miércoles, 20 de enero de 2021

Discépolo, el viajero (I)

   Dijo una vez Enrique Santos Discépolo, radiografiándose íntima y metafóricamente: "Yo tengo alma de valija, pero de valija que vuelve... Mi vida, en realidad, fue siempre eso: un ir y un volver... soy "boomerang" por temperamento... Como los criminales, como los novios y como los cobradores, yo regreso siempre..." .
   Habrá que recordar siempre, que Discépolo tenía 5 años de edad cuando fallece su padre. Y en 1910 queda huérfano al morir su madre. Contaba apenas 9 años. Va a parar a la casa de una familia distinta a la suya, donde se siente ajeno a sus costumbres, distinto y desdichado. Cuando su hermano Armando se casa, lo lleva a vivir con ellos y allí encontrará su primera pasión por el teatro, las letras y un rumbo a su vida. 
   Dejará sus estudios de Magisterio y años más tarde recordará aquellos tiempos:
-Lo que perdí de aprender en el colegio, lo recuperé en la calle, en la vida. Tal vez allí, en ese tiempo tan lejano y hermoso, tal vez allí haya empezado a masticar las letras de mis canciones:..
   El teatro le lleva a hacer largas giras por provincias y, aunque extraña las reuniones en la casa de Facio Hebecquer, allá en la calle Rioja, donde se juntaban varios intelectuales hasta la madrugada, frente a la casa de su hermano Armando, las nuevas vivencias, junto con sus obras teatrales le van llenando de ilusiones.
                                  


     Precisamente, en una gira por Uruguay, estando en la localidad de San José, con José Vázquez, su compinche de viajes y aventuras, que le había enseñado a rasguear la guitarra, quedan atrapados en el pequeño hotel del pueblo por la intensa lluvia. Discépolo toma la guzzla que le había armado José Riganelli, comienza a juguetear y de pronto dice:
-Gallego,, ¡hagamos un tango! ¡Qué mejor que un tango para un atardecer dominado por la tristeza!
   Vázquez, se sorprende, pero hace caso  a su amigo, toman las guitarras y entran a puntear. Y así nace Bizcochito, el primer tango de Discépolo, que firmarían como Disvaz. José Antonio Saldías le pone versos y se estrena en el sainete La Porota, en Buenos Aires. 
   En 1926, está en Córdoba y va a una estación de tuberculosos a acompañar a un amigo que al poco tiempo murió. En una casita de enfrente vivía un matrimonio. Y Discépolo recordaba:
-Los dos estaban tuberculosos y trataban de ocultarlo ellos mismos, de aturdirse y todo era inútil. Se me empezó a aparecer entonces la idea del alcohol, del aturdimiento, de no pensar en los males que no tienen remedio.  Con este tema no podía hacerse un tango. era demasiado tétrico. Recogí, pues la semilla. Luego la trasladé a la ciudad y la ciudad le dio forma
   Así nace la idea de -Esta noche me emborracho que Discépolo escribe dos años más tarde. Lo estrena en 1928, Azucena Maizani en el teatro Maipo.

   En 1934, viaja una compañía teataral a Chile. En la misma está Tania, su esposa. El libretista de la obra es Alfredo Le Pera. Discépolo decide acompañar a Tania y viaja con ellos. 
-No formaba parte del elenco, pero atravesé la cordillera impulsado por esa fiebre de andar que me acosa de tiempo en tiempo. Viví una etapa fraternalmente maravillosa, porque el encuentro y la permanencia en un país extranjero nos vuelve cordiales.
   Una noche que Tania y Enrique ya se habían ido a dormir y algunos se entretenían jugando con los naipes, sonaron las campanadas de una iglesia y a todos les sorprendió. Al día siguiente se lo contaron a Discépolo, y Le Pera le dijo que le parecía una situación ideal para plasmarla en un tango.
-Estábamos en un hotel situado frente mismo a la Iglesia de la Merced... El carillón, ese maravilloso carillón, me dio el motivo. Trabajé con fervor, con amor y compuse la canción. Pero la letra no salía, Me costó, es decir, nos costó mucho trabajo. Esa madrugada, desvelados los dos, mezclando el inmutable son de las campanas en fiebre de viajeros incurables que llevábamos, Carillón de la Merced se hizo música y canción...
   El tango se estrenó con gran éxito en el teatro Victoria, de Santiago de Chile. 
-Las bandas militares lo incluyeron en sus repertorios, lo cantaban los hombres, las mujeres, los chicos... Recibí de los hemanos chilenos una gratitud que no merezco. Esa actitud de la gente me emocionó mucho. Es lo único que nos reconcilia con nosotros mismos a los que escribimos para el pueblo.

   A Discépolo lo persigue la idea de viajar a Europa. Argentina vive momentos muy duros para la gente de clase media hacia abajo. Consigue un préstamo y se embarca con Tania. Llegan a Madrid en febrero de 1935 y debuta al frente de una orquesta en el cabaret Casablanca.  Luego seguirá a Barcelona, con actuaciones y a continuación: Mallorca.
 
                                 

-Mallorca es una isla que seguramente se le cayó a Dios de las alforjas. Porque aquello es maravilloso, el mar, el aire, el cielo limpísimo.  Alguien nos recomendó visitar el monasterio de Valdemosa, donde vivieron sus amores George Sand y Federico Chopin. Salimos en el atardecer de un día maravilloso. Resolvimos hacer el viaje a pie, por senderos de piedra que van ascendiendo en la montaña. Se acercó la noche y comenzamos a divisar allá a lo lejos las paredes del monasterio.  Desnudas, tétricas, horribles. ... Hasta que al fin entramos al monasterio. 
Yo tuve la impresión de introducirme en una tumba. Aquello era despiadamente triste. Tal vez influyó en mi ánimo el recuerdo de aquel pobre músico que tuvo que confinar su enfermedad en un apartado rincón de la isla... Recorrí los corredores punumbrosos y húmedos. Y no pude dejar de pensar que por allí, arrastrando su tos, anduvo Chopin... Acosado por las dos fiebres terribles: la del cuerpo y la de la creación. Y componiendo, componiendo con locura, con esa locura de los condenados a morirse, a los que nunca les alcanza el tiempo para terminar la obra... 
 Entré al cuarto que ocupó Chopin y aquello me produjo una impresión terrible. Penetré en esa habitación con una unción casi religiosa. Más que habitación era una celda. Frente a su puerta estaba el cementerio del convento. ... Todo era descarnado, sin alma... las paredes... los escasos muebles.... Pero allí estaba el piano, el pequeño piano... Me acerqué y levanté la tapa. Hice jugar insconscientemente mis dedos sobre las teclas amarillentas y envejecidas. 
El piano, gracias a Dios era lo único que tenía alma en aquel conjunto de cosas inanimadas.... Estaba sumamente impresionado. Lo confieso lealmente. Estaba nada menos que acariciando las teclas que antes que yo acariciaron las manos prodigiosas de Federico Chopin... 
Ello, aparte el silencio, la noche entrando por los corredores del convento y el viento afuera, un viento desesperante, angustioso, crearon en mí un estado especial de ánimo... De pie, sin siquiera sentarme, esbocé siete o nueve compases de una canción que se me ocurrió angustiosa, desesperante, como ese viento que golpeaba inclemente los maderos de aquella celda. Apenas unos compases. Durante mucho tiempo olvidé el motivo de aquella canción. 
Y la canción nació después en Buenos Aires, pero bajo el motivo de  de aquellos siete o nueve compases que resonaron por primera vez en el monasterio de Valdemosa. La titulé "Canción desesperada", porque seguía pensando en aquel pobre músico torturado y enfermo cuyas canciones son todas desesperadas...
 


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