julio de 1924, el Ta-Ba-Ris consiguió formar parte integrante del acervo ciudadano, al punto de convertirse no sólo en el más mundano lugar de reunión de intelectuales, aristócratas jóvenes y maduros "play-boys", sino también de artistas de todas las latitudes, para quienes su escenario ejerció siempre mágica atracción. En treinta y siete años de vida consiguió justificar como ningún otro su slogan de "el mejor night-club de Sudamérica".

                                   


SOLO PARA LA "ÉLITE"

   Allí donde se encuentra hoy, aunque con otra fisonomía, ya que con el posterior ensanche de la calle Corrientes el edificio debió ser prácticamente reconstruido, en 1924 el Ta-Ba-Ris llenó el vacío que poco antes había dejado un teatro de tercera categoría, el Royal, cuyas representaciones de vodevil aglutinaban a un público barullero que para el espectador ocasional constituía el verdadero espectáculo. La instauración del cabaret produjo un cambio radical y sorpresivo: Corrientes 829 dejó de ser punto de reunión de trasnochadores escandalosos hasta poco antes habitúes del teatro. La patota quedó en la calle, manifestando un resentimiento que paulatinamente se transformó en respeto y admiración. Un orgulloso hermetismo rodeó al Ta-Ba-Ris, convertido ahora en centro sólo apto para las élites, pero igualmente fiel a su esencia porteña. Fanáticos "desalojados" se rindieron a esta evidencia cuando figuras como las de Gardel y Razzano, por ejemplo, se contaron entre sus más asiduos clientes. 

   Todo el mundo acabó reconociendo que el cabaret era antes que nada un baluarte del tango, cuya música se interpretó y bailó —aun cuando sin el concurso de los "compadritos"— en cada una de sus noches, hasta en la última, y sobre todo en épocas en que todavía era resistido por los snobs y los elegantes.

   Prueban el prestigio adquirido por el cabaret los juicios laudatorios consignados por la prensa mundial en 1959, con motivo de su 35º aniversario. En un periódico francés, "Le Quotidien", el cronista recomendaba: "Si vous allez á Buenos Aires, n'oubliez pas de faire un tour au Ta-Ba-Ris". Su nota concluía así: "Muchas cosas han cambiado en Buenos Aires en los últimos 35 años; entre ellos los regímenes políticos y su tradicional calle Corrientes, en la que los cadillacs han reemplazado a los tranvías de tracción a sangre. El Ta-Ba-Ris ya no está sobre una calle estrecha sino sobre una amplia avenida, y esto le ha caído como anillo al dedo. El Ta-Ba-Ris es, fuera de toda duda, un night-club para público exigente. Hay muy pocos en el mundo y entre ellos éste no haría mal papel".'

   Otra prueba la constituiría un simple vistazo al carnet de visitantes ilustres, en el que constan firmas de personalidades de méritos por demás heterogéneos. Frecuentaron el salón casi todos los presidentes americanos llegados al país y figuras de la nobleza, tales como el príncipe Bernardo de Holanda, el duque de Windsor (quien a cada momento probaba su aptitud de inglés galante y buen bailarín de tango), el polígamo marahajá de Kapurtala con su séquito de esposas, Alí Khan y el abstemio conde Ciano; literatos de la talla de Luiggi Pirandello, Albert Camus y Jacinto Benavente; músicos y cantantes líricos como Witold Malcuzinsky, Leopoldo Stocowski,, Alejandro Brailowsky, Lily Pons, Tito Schipa (que cantó una noche en la puerta para una mujer que pedía limosna) y Jorge Negrete; deportistas de categoría internacional como George Carpentier, ídolo de las mujeres (las que formaron fila para poder besarlo), Jack Johnson, Luiggi Villoresi y Archie Moore y, por supuesto, artistas de cine y teatro cuya enumeración sería interminable. Valgan como ejemplo pocos nombres: Louis Jouvet, Ruggero Ruggieri, Orson Welles (incomparable bebedor de whisky), Vittorio de Sica, Errol Flynn, María Félix y Walt Disney (quien todas las noches dibujaba sus muñecos en obsequio de las bailarinas).

                

Vista parcial del salón principal con capacidad para 500 personas

    Pero como elemento probatorio de la jerarquía alcanzada por el Ta-Ba-Ris, quizá resulte más importante todavía consignar brevemente algunas de las figuras que han actuado en su escenario. Lo inauguró el ballet de Víctor Roberty; al año siguiente, 1925, lo ocupó el conjunto circense más famoso del mundo: la Troupe Sandrini, cuyo éxito reeditó allí mismo dos años después; en 1929 actuaron la famosa Concepción Serra, el trío Brot y el couplé Moro; en 1930, el ballet acrobático Golnykoff; en 1935, el conjunto del cabaret Tabarin, de París; en 1937, la española Celia Gámez, el ballet Arno, la mexicana Mapy Cortez y la aún muy activa vedette María Antinea; en 1937, Lucienne Boyer, primera figura de la canción francesa, y los múltiples Tip-Tap-Toe; en 1939, Josephine Baker, la Venus de ébano, cuyas presentaciones despertaron un entusiasmo todavía no superado, pero acaso igualado por la Mistinguette, que actuó allí, a fines de esa misma temporada, al frente de su propio conjunto. La lista se continúa con nombres que suenan más familiares al público de hoy: el ballet de Alfredo Alaría, radicado ahora en los Estados Unidos; el conjunto de los Lecuona Cuban Boys; la orquesta de Ary Barroso; las estrellas del Follies Bergere, de París; el ballet de Marina y Alberto; El Chúcaro y su espectáculo de estilizado folklorismo; la vedette Alicia Márquez; el trío Los Panchos; el cantante italiano Teddy Reno, etcétera.

   Las menciones que se han hecho permiten asegurar que una de las características del Ta-Ba-Ris ha sido la de saber preservar su originario matiz cosmopolita y esto, creemos, ha sido factor primordial para que su fama trascendiera las fronteras nacionales. No había más que visitarlo una noche cualquiera y rondar por las mesas para darse cuenta de que gran parte de su clientela estaba constituida por extranjeros, por turistas, diplomáticos y financistas, que en su fugaz estada por Buenos Aires querían saber "qué era eso" del Ta-Ba-Ris (tanto como cualquier turista argentino en París, querría saber "qué es eso" del Moulin Rouge).

   Para quienes no tuvieron oportunidad de conocerlo diremos que el Ta-Ba-Ris era un cabaret que muy relativamente justificaba tal denominación. Más bien pasaba por un restaurant en el que además de disfrutar de buena comida (el precio del cubierto era de 300 pesos), el parroquiano podía bailar y asistir a un ostentoso espectáculo de varieté, el cual se ofrecía en lo que se ha dado en llamar "función trasnoche". La sala había sido ganada por las familias, que empezaron a frecuentarla luego de una campaña periodística emprendida por el escritor Josué Quesada, en 1928, tendiente a lograr la europeización de la mujer argentina. El todavía "pecaminoso" título de cabaret se explicaba sólo descendiendo al anexo Paradis, bar americano del subsuelo en el que diez empleadas de la casa, vistiendo suntuosos trajes de fiesta, trataban de mitigar la melancolía de caballeros solitarios al precio de un anís aguado. Fue necesario contratar muchachas políglotas, que hablaran por lo menos cuatro idiomas, porque también esos caballeros eran casi todos extranjeros.

CINCO AÑOS DE DÉFICIT

   "Imposible seguir resistiendo". Estas palabras parecen más bien pronunciadas por un soldado escéptico antes que por el señor Andrés Trillas, de nacionalidad francesa y naturalizado argentino, de 70 años, propietario y fundador del cabaret Ta-Ba-Ris. Nos relató que su decisión de cerrar el local la tomó luego de haber sorteado muchas vacilaciones, todas de carácter sentimental, apremiado por evidencias económicas y por una crisis anímica a las que ahora no duda en someterse. Señala que el cabaret es en nuestro país un negocio absolutamente deficitario: "Ningún empresario puede pensar en obtener dinero con él. Las ganancias son exclusivamente para el personal y los artistas que allí trabajan".

Ante libros contables nos asegura que ha venido perdiendo dinero desde 1956, como consecuencia de las fuertes tasas impositivas que comenzó a aplicarle el gobierno, por erogaciones resultantes de los altos costos y de los nuevos convenios laborales, por gravámenes de orden artístico que amenazaban amenguar la calidad de sus shows.

    El Ta-Ba-Ris, cuyos gastos diarios eran de alrededor de 82.000 pesos (y sólo de tanto en tanto la entrada diaria lograba equiparar esa cifra), venía perdiendo desde 1956 algo más de un millón pesos por año. "Y eso lo saben las autoridades —explica el señor Trillas—, porque durante once años reclamé anualmente a la Municipalidad para que estableciera una nueva fórmula en la aplicación del impuesto a las actividades lucrativas, que es del treinta por ciento de la entrada bruta". En tal concepto el Ta-Ba-Ris deberá pagar por 1961 la suma de nueve millones de pesos.

Andrés Trillas es un self-made-man de probadas aptitudes. Serio, cordial con el periodismo, llegó al país sin oficio cierto en 1915, cuando tenía 14 años. Dos años después consiguió emplearse como mozo en el Royal Pigall, un cabaret dudoso del cual llegó a ocupar la gerencia cuando todavía no era mayor de edad. Cargo similar desempeñó después en el Armenonville, con una remuneración mensual de 1.900 pesos. "En 1920 mi sueldo era mayor al del presidente de la República. En 1925 era millonario".

    Ahora que el cierre del Ta-Ba-Ris es un hecho consumado, nos queda la impresión de que mucho gravitó en que esto ocurriera los sucesivos conflictos suscitados por su personal. Los mozos, estima el señor Trillas, han contribuido en buena medida en desprestigiar su negocio, recurriendo a maniobras que no hacían otra cosa que alejar a los buenos clientes. Una de sus estratagemas más comunes era esta: un cliente, pedía que le sirvieran el menú que se ofrecía por trescientos pesos, incluido vino. El mozo inmediatamente le advertía que ese vino no era ni mediamente aceptable. El cliente dudaba (sobre todo si iba acompañado). El mozo le pedía que confiara en él, que le traería "uno mejorcito". Naturalmente, le traía el de más precio, o poco menos. Su adición se encarecía entonces en casi un cien por ciento de lo que había pensado gastar. Si el cliente protestaba, entonces el mozo reaccionaba muy diplomáticamente: recién ahora le mostraba la lista de vinos para que comprobara que efectivamente se le cobraba el precio allí estipulado.

                                            La orquesta de Minotto en el Ta Ba Ris   

     Enterado el señor Trillas de que esa artimaña era "moneda corriente", reunió a los mozos y los amonestó con severidad. "Pero el delegado tuvo la última palabra —dice él—. Me dijo que yo no podía poner trabas a que los mozos ganarán más, porque como ustedes saben, les corresponde el diecisiete por ciento de lo recaudado en carácter de consumiciones". Un funcionario policial, cuya identidad pidió que reserváramos, nos manifestó que, efectivamente, no obstante ser asiduo del Ta-Ba-Ris, también a él se le había tendido la celada.

De los 120 empleados con que contaba el cabaret, el señor Trillas estima que sesenta estaban de más, pero confiesa que renunció a despedir a los desleales "porque los mozos del Ta-Ba-Ris, que ganaban fortunas, no se hubieran contentado con la indemnización que fija la ley. Más de una vez me informaron que de producirse una cesantía, todos los demás harían causa común con el despedido". Subvertidos ciertos valores, desaparecieron entonces las razones sentimentales que, a falta del estímulo mercantil, postergaban la drástica decisión del cierre del cabaret. El hecho ocurrió finalmente en las primeras horas de este año. El señor Trillas debe haber abonado ya a sus empleados los 6 millones y medio de pesos que les correspondía por indemnización.

   Como propietario del Ta-Ba-Ris (nombre que Mario Lombard, otro de los fundadores, tomó de un cabaret de Marsella), Andrés Trillas aclara que atravesó varias crisis económicas tan aguas como ésta. "Sólo que ésta no es simplemente una crisis económica." Evoca con sincero entusiasmo el tiempo en que, hace ya veinticinco años, su cabaret se convirtió en un figón portuario con el nombre de "Boite a Matelots", inspiración de Gregorio López Naguil, pintor argentino de prestigio internacional. La transfiguración (organillo en la puerta, mozos "marineros", piso empedrado) motivó el momento de mayor esplendor del cabaret y el que, paralelamente, redituó las mayores ganancias. Por entonces, el menú completo (tres platos, vino y café) costaba cinco pesos, precio que mantuvo hasta 1944.

   "Sin embargo tengo la esperanza de que la historia del Ta-Ba-Ris no terminará conmigo", dice el señor Trillas, quien ya ha recibido ofertas de otros empresarios para convertir la sala en teatro de revistas o en night-club (es decir, cabaret sin empleadas) o para resucitar allí al music-hall porteño. "De lo que estoy seguro —agrega— es que el Ta-Ba-Ris ha terminado definitivamente como cabaret."

LA ÚLTIMA NOCHE

   Un público que superó la capacidad de la sala (quinientas personas) , se congregó la noche del 31 de diciembre en el tradicional recinto del Ta-Ba-Ris; un público que se aprestó a recibir el año con un júbilo acaso atemperado por la circunstancia de que además el cabaret decía adiós a sus viejos clientes.

   Reporteros de casi todos los periódicos, incluso de otros países, una emisora radial y un canal de televisión que transmitieron directamente desde el Ta-Ba-Ris, dieron a la fiesta justa trascendencia de suceso. La velada resultó realmente el digno broche de oro que público, artistas y el mismo Trillas esperaban. "Cerrar con todos los honores", fue la consigna que emitió de pie en una mesa un viejo amigo de la casa, hallando eco inmediato en el resto de los comensales. Todos empezaron a sentirse íntimamente solidarios con la suerte de "su" cabaret, a quien alguien, un poco achispado, calificó de "institución nacional". Dijo que el Ta-Ba-Ris tenía fama de ser un lugar prohibido para aquellos a quienes su bolsillo no podía proporcionarles grandes placeres. "Pero eso era nada más que la fama; y tampoco, en cierto sentido, el Ta-Ba-Ris proporcionaba grandes placeres". Lo cual era cierto porque de otra manera no se explicaría que nunca haya tenido problemas con la justicia ni con nuestras celosas comisiones de moralidad.

Norberto Firpo (Revista "Vea y Lea" - enero 1962)


2 comentarios:

  1. Tengo entendido que Celia Gámez era argentina y no española como se menciona. Se fue a radicar a España..

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    1. Sí, Juan, Celia Gámez era argentina, aunque luego se nacionalizó española. Pero el artículo no es mío.

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