jueves, 7 de noviembre de 2019

Aquellas orquestas

El tango está de moda hoy día en numerosos países del mundo. Hay bandoneonistas japoneses, chinos, rusos, franceses y bailarines de diversas naconalidades que figuran como maestros, dan clases y se muestran en exhibiciones. Nunca hubo semejante expansión del género, tal como sucede ahora. Y lo más notable de todo, es que seguimos bailando con las orquestas de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Es evidente que ello no sucede con otros géneros que saltaron de sus fronteras originarias y tuvieron éxito en diversas latitudes, como el jazz, por ejemplo. Y podríamos seguir con el bolero, el pasodoble, la mazurca, la polca, el mambo, el baión y tantos otros que tuvieron su momento de esplendor y hoy no se los baila ya y apenas se escucha algún que otro tema añejo de ésos.

                                         
Lo más notable, lo impresionante, lo que es digno de llamar la atención, es que en estos momentos se puede bailar un Troilo o un Pugliese en Eslovaquía, Canadá, Rumania, Puerto Rico, Tokio, Hong Kong, San Francisco, Cali, Sudáfrica, Belgrado, Islas Canarias o Manchester, por citar ciudades del mundo al voleo. Por todos esos reductos tangueros desfilan grandes cantidades de milongueros de ambos sexos y discjocjeys con su maleta cargada de temas de las grandes orquestas típicas del cuarenta/cincuenta especialmente.

Es algo que seguramente ni soñaron aquellos músicos geniales que nos dejaron semejante legado en forma de grabaciones. Sobre todo para aquellos que no lo vivieron en la época gloriosa del género. Recuerdo al respecto las palabras del pianista Carlos García, cuando le preguntaron por los músicos de antes o los de ahora, y respondió:
-Los de antes, pero sólo porque son más. Eran, en realidad, más tangueros, vivían más inmunizados, impermeables a todo otro sonido que no fuera el del género.

                                     
La calle Corrientes era una fiesta continua de boliches tangueros y los carteles anunciaban a Pichuco, a Salgán, a Fresedo, D'Arienzo, Gobbi. Y las radios pasaban tango a todas horas. Por la noche desfilaban las grandes orquestas por las principales emisoras radiales. Alfredo de Angelis estuvo más de 20 años en el Glostora Tango Club, por ejemplo. Los sábados lo hacían por el racimo de clubes sociales que había en la capital y el Gran Buenos Aires. Eran multitudes acudiendo a esas milongas impresionantes de Típica y Jazz.

La orgullosa desmesura del tango  -que tuvo bajones muy importantes- está en los seis/siete mil registros discográficos ideales para bailar, que se construyeron en dichos años y que se han convertido en la sinfonía del universo. Esa capacidad de transmisión emotiva que tiene el tango a través de sus compositores, poetas, músicos, cantores, pone el énfasis en la pasión y por eso reviven una y otra vez en el corazón de los que estaban, están y se van acercando al tango como escuchas o para bailarlo.
                         


Produce quizás la misma emoción que ver la obra de un grande de la pintura en el Museo. La caja de Pandora de donde sale lo que necesitamos para iluminarnos en la pista, abrazados con la pareja de turno. O sentarnos y escuchar aquellas grabaciones mientras tomamos un café o mate y le damos manija a los recuerdos. El poder de vivificación que tienen esos discos.

Y entonces llega lo más importante. La grandeza y la capacidad de hechizo del artista. Todas esas orquestas, aunque interpretaran la misma pieza, lo hacían de una manera distinta. Cada una con su estilo y personalidad. Las orquestas de Pugliese, D'Arienzo, Troilo, Di Sarli eran geniales y no se parecían en nada. Como  sucedía entre ellas con  las de Tanturi, Fresedo, Demare, Biagi, Caló, Laurenz, D'Agostino, Maderna, Gobbi,  Donato, Sassone, Francini-Pontier, Salgán, Basso, Do Reyes, Mancione, Enrique Rodríguez, Ricardo Malerba, etc.  Los que tenemos raíces tangueras las identificamos de inmediato en los primeros compases. Y eso no tiene precio. No eran imitadores, creaban su forma interpretativa y eso los destacaba.


Incluso podemos retroceder unos años y comprobaremos que se puede bailar muy bien con las grabaciones de Francisco Canaro, de Lomuto, de Firpo, la Típica Victor y demás. Evidentemente, sabiendo escoger las piezas  que se prestan para la milonga. Pero también, y eso es lo remarcable, son distintas entre sí. Los imitadores no jugaban en las grandes canchas, en los mejores escenarios, en los clubes importantes, pero tenían su público, sobre todo  los que tocaban al "estilo D'Arienzo".

La maravilla de aquella época histórica se hilvana también con una poesía impulsiva, vigorosa, el acervo común que funge de conexión entre el alma, la música y la voz. Y cómo sumaban los grandes cantores de orquesta. La maravilla incluso, era que Fiorentino no cantaba como su compañero Marino, ni Floreal como Rivero, y lo mismo sucedía con otros dúos de voces: Mauré-Echagüe, Iriarte-Berón, Dante-Martel. Rufino-Podestá,  Chanel-Morán, Bustos-Valdez, Ortiz-Amor, Maciel-Diaz, Goyeneche-Deval, Sosa-Ferrari, Ledesma-Lesica, Durán-Florio... Excelentes intérpretes, de gran personalidad, que le dieron un colorido especial a los temas que interpretaron, cada uno en su tesitura vocal.

                                     

 Esos miles de grabaciones que tienen la capacidad de empujarnos a la pista desde hace tantos años y siguen golpeándonos en el cuore, es la energía gravitante que se desprende de la obra de músicos, compositores, arregladores, poetas y cantores que construyeron una obra fantástica, irreemplazable. Por su estatura, el atavismo que nos impregna de nostalgia y la atmósfera en que nos envuelve.

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