jueves, 27 de junio de 2019

Romántica

Como milonguero, yo creo que los valsecitos son una especie de frutilla de postre, que viene a servirse después de una abundante ración de tangos y el picoteo de alguna milonga. Es la alegría de la familia. La música que nos induce a los movimientos circulares, a la sonrisa, al vértigo, a la constatación de que el baile puede ser un lenitivo para el cuerpo y la mente.

Se baila desde el alma, como si tuviéramos un corazón de oro y viajáramos en el aeroplano, es realmente un placer seguir su música contagiosa, con pasión, porque ese valsecito de antes nos lleva a bailar con una palomita blanca y sus vibraciones del alma, todo un paisaje, con los amigos, como cuando estaba enamorado, con aquella muchacha; son como flores del alma bajo un cielo de estrellas, esa fuerza que tiene el viejo vals, vivir un momento y recordar que bailando me diste un beso...

                                    
Sí, la ristra de valsecitos que adornan el vademécum tanguero son una maravilla y adornan con su alegría y su ritmo el entramado orquestal. Y muchos de estos valsecitos contienen además una trama poética que los hace inolvidables y persistentes en nuestros corazones. Homero Manzi hizo los versos de algunos de ellos y la mayoría se niegan a pasar al olvido.

Bastaría citar: Romance de barrio, Valsecito de antes, Paisaje, A su memoria, Llorarás, llorarás..., Gota de lluvia, Tu pálida voz, Desde el alma, Más allá, Esquinas porteñas, Tu nombre, El vals de los recuerdos...  O el que hoy nos llega en su alegoría, para  valorar en toda su dimensión la paleta poética del gran vate nacido en Santiago del Estero y aporteñado para siempre desde su llegada a Nueva Pompeya. El sur de la ciudad que nunca olvidó.

                             

Con el bandoneonista y profesor de música Félix Lipesker compusieron algunos valsecitos, entre ellos este que traigo a la palestra y que es una delicia poética y musical. Sobre todo por como va dibujando Homero el recuerdo del primer encuentro en el baile de carnaval y aquel valsecito que los unió en la pista de una manera romántica y expectante de cara al futuro.

Romántica incurable, ¿te recuerdas?
esa noche en las luces de la fiesta,
nos juramos amor mientras la orquesta
lloraba las cadencias de aquel vals..
Romántica incurable, ¿te recuerdas?
nuestra danza fue un sueño de locura,
y tus ojos brtillaron de ternura
entornados detrás del antifaz.

Todos llevamos en el alma recuerdos de ese tipo, aunque, claro, no podemos describirlos como lo hace Manzi, con esa poesía que nos atrapa y nos araña el cuore. Es como si lo estuviéramos viviendo en su lucidez descriptiva, con el caudal de emoción que nos incita a escucharlo una y otra vez en las diferentes interpretaciones que se han hecho del mismo. Con lenguaje culto, el lirismo que porta en toda su temática tanguera y esos brochazos luminosos.

Serpentinas del vals                                    
enredando mi ayer,
hoy me han hecho soñar
con tu viejo querer.
Serpentina del vals
que arrastrando mi amor,
me han dejado el dolor
de saber que no estás.

Y el final con toda su liturgia nostálgica en el roce fugaz del beso que prometía un amor eterno y se fue esfumando como se esfumaron tantos sueños de carnaval... Entre disfraces, alegrías, valsecitos y promesas, dejando una estela inolvidable que el poeta esculpe de una manera que nos atrapa y nos inserta en la imagen fotográfica de aquel encuentro romántico que pasó  Y vuelve en la memoria...

Pasabas entre muchas mascaritas
arrastrando el rumor de tu alegría,
y entre todas, tu sóla me atraías
envuelta en el carmín de tu disfraz.
Romántica incurable, ¿te recuerdas?
al volver del jardín, cabeza loca,
me dejaste la marca de tu boca
como un sello feliz del carnaval.

Una joyita de versos envueltos en la romántica música de Félix Lipesker que al bailarlo parece que seguimos la estela del protagonista. Entre las varias versiones del mismo, está la de Francisco Canaro con el cantor Roberto Maida, grabada el 22 de agosto de 1938.


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