viernes, 25 de septiembre de 2020

La morocha que nació en navidad

 Enrique Saborido, de origen uruguayo, traído a Buenos Aires por sus padres a los dos años, contaba unos 28 cuando ya se destacaba como uno de los buenos pianistas del tango. Entre otros lugares, frecuentaba el Bar Reconquista, en la esquina de Lavalle y Reconquista, conocido más popularmente como "lo de Ronchetti". En ese lugar —donde solía actuar—, estaba el autor de 'Felicia' en la Nochebuena de 1905, brindando en una mesa con un bullicioso grupo de jóvenes amigos y con una compatriota, tiple y bailarina: Lola Candales, una bella morocha. Como Saborido se dedicaba especialmente a ella, sus compañeros no tardaron en advertirlo y dispararle algunas bromas. 

Enrique Saborido

                                   
El compositor debió interrumpir el entusiasmo de su conversación con la Candales y responder, con pocas ganas, a las jocosas indirectas de los amigos. Para incidir sobre su amor propio, ellos comenzaron a formular dudas sobre las verdaderas aptitudes de Saborido como compositor, y no trepidaron en desafiarlo ante la dama; es decir, a proponerle que demostrare lo que sabía hacer, escribiendo un tango para Lola, de manera que ésta pudiese ofrecerlo con éxito. Al! parecer, Saborido aceptó el desafío. A eso de las cuatro de la madrugada, dando por terminado el amistoso festejo de Nochebuena, el grupo se separó.

Al llegar a su casa Saborido no pudo acostarse. El desafío de sus amigos, que íntimamente lo había comprometido, no lo iba a dejar dormir. Recordaba la maliciosa risita de aquellos y recordaba la deslumbrante belleza de Lola... Entonces dio rienda suelta a la "inquieta sensación" que lo acicateaba, se sentó junto al piano y comenzó a enhebrar notas en el teclado. Algunas frases musicales iban surgiendo, algo así como una mezcla de cuplé y tango, porque debía corresponderse con el estilo de Lola Candales. Al alba dio por concluida la composición. Quedó, más que satisfecho, entusiasmado, cuando por última vez vertió la obra completa en su piano. Era, sin duda, un tango-habanera con cierto sabor criollo. Ya el título estaba elegido: La Morocha.

Enrique Saborido se sentía muy feliz, pues había logrado, con seguridad, lo que se había propuesto: sobreponerse a las burlas de sus amigos y al día siguiente poder ofrecerle un homenaje a la admirada Lola... Pero ésta debía cantarlo. ¿Cómo lograría la letra, los versos? Su inspiración no daba para tanto, estaba fatigado y sin dormir. Sin embargo, se armó de suficiente energía para correr en busca de un gran amigo, compositor también, y cantor, que tenía probada facilidad para improvisar versos, ya que en sus tiempos había enfrentado a payadores. Se llamaba Angel Villoldo, y ese año había dado a conocer con mucho éxito un tango titulado El Choclo.

A las siete de la mañana consiguió Saborido dar con Villoldo. A las diez Villoldo le entregaba la letra...

"Yo soy la morocha... la más agraciada... la más renombrada... de esta población. .."

                                  



Entonces, los dos fueron directamente en busca de Lola Candales, quien primero oyó la música, muy agradable y pegadiza, y la aceptó entusiasmada. Luego, con el original del letrista en la mano, comenzó a aplicar los versos. Una síntesis de la escena: la bella morocha Candales cantando, Saborido entusiasmado sobre el teclado y a un costado Villoldo, retorciéndose satisfecho sus grandes mostachos. La Candales prometió estudiarlo para la noche y estrenarlo en lo de Ronchetti. Y así fue. "Destaquemos que quienes más calurosamente aplaudieron fueron los amigos retadores, a los que se sumó la concurrencia. Tanto agradó a todos, que hubo de repetirse hasta ocho veces", dijo la legendaria revista Caras y Caretas. Era la noche del 25 de diciembre de 1905 y Buenos Aires había recibido al tango La Morocha como el mejor regalo de Navidad. 

En los primeros meses de 1906, el editor Luis Rivarola lanzó la primera edición del tango de Enrique Saborido, "para piano", sin la letra de Villoldo. Así llegó a los atriles de algunas jovencitas porteñas, permitiendo que así entrara el tango a muchos hogares hasta entonces reticentes a aceptar esos compases. Lo recogió también la guitarra criolla y el organillo callejero. Lo llevó al cilindro, más tarde al disco, la cantante Flora de Gobbi. Y también el mismo Villoldo, con una variante en la letra para el varón: "Tengo una morocha..." Por supuesto que lo incorporaron a sus repertorios dos porteñas cantantes de entonces: Linda Thelma y Pepita Avellaneda, quienes mucho antes que "La Ñata Gaucha" Azucena Maizani supieron aparecer en el palco escénico vistiendo trajes masculinos. Pero no fue la Avellaneda, según la creencia más difundida, quien dio a La Morocha el envión inaugural.

Y ya que estamos en tren de agregar datos y variaciones sobre La Morocha, recordemos que una compositora de entonces retrucó con la edición de un tango titulado La Rubia, y que el propio Saborido escribió años después otro que llamó La hija de la Morocha. Más o menos contemporáneo con éste es uno de los primeros tangos de Vicente Greco, El Morochito, cuya carátula —un gaucho cantando bajo el alero del rancho— lo identifica con el tema criollo de la letra de Villoldo.

El gran tango de Enrique Saborido (su "llave de oro", como él lo llamaba, aunque tenía en mayor consideración a su Felicia) fue rápidamente conocido en todo el mundo. En rigor, supo seguir los pasos de El Choclo gracias a la eficiente distribución que hizo la Fragata Sarmiento, en distintos puertos, de ejemplares de la edición Rivarola. Y he aquí que cuando su autor, años después y en pleno auge del tango-danza en Europa, llegó a París como profesor del baile porteño, recogió suculentos derechos producidos por la difusión de La Morocha.

Dos curiosidades: el célebre tango mereció una parodia, impresa en un disco Columbia y titulada 'Los mamertos'; la primera estrofa dice:

Somos los borrachos, / los grandes campeones, / que en los bodegones / van a emborracharse; / somos pal escabio / los más afamados / (silbidos y golpes en la guitarra) para requebrarse.

                                    


Existe un poema en décimas que Francisco Aníbal Riú, poeta popular, publicó en 1905 en Caras y Caretas. Lleva el título del tango de Saborido y bien podría haber sido una fuente inspiradora para Villoldo, también colaborador literario de esa publicación. Del poema La Morocha de Riú trascribimos la primera décima:

Yo soy la gracia argentina / con mi garbo de morocha, / la que un poema derrocha / de flores, cuando camina... / la de silueta fina / como el cisne de juncal; / la que caricia estival / con la noche se atesora / para levantarse aurora / en su traje de percal.

No debemos terminar esta nota sin hacer mención de otro reportaje a Enrique Saborido que nos ofrece el investigador Raúl F. Lafuente. Fue publicado en el diario Crítica cuando La Morocha estaba por cumplir sus veinte años. Aclaremos que, en 1925, Saborido, alejado ya de la vida musical, se desempeñaba como maquinista del Teatro Argentino (de ahí la costumbre de tocar su más famoso tango en las reuniones del gremio de maquinistas teatrales) . 

Según las declaraciones aparecidas en Crítica, Saborido estrenó La Morocha en el Café Tarana (ex Hansen), con un trío integrado por su piano, un violín (Vázquez) y una flauta (Masset). Allí aparece Félix Rivas, conocido político, premiando a Saborido con cien pesos por el éxito de la obra. Por otra parte, habría sido el mismo editor Rivarola quien le sugirió al músico que buscase a VilIoldo para que le pusiera letra... Otro detalle confuso: la partitura original de La Morocha está dedicada "A los socios del Club de Pelota". ¿No debería figurar allí el nombre de Lola Candales?.

Ruben Pesce

Revista Siete días ilustrados

10.02.1974

No hay comentarios:

Publicar un comentario