jueves, 23 de mayo de 2019

Un millón de visitas...


Son las que acaban de completar en mi Blog: Tangos al Bardo. Una página que comencé a escribir el 25 de febrero de 2012, un poco a la bartola, hasta que vi que la posibilidad de contribuir no sólo a la difusión del tango en su conjunto (Música, verso, baile), sino también como una experiencia prsonal
que entreví,  importante sobre el género. Porque en mi vida he conocido a grandes personajes del Tango, he bailado en vivo con las orquestas de lujo que embellecieron y eternizaron esta música en registros discográficos que siguen alimentando la pasión milonguera, ahora en los puntos más increíbles de este Planeta tierr,a y después de tantos años sigo militando en sus filas.

¡Y lo que les costó! Porque los baches que ha tenido en su historia el tango, obligaron a desintegrarse a aquellos maravillosos conjuntos, cada uno con su sello personal, su estilo, su marca registrada. En mi época de chiquilín lo mamé a través de la radio, que era la gran compañera de las familias, cuando no existía aún la televisión. Había numerosos programas radiofónicos en los cuales se hablaba de tango y se escuchaban los temas. Mi hermano era fanático de D’Arienzo y del cuarteto de Roberto Firpo que sintonizaba por las mañanas en radio del Pueblo, en un programa que conducían Roberto Palazón y Alcira Muso.

Y recuerdo otras emisoras donde estaban Julio Jorge Nelson (“El éxito de cada orquesta”) en radio Mitre, Antonio Cantó, Roberto Pozzi (buen amigo) en radio Libertad, Roberto Casinelli, Juan Zucchelli, Roberto Giménez, Leonel Godoy y tantos otros que desfilaban por los micrófonos y nos deleitaban con historias, anécdotas y la música. En los barrios había cantores aficionados, fueyes y guitarreros orejeros, que siempre se prendían en fiestas que se celebraban en los patios de aquellas casas con emparrado a la entrada y muchas macetas con plantas florecidas. Algunas veces los muchachos grandes de la barra llevaban aquella vitrola portátil, a la cual había que darle manija, a la plaza del barrio, y ponían tangos, milongas y valsecitos sentados en la hierba. Mi hermano aportaba un par de álbumes y así podían estar dos o tres horas, con los comentarios de rigor. Porque eran hinchas de orquestas y cantores, como si se tratara de equipos de fútbol y siempre terminaban discutiendo.
Yo me crié en ese clima. Un muchacho más grande que yo, a quien encontré en el colectivo y con quien jugaba en el equipo del barrio, de regreso a casa, me dijo un día:
-Hoy ensayamos en el Charleston entre los muchachos, para la milonga, ¿Por qué te no te apuntás?
El Chárleston quedaba en 50 metros de casa, al lado de Transportes Rabbione, de la calle Uspallata. Y esa noche debuté en el baile de tango. Tuve que hacer la parte de mujer, que me explicaron pacientemente hasta que, con el paso de las prácticas, la aprendí tan bien, que varios querían usarme de pareja para practicar pasos. Cuando ya dominaba los movimientos acompañantes, pasé a “llevar”, a manejar la técnica y tantos secretos… Así era como se aprendía a bailar en los años cincuenta, con los mayores. De ahí viene esa errada afirmación de que los hombres bailaban entre ellos. Quien vivió aquella época, sabe que abrazarse entre hombres, besarse como se estila hoy día, era imposible en aquella época. Máxime cuando más atrás aún, los hombres usaban sombrero para salir a la calle, para ir a fiestas, a salones y para bailar.  ¿Cómo iban a bailar dos hombres, con sombrero y abrazados? Es no conocer lo que era el porteño de entonces, tan reservado.

                                                                                                                                                        
Incluso, se ignora que fue Aníbal Troilo quien fue implantando, sin quererlo, esa costumbre del beso en la mejilla a la gente de la noche que se le acercaba. Pichuco era sumamente respetuoso -lo he comprobado varias veces personalmente-, pero su manera de saludar a los amigos era con un abrazo y un beso en la mejilla. Y todo el mundo de la noche lo aceptaba por tratarse de Troilo. Pasaron años hasta que esa costumbre se fue transmitiendo entre la gente de la noche, tangueros casi todos y con el paso del tiempo llegó a la calle, a los barrios, a los campos de fútbol donde los jugadores se daban un beso al saludar o al festejar un gol. La televisión hizo el resto y hoy día se ha extendido a distintos campos del mundo, como algo natural.

Los locutores radiales tenían una costumbre que para mí fue vital. Cuando anunciaban un tango, o después de finalizado, no sólo daban el nombre del mismo, la orquesta, el cantor, si lo hubiera, sino también el o los autores del mismo. Y de tanto escucharlos se me fue pegando. Y como mi hermano compraba revistas de tango que había entonces: El Cantaclaro, La canción moderna, Cantando, Sintonía, El alma que canta, etc., también me quedaban las letras, anécdotas, historias y demás. Y un día utilizaría todo ese material memorizado.

Alrededor de mi casa había varios clubes de barrio, que eran el refugio de la juventud. El Alianza, Chárleston, Uspallata, Parque Patricios. En estas pistas comencé a foguearme de pibe. Los sábados solían exponer una obra teatral, por un grupo de aficionados y al finalizar, “Gran Baile Social”, donde se fraguaban noviazgos, romances y demás. Fue como mi plataforma de lanzamiento. Incluso, cuando llegó el momento de mostrar nuevos avances milongueros, tenía la plataforma ideal: El Club Atlético Huracán, en la Avenida Caseros, frente al Parque Patricios, que tenía una sede Social espectacular. Para mí fue una de las mejores milongas de los años cincuenta, y ojo, que recorrí muchas, las más conocidas. Por su escenario desfilaron todas las grandes orquestas de tango: Pugliese (el que más veces actuó), D’Arienzo, Troilo, Di Sarli, Gobbi y otras. Las siete grandes noches de carnaval-siete, fueron espectaculares con unas mil personas bailando en las varias pistas del club, a las típica y jazz. Allí aprendí que había que “obtener diploma” para bailar con las mejores. Y empecé de abajo, como se debe, hasta llegar a milonguear con las “diosas” del club. En el salón grande bailaban los mejores y en el salón chico (eran enormes) los menos hábiles. Era algo natural, nadie lo programaba.

Me llama la atención que siempre se hable de tango, señalando a los clubes de Saavedra y Villa Urquiza y se deje de lado a un Club como Huracán, donde iban los jóvenes Gloria y Eduardo, Juan Carlos Copes, Teté, Tim, y tantísimos milongueros y milongueras de todos los barrios. Con la barra no faltábamos a la milonga con grabaciones de los domingos a la noche. Y cuando se anunciaba la presencia de una gran orquesta en día sábado nos preparábamos con mucho mimo para estar bien empilchados y pasar una velada de ésas que se recuerdan. Una de las costumbres era copiar algunos pasos que habíamos descubierto en otros milongueros y después, salir de la milonga y quedarnos practicando con los muchachos en la esquina del barrio, bajo el farol de la esquina, de madrugada, hasta que los sacábamos y los incorporábamos a nuestro repertorio. Así llegué a tener un arsenal impresionante de figuras, que con el tiempo fue borrando de mi memoria quedándome con las justas para bailar con pasión y estilo.

Los muchachos más grandes se iban poniendo de novios, desertaban de la barra milonguera, de los partidos de fútbol y como dice el tango “me largué por esos barrios a encarnar el espinel”. Comencé a recorrer clubes y a bailar en todas partes, yendo sólo, con una fiebre tremenda. La lista es muy larga. Puedo nombrar: Social Rivadavia, Premier, Oeste, Terremoto de Barracas, Villa Malcom, Fulgor de Villa Crespo, Estrella de Oriente, Sportivo Pereyra, Palacio Rivadavia, Pista de Lima, Barracas Central y un largo etcétera. También en el Palacio de las Flores, Centro Asturiano, Unione e Benevolenza, Centro Lucense de Olivos… Después debuté en las Confiterías del Centro. Montecarlo fue mi preferida. Con el flaco Morán y la orquesta de Armando Cupo. Con Tito Martín y Mario Cardy y su trompeta. Anduve por la Nóbel, la Dominó, Sans Souci, Mi club, Novelty y otras. Hasta que las milongas fueron desapareciendo lenta pero firmemente…

Fue cuando llegó la invasión del rock, después también el bolero, el mambo y diferentes ritmos y el tango fue bajando su listón. Pero yo lo llevaba como abrojito prendido. Un día escribí una carta a los organizadores de “Odol Pregunta”, ofreciéndome a concursar sobre la historia del tango. Me llamó el que llevaba el tema, un anticuario, le caí bien y me mandó a ver a Julio Jorge Nelson en radio Mitre para que me tomara una prueba. Entre tango y tango, cuando se pasaban los avisos comerciales salía fuera del estudio y me acribillaba a preguntas. Pasé la prueba, me felicitó y me dijo: “Por mí, vas seguro al programa”. Y así fue. En esa época dirigía el programa televisivo de enorme audiencia, Augusto Bonardo. Cacho Fontana era el locutor comercial.  En la primera tanda debí responder 5 preguntas. En la segunda: 4. Empezaron a venir los coleccionistas, gente de muchas partes y me invitaban a sus casas, sorprendidos de que un muchachito joven supiera de tango. Me traspasaron conocimientos, datos, me regalaron un par de libros. Y yo seguía progresando… Un día vino a mi casa el anticuario que me había tomado y me dijo que se retiraba porque habían designado a otro director, en la Agencia y me deseó toda la suerte del mundo.

El nuevo director me llamó a la agencia y me dijo que venía de Estados Unidos, me contó una historia y me dijo que me convenía tomar el dinero que había ganado y retirarme porque desde el próximo programa él iba a crear un concurso sobre Gardel y no podían haber dos temas de tango. Decidí seguir… total. Allí conocí a Francisco García Jiménez que era el jurado de las preguntas sobre Gardel y pude conversar un rato largo con él. Resultado, me hicieron una pregunta capciosa que no podía tener una respuesta firme, no daba lugar y me eliminaron aunque me quedé con la mitad de lo que llevaba ganado. Fue una trampa vergonzosa. Me hicieron reportajes en revistas y en programas radiales como el de Zucchelli. Muchos años más tarde un amigo me recomendó en Madrid a una persona que venía a vender la fibra óptica y que por favor lo atendiera. Anduve tres días con él, se le veía mal por la ropa que llevaba y un día le dije: ¿Vos no te acordás de mí?  Me miró una y otra vez y puso cara de no conocerme realmente. Cuando le dije que yo era el que él había eliminado de “Odol pregunta” se quiso morir. No lo podía creer y me pidió mil disculpas. Y dio la casualidad que yo ya era periodista y Jefe de deportes en canal 9, entre otras cosas cuando Odol decidió patrocinar
 una serie semanal. “Boca Juniors contra un equipo del interior”. Y Podolsky, el dueño de Odol firmó para que yo fuera el presentador, relator, comentarista… Cosas de la vida…

                                                                                                                                                 
Con Chupita Stamponi en Madrid
Al tango lo seguí como oyente. Iba mucho a Caño 14 y tuve buena relación con Aníbal Troilo, con Rubén Juárez, con mucha gente del tango, como Rodolfo Lesica, Raúl Lavié, Julio Camilloni, Manolo Sucher, Enrique Francini, Carlitos Almada, Chupita Stamponi, Biagi,  Miguel Bucino, Alfredo Bigeschi (compañero en “La Razón”), Ángel D’Agostino, Alberto Castillo, Libertad Lamarque (La traje a Madrid para un homenaje), Enrique Campos, Alberto Morán, Ángel Cárdenas, Horacio Ferrer y tantos otros. Y sobre todo Alfredito Gobbi que me cobijó bajo sus alas y me regaló su generosa amistad. O Roberto Mancini, casi un hermano para mí. Recorrí mundo como periodista y me encontré con gente del tango: Attadía, Raúl Iriarte, Antonio Rodio, Armando Moreno, Fontán Luna, Jorge Vidal. Estuve con Pugliese en Madrid y en Buenos Aires. Con Beba, su hija, entrañable amiga. Incluso bailé con ella en la capital de España. Con Edmundo Rivero estuve en la radio y en Mónaco. Comí un par de veces con Cátulo Castillo y Tony Carrizo, cuando trabajé en Radio el Mundo con este último. Por mi programa de radio desfilaron varios de ellos así como Julio De Caro (Me regaló su libro biográfico dedicado), Piazzolla  y más.

Con Ariel Ardit
Mi alianza con el tango  viene de muy atrás y cuando volvió con todo, en los años noventa del siglo pasado, me desboqué y bailé durante horas y horas en Buenos Aires. Viajaba seguido y me recorría las principales milongas. Sobre todo Almagro y Niño bien. Era amigo de Osvaldo Zotto, a quien presenté en un espectáculo y con Miguel Ángel nos fue uniendo también una gran amistad. Incluso prologó mi libro: “La llamada del Tango -Una danza mágica”. Lo cierto es que la lista de grandes amigos que me dejó el tango, es interminable. Y paro de nombrar porque siempre me dejaré alguno en el tintero. Cuando tenía 18 años yo era el que pasaba la música cuando organizábamos en el club un festival para comprar equipos de fútbol.  Y lo sigo haciendo ahora en Bien Milonga desde hace seis años y en otras que he tenido en Madrid. Para mí es muy sencillo porque lo llevo en el cuore y en la memoria y me es fácil seleccionar lo más bailable, o los temas que son ideales para escuchar. Y quiero dejar bien claro que jamás existieron el Tango milonguero, Tango de salón y todos los apelativos que se le han adosado ahora. Era simplemente Tango. No era lo mismo bailar en un salón grande, de club, que en el reducido de confitería, por la estrechez de éste. Pero no cambiaba de nombre, jamás. Se bailaba distinto, con poquitos pasos, en los boliches del centro, porque no había espacio, hasta la madrugada. Al que llamábamos tango “liso” sin figuras era el que se bailaba en los estratos sociales altos, porque no dominaban los adornos y para no desentonar en su ambiente y convertirse en “milongueros”, que durante años fue sinónimo de vagos, atorrantes y demás caricaturas. Los que le ponen apellido al tango, actualmente lo hacen con fines publicitarios, simplemente o por desconocimiento y repetición. Eso sí, lo que se llamaba antes “tango fantasía”, en exhibiciones, hoy se denomina “tango escenario”, y es otra cosa. Y, ¡ojo! los discjockeys de aquellos años gloriosos eran seres invisibles. Jamás los veíamos ni sabíamos quienes eran. Pero no fallaban. Conocían los secretos de las milongas y los yeites de cada orquesta.

Y así, a vuela pluma, cuento mi historia tanguera, paralela a otras de mi vida, para explicarle a todos los que frecuentan este Blog, que hoy llega al millón de visitas, nada menos, con 1657 notas publicadas, porqué puedo hablar de tango, que es una parte importante de mi existencia y porque intento transmitir mis vivencias y la información que poseo, de muchos estudiosos, a todos aquellos que buscan conectarse con las raíces y con la realidad del tango. Porque lo he vivido, lo he escuchado, lo he bailado entre aquellas multitudes del cincuenta, donde se circulaba con mucho orden y respeto. Todos aquellos códigos los mamamos a rajatabla. Y quizás como consecuencia de una experiencia real y madurada, hoy tengo un millón de visitas en TANGOS AL BARDO:

2 comentarios:

  1. ¡Felicitaciones, José María! Sigo tu blog desde hace muchísimo tiempo.
    Si bien no comento, disfruto inmensamente todo lo que escribís.
    Gracias por todo y ¡que siga el baile!

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