domingo, 21 de junio de 2020

Hablando de tango

 A veces me gusta desempolvar alguna página que está amurada entre tantos discos que uno atesora y que por casualidad, en ese día tranquilo le sirven a uno para espabilar los recuerdos. Como en este domingo asoleado en que la música funciona como motor inspirador de cosas que el archivo atesora. De hecho, Angelito Vargas, ese cantorazo porteño de mi Parque Patricios natal, tiene todos los condicionantes para llevarte hacia atrás, de abrazarte con la nostalgia de los días vividos. Esos ecos que restallan en la imaginación rastreando noches de milonga, la tradición que nunca muere, aunque hayan cambiado los escenarios.

Entre esos tangos desteñidos que no lograron llegar a los primeros planos y permanecer en las vitrolas de los discjockeys y los repertorios de cantores y orquestas, hay infinidad de ellos que se escuchan con mucho agrado. Porque tienen esa carga sentimental, una recreación íntima, sensible, que muestran el oficio de los autores y su equipaje sentimental. La relación entre la inspiración poética y la incrustación musical.

                             
En este caso se trata del tango del título, que lleva versos de Raúl Hormaza y música de Roberto Grela. El primero fue presentador de orquestas, de cantores, supo manejar el verbo, la enjundia necesaria para ello y además creó numerosas páginas del género que tuvieron intérpretes destacados. Nacido en Montevideo, su familia se instaló en Buenos Aires cuando él tenía cuatro años y desde niño mostró su facilidad para crear versos de todo tipo, que luego anclarían en el andamiaje tanguero.

Roberto Grela, ese grande de la guitarra, musicante en aquellos patios floridos de San Telmo, maestro indiscutido del cordal, no fue un autor prolífico, pero dejó temas tan inspirados como Las cuarenta, Callejón, Viejo baldío, Color gris, entre otros. Y también le puso música también a estos versos de Hormaza, que cantaría Angelito Vargas.

                                   
Los versos están escritos en una de esas etapas de capa caída que tuvo el tango, cuando las grabadoras primaron otros géneros musicales, el tango bailable estaba desapareciendo en los clubes y algunos músicos como Piazzolla iniciaban su cambio de rasante con temas distintos pero de gran inspiración y calado, aunque Astor fue siempre refractario al tango bailado.

Y en los versos de Raúl Hormaza se anima a volver a la senda del tango de siempre. El del pueblo. Del tanguero apasionado y del milonguero.

Hablando de tango, quisiera contarles,
sencillo o compadre, fue siempre y será,
¡No tienen derecho! ¡cambiarle el ropaje!
con cuatro compases nació pa'bailar.

El tango moderno o el tango canyengue
que vista de lengue, que empilche de frac,
es un cacho grande de aquel Buenos Aires
de las serenatas y del mayoral.

El tango es el pueblo, la calle su escuela,
es la piba aquella que dejó el percal,
es canción de cuna de los arrabales,
el tango es Arolas, es Bardi, es Cobián.

Recitado:
Y hoy al evocarlo, en un viejo tango...
¡Se acuerdan muchachos... quisiera llorar!

Yo quiero ese tango que nace en el fango,
después, en el centro, se hace "Señor",
con versos humildes nos pinta la vida
y notas sentidas con un bandoneón.

Ángel Vargas lo grabó el 17 de abril de 1959, acompañado por la orquesta dirigida por Luis Stazo.

                               

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