viernes, 21 de junio de 2019

Marcas

La sociedad entre el poeta Carlos Bahr y el bandoneonista, director, compositor, arreglador, Héctor María Artola, permitió que entre ambos pergeñaran varias páginas para el andamiaje del tango, que mantienen toda su vigencia en la mayoría de los casos. A la vez certifica el acierto en dichas obras que tuvieron y tienen mucha repercusión, como Desconsuelo, Equipaje, Yo soy la milonga, Tango y copas, No me debes ni te debo, Rienda al corazón y la que hoy traigo a la palestra: Marcas.

He escrito varias páginas sobre Bahr, a quien tuve la suerte de conocer y tratar,  y me place poder seguir mostrando y valorando aspectos de su extensa e impresionante obra autoral. Un poeta que militó en la fundamental renovación literaria del tango y estuvo presente en la plenitud del mismo. Sus temas estribaron en los atriles de casi todas las orquestas típicas y cantores y cantantes femeninas de renombre le sacaron lustre.

                           


También he bosquejado la figura sobresaliente en todos los órdenes de su trabajo musical, de Héctor Artola, que comenzó tocando el fueye en orquestas de su Uruguay natal. Llegó a formar con Arolas en Montevideo, después de haber estudiado órgano, piano, flautín y bandoneón. Viajaría a Europa con la orquesta Bianco-Bachicha, acompañó a Irusta-Fugazot-Demare y ya en Buenos Aires, integró varias orquestas, entre ellas de la Francisco Canaro. Sería bandoneonista, arreglador  y director de la orquesta estable de radio El Mundo, y un día lo dejaría para dedicarse a la escritura y dirección orquestal. En ese sentido también sería un avanzado, que junto a Argentino Galván, marcarían la renovación del tango con sus arreglos.

En este tango que los unió, Carlos Bahr, de largo bagaje lírico en el vasto predio tanguero, recorre el eterno tema del amor no consumado, con ese estilo tan propio, de la línea sentimental que lo recorre, expresada con una aparente sencillez de construcción pero que le llega emocionalmente al intérprete vocal y también al oyente y al bailarín que lo interpreta en la pista.

Marcas que un amor dejó en mi vida
y un rencor que no te nombra
y un dolor que no te olvida.

Saldo torturante de un pasado
que dejó de ser feliz
entre tus manos.

En la brevedad y capacidad de síntesis, también se atisba el buril poético. La instantaneidad fragmentaria nos dibuja el escenario y el peso de la memoria frustrada por el final del amor. El epitafio. También brota el resentimiento porque aún no está  cicatrizada la ruptura sentimental. Los versos sencillos, cortos, sirven de introito y nos preparan para develar toda la tristeza del personaje que encarna en este caso, supuestamente, el autor.

Marcas que dibujan en mi cara                                    
Carlos Andrés Bahr
ese gesto que delata
las pasiones que me azotan.
Mientras a mi lado va la vida
embriagándose de amor y de ilusión.

La atmósfera nos atrapa y nos invita a descubrir el enigma que encierra la historia. El dolor y la confusión del protagonista nos lleva a conocer el desarrollo y final de su malograda historia. No hubo un amor pasajero y previve el estado emocional del reproche y la certidumbre de que la memoria del dolor es incurable. La realidad muestra atisbos de la emoción que embarga en su complejidad melancólica, a la persona que está contando. su drama amoroso. Y al final rinde cuentas a la vida de su pesadumbre con frases certeras, tremendamente logradas.

Rigor de tu desamor
que me dejó
para escarmiento....
La marca de dos pasiones
que anulan mi vida
con fiero tormento.
Bajo un dolor que lastima
con puñales de recuerdos.

En chairas de su abandono
afila mi encono
su terco rencor.


La metáfora final es restallante y ampara sus largas esperas. Quién no recuerda la chaira del carnicero que éste usa para afilar su cuchillo antes de deslizar su filo en la carne...

Hay una buena versión de este tango, por Rodolfo Biagi, su orquesta y su cantor Jorge Ortiz. Lo grabaron el 15 de octubre de 1040.



                             

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