lunes, 3 de junio de 2019

EXORDIO

Compadrito porteño
que veo por las calles de Montmartre
el quartier sin sueño,
siempre de traje negro sin chaleco,
con camisa de seda,
zapatos de charol con tacos altos
y prepotente volteador de muñecos.
Figurita escapada de Barracas
o de alguna carátula de tangos,
que habla un patois francés a toma y daca
y por decir 1 franco --dice un mango.
Esto da clima reo a rue Fontaine...
En el Moulin de la Galette
llora el acordeón
en el vals Musette
y hace estremecer
de celo y pasión
al apache corso
y a la apachinette.
Esto le da al quartier
un Rififi sabor local...
Del cabaret Garrón
lo encara y desafía un bandoneón:
"Manuel Pizarro"
que en guapo arremango
se juega entero
en un tute cabrero,
el prestigio del tango.
Y esto le da al faubourg
clima y fandango.
Bianco, Bachicha, Melfi, Pizarro.
Cuatro hombres que jamás se empañan
porque hacer bailar a París,
ya, es una hazaña.
Ecos dislacerantes de tangos
rebotan contra el bistró de Le coq-hardi
donde se emborracha a puro mandarain
"Eduardo Arolas".
Ante las cuatro aspas del Moulin Rouge
se persigna la revista teatral: París qui tourne
(une vraie folie con descaro)
con las piernas famosas de La Mistinguette
y la cara roja de Spadaro.                    
Raúl Santolín y Salvador Pizarro ( hermano de Manuel)
son los "santo-lines" que en el Florida
hicieron el milagro del debut de Gardel.
Rue Clichy 20, Florida Dancing, mil nueve veintiocho...
Noches de gigolós peinados a la gomina argentina.
soirée de lujo
donde el misterioso embrujo
es un cantor morocho...
Noche de gala...
La élite artística de tout París va a aquel debut:
Mauricio Chevalier
Gaby Morlay
Lucienne Boyer
Moro Giaffery ( el célebre abogado argelino que defendió a Landrú)
Josefina Baker
Fujita ( el pintor japonés,
con su flequillo,
su imperial kimono
y sus gruesos anteojos de carey)
George Carpentier ( la gloria del box francés)
Tito Saubidet ( el pintor argentino,
el artista estanciero
que decoró los muros del Florida
con motivos camperos...
Una Pampa muy verde,
un ombú solitario,
un rancho, y a lo lejos,
la carreta castillo,
la laguna de espejo.
En un panneau,
el casco de una estancia,
una hacienda, una yerra,
un asado bien criollo,
costillares enteros
en fuertes asadores
clavados en la tierra...
Y en otro,
dos gauchos a caballo
corriendo a toda rienda
haciendo filigranas
gambetas y boleando
avestruces pampeanas.
Y en un ángulo aparte,
sobre un poste esquinero,
como un símbolo nuestro,
el nido de un hornero).
…………………………………………

En la semi-penumbra del proscenio
aparece Gardel a la conquista
con su traje de gaucho legendario
seguido de Barbieri, Aguilar y Riverol,
sus nobles guitarristas.
Y es tanta su radiante simpatía
que resplandece más el escenario.
Es Rodolfo Valentino redivivo,
es la vedette, el macho,
la aparición de un divo.
Llega el instante de emoción.
La sala aplaude. Él, conmovido.
Y es otro aplauso el estampido
del detonante Moët- Chandon.
Va a enfrentar a París...
Tiembla su corazón...
Siente algo que se parece al miedo
de hallarse lejos de su país.
Cierra los ojos
y se deja flotar como en un sueño
pensando unos segundos
que París es un mundo
sordo y vasto...
Y en su confianza loca,
su voz,
del corazón salta a la boca
y comienza a cantar
como lo hacía ayer en el Abasto...
Y canta un tango cuya letra argentina
los franceses no entienden,
pero es su voz que nunca desafina,
es su honda ternura
y la arrogante y varonil figura
de aedo extranjero,
la que enciende en las damas, la galante aventura
y en los hombres, el aplauso sincero.
En una mesa de preferencia
acompañada de su bailarín
fuma su Chesterfield en larga boquilla,
platino y brillante en su gargantilla,
costosos pendientes de varios quilates
y en el dedo meñique luce un "chevalier".
Más que una habitué, por su deslumbrante fortuna de joyas
parece un anuncio
de Jacques Lacloche o Cartier...
Muerde displicente la almendra salada,
bebe a lentos sorbos rosado Cliquot
y de tanto en tanto
echa una mirada a Carlos Gardel.
Esta flor de otoño ya quincuagenaria
es la conocida multimillonaria
Madama Liggett.
Dos tangos son muy pocos.
Otros dos y otros tantos más también.
Los aplausos consagraban esa noche
a le chanteur sud-américain...

………………………………………...
Ese fue su debut y desde entonces
siempre ¡arriba Carlitos!
Ya en el Empire, o en Cannes,
en el Casino Mediterranée,
alternando y hablando de potencia a potencia
en correcto francés,
de turf, con el Aga Kan,
con el Príncipe de Gales, de steeple-chase,
con Madama Rasimi y Monsieur Volterra,
de llevar el tango a las revistas teatrales de París.
Y con su amigo predilecto, Samitier,
habla de goles hasta el amanecer...
Anterior a “Luces de Buenos Aires”
Gardel soñaba ser actor de cine.
Admiraba a Carlitos – a Carlitos Chaplin
su glorioso tocayo que gustaba del tango.
Y se hicieron amigos
durante un souper en Chez Maxim.
Mientras que en Monte Carlo
se daba su baraja...
Constelada de alhajas
suspiraba por él Madama Ligget...

                                                     
……………………………………….
Gardel había nacido
con un instrumento musical en la garganta
y aparte de su voz extraordinaria
Carlos tenía el ángel en el rostro,
eso que hace triunfar a los artistas
transformándolos luego en luminarias.
Con eso, nada más, aún sin saber cantar
podía haber triunfado.
Sonriendo solamente,
mostrando el estupendo encanto de sus dientes.
Era un predestinado...
Y cuando alguien por quemarle incienso
le decía al Morocho, ingenuamente:
"El Tango a vos te debe mucho, Carlos..."
Gardel le respondía humildemente:
"Yo soy el que le debe mucho al Tango"…
Hubo tan sólo uno que se llamó Gardel
y seguirá viviendo mientras haya una esquina
Corrientes y Esmeralda, porteña como él.
o mientras en Palermo haya un final reñido,
o del surco de un disco llegue un tango sentido
y su voz tan lejana nos erice la piel.

                                                           ENRIQUE CADICAMO
                                                           Buenos Aires. MCMLXV

(En la imagen, Gardel en París con sus guitarristas Aguilar, Barbieri y Ricardo)


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