domingo, 8 de diciembre de 2019

Barro

Seguramente no ha sido el éxito más grande de Alberto Morán, cuando estaba en la orquesta de Osvaldo Pugliese, pero fue un golazo. Lo cierto es que desde su debut en el disco con el pianista de Villa Crespo, cantando el tango de Homero Expósito y Domingo Federico, Yuyo verde, en enero de 1945, hasta su despedida en marzo de 1954, para ser solista, no sólo dejó 54 registros  con Pugliese, sino que sumó numerosos logros en una etapa de gran arrastre de la orquesta.

La viví personalmente y fue la formación con quien bailé más veces en vivo, porque venía seguido a Huracán, el club que nos reunía con la barra. Incluso estuvimos al pie del cañón las -7 grandes noches de carnaval 7-  en que nos iluminó en 1953, si mal no recuerdo, ya que yo era un jovencito milonguero, con unas ansias locas de aprender pasos, matarme a bailar y lucirme con los mayores.

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Puedo asegurar que las interpretaciones de Morán eran increíbles. Se posesionaba de tal manera al interpretar los versos tangueros, que nos transmitía a todos los presentes su apasionamiento. Y las milongueras daban rienda suelta a su emoción, dejaban de bailar para escucharlo y gritaban, emocionadas y exaltadas,  cada vez que terminaba una estrofa. Él, con los ojos cerrados, aferrado al micrófono viviendo el drama amoroso, pasional que estaba cantando... Inolvidables pantallazos....

Este tango de Horacio Sanguinetti y Osvaldo Pugliese, fue una de sus grandes pegadas. Lo vivía como si le estuviera pasando, con esos lamentos verbosos, dándole una temperatura emocional que nos envolvía en su agonismo. Le daba una fuerza más a cada frase y lo amplificaba con su expresión y ese sonido  de ciertas palabras que se nos queda pegado en el tímpano del corazón. Creo que Barro fue una de sus grandes creaciones y su interpretación del tema nos permite engarzar imágenes suyas cuando lo escuchamos en el disco.

Para qué continuar
si vivir es llorar,
mi corazón se encuentra mancillado
porque el barro lo ha salpicado.
Es mi afán olvidar,
nada más que olvidar,
que Dios me dio por nombre
flores mustias en angustias y soledad.

Que soporté miserias y dolor
en esta lucha cruel del hombre,
que ayer nomás, con lava, una mujer
burlándose manchó mi nombre.
Que al buscar amistad
encontré falsedad,
que solo hallé
en cien bocas pintadas
carcajadas del carnaval.

Sanguinetti, ese poeta maldito que desapareció por un crimen, entre sombras, dejó temas interminables como Nada, Ivon, Mañana no estarás, Tristeza marina, El barco María, Novia provinciana, Palomita mía, Viento verde, El hijo triste,  Moneda de cobre, Discos de Gardel y tantísimos más. Que tienen una profundidad estimable, como el que hoy traigo a la palestra.

En este tango hurga en la herida amorosa, con voces sumergidas en la neblina del tiempo, soportando las penalidades, abyecciones, toda la mandanga sentimental que supervive en su espíritu. Planteándose además las dudas, el futuro distópico como desilusión preventiva, escarbando en el sentido de la existencia y en una  realidad conjetural, termina comparando su triste peripecia, su barro... con el tango.

                         
Solamente un milagro de amor
me haría resucitar
si a mi alma que sus puertas cerró
viniera un alma a llamar.
Si a las nieves de mis penas
dos manos buenas
la borraran de mí.
Si no, será mejor morir.

Mi juventud la empapo con alcohol
quedando mi dolor en calma,
quién pensará que traigo al tambalear
sereno el corazón y el alma.
Para qué recordar,
es mejor olvidar
que siempre fue mi vida toda fango
como un tango del arrabal.

Me parece estar viéndolo a Morán cantándolo, derramándose sobre el micrófono, con la orquesta detrás, su hinchada totalmente entregada y  premiándolo en el final, al grito de "¡Caruso...Caruso!!!". Lo grabaron con Pugliese el 22 de mayo de 1951. Lo escuchamos:

                                 


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