sábado, 22 de agosto de 2020

De Gardel

 

 

 Fama de Carlos Gardel               

toda de hombre y guitarra,

melancolía de estaños

y perfumada de paicas.


Fama de adiós, fama, sola,

cantata de rompe y raja

y milagroso coraje

carpeteando en la garganta.

Estaba en la mirada de la vida

y en el ropaje de las populares,

en el floreo varón de los porteños

y en el combate de los desolados;

solo, con esa pinta brava de compadre

balanceando en los tacos militares

y barajando el chamuyar lunfardo

de cafiolos, de gratas y de rantes.

Y todo ello con delicadeza,

porque su voz nació para cantar

al hombre solo y vertical del Tango.


El, como todo hombre,

devoró lo que amaba.


Fue en la Ciudad recién llegada,

de flor corralonero y de pescante

guarnecida de cintas con un bordado taura

y el último caudillo que revoleaba el poncho

sobre la guitarra de Gabino.

Entonces todo era la vida de cantar

y de arrancar una pasión de sangre sumergida,

de arrabales, ajenjos y cuchillos;

una furia de machos y de hembras

hacia el sexo fatal de los silencios.

Quién sabe por qué mítica bravura

o por qué extraña ausencia imaginada.


Pinta de Carlos Gardel,

lengue y lunar, pinta brava,

taquero compás de sombras

canyengueando por el alma.


Para que sueñe el otario

y se embalurde este rana,

vienen terciando los fueyes

un tango de puñaladas.


Los barrios abren sus claves profundo

y en los bulines de la madrugada

un agua fresca canta su hermandad de los pobres.

Así llega la otaria que yuga por el bajo 

y trae una fatiga desde fondos ardientes

y un mal olor de idiotas bebedores de gas.

Un zapato aburrido lanza su ojal al mundo

y es una mueca con sudor de seda,

¡pobre mina que zapa en la función de ratas

para este fioca de pañuelos pardos

que nunca ha de jugarse en un jotraba de hombres

allí donde la vida es una luna rota

o un hilo de silencio deslizando ganzúas

de renuncia y coraje!.


Así era tango y sangre

tu pasión de cantar amaneciendo con

los lugares donde el hombre es apenas

una mueca robada a la grandeza.


Tiempo de Carlos Gardel, redimida

luz de fango, carpusa de grata viejo

amurado en un estaño.

Me va faltando la vida

para cantarte, muchacho,

eternizado en la trampa

milagrosa de los tangos.


Juan Carlos Lamadrid, ("Hombre sumado", 1958). 

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