lunes, 22 de abril de 2019

El Polaco

El tango tuvo cantores de gran envergadura vocal, musical y con el sentimiento adherido a su piel para poder interpretar esos versos que hilaron poetas que dibujaron los pequeños aconteceres, las venturas y desventuras del amor, el paisaje barrial y la pasión de la vida. Gardel inventó la manera de cantar el tango y fue el más grande. Pero transmitió tanto con su voz y su estilo único, que creó una herencia maravillosa.

Es difícil elegir al mejor -dejando siempre a Gardel fuera de la competencia, porque es imposible superarlo-, pero hay un ramillete de grandes voces que no admiten discusión. Siempre, para mí, estarán Charlo, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Raúl Berón y Roberto Goyeneche en ese podio imaginario, y aclarando que hay muchos otros que me encanta escucharlos y que atesoraron grandes cualidades. Los Vargas, Chanel, Rubén Juárez, Fiorentino, Jorge Falcón, Mauré y otros.

                             
Al Polaco lo disfruté personalmente en tantas noches de Caño 14, especialmente, porque ahí estaba en su salsa. Se comía el escenario y transmitía un tango que nos emocionaba a todos, incluso cuando su voz se había ido desfigurando por los años, el tabaco, y los abusos en las madrugadas interminables. Sus gestos, la energía, intensidad, el poder de sugestión con que le daba vida a las estrofas envueltas en música, su zapateo marcando el ritmo y la frase, eran algo diffícil de explicar para quien no lo haya vivido en persona, disfrutándolo.

Bastaría recordar lo que me contó, en Madrid,  el cantante cubano Pablo Milanés al respecto. Me decía que el Polaco Goyeneche había sido el cantor que más lo había impresionado en su  vida. Y vale la pena tener en cuenta que lo conoció en el final de su carrera, cuando su voz había perdido la coloratura que le diera tanto brillo, justo tres meses antes de su muerte:

-Fuimos  con mi esposa, Fito Páez y la actriz Susú Pecoraro a escucharlo. Goyeneche andaba muy mal de salud, tenía varias dolencias y nos anunciaron que no iba a salir al escenario. Pero finalmente se animó y subió para nuestra alegría.  Cantó algunos tangos y lo hizo de tal manera que aquello fue la emoción más grande de nuestras vidas... Terminamos los cuatro llorando sobre la mesa a lágrima viva.

Goyeneche cantando con la orquesta de Troilo en el club Comunicaciones

Es muy importante esta confesión por tratarse de artistas acostumbrados a actuar ante multitudes o en pequeños recintos. Y uno de los grandes méritos del Polaco, además de saber escoger su repertorio, es que se expresaba con total naturalidad y con el mismo nivel de expresión interpretativa, con temas de tesitura dramática, sentimental, satírica, romántica o melódica. Tenía un sentido innato del ritmo. Incluso, a semejanza de algunos bailarines, podía ralentizar la frase y alcanzar de nuevo el compás acelerando el desarrollo del texto.

Sus nueve años junto a Aníbal Troilo le dejaron marca. Tenían el mismo sentido del respeto por el barrio, la manera sentimental de entender la vida, la amistad, el tango. Y nadie supo darle a sus cantores el acompañamiento para que pudieran dar todo lo que llevaban adentro, como Pichuco. Fue el Gordo, quien terminó de acelerarle el camino al estrellato. El Polaco maduró definitivamente en su orquesta, entrevió todas las posibilidades de expresión que tenía. Terminaría convirtiéndose en todo un diseur.

-El Gordo fue único e irrepetible -decía Goyeneche-, cuando nació rompieron el molde. Musicalmente lo sabía todo sobre el tango. Y cuando se ponía a entonar con su media voz te daba una verdadera lección de canto, porque tocaba fundamentalmente los sentimientos.  Con él aprendí a valorar aún más la poesía y a darle a cada palabra todo el peso que tenía. Además te cuidaba, te mimaba,  y eso que él era el más grande de todos. Y a la hora de la verdad, el más bueno y el más humilde. Con un profundo respeto por el público. ¡Y qué oreja tenía!

                                    

Como a sus otros cantores, también supo abrirle las puertas para que se lanzara como solista rumbo a la fama definitiva. Atrás habían quedado su etapa de chófer de colectivo, de taxis, su triunfo en un concurso de su barrio, el debut con la orquesta de Raúl Kaplún a sus 18 años y la recomendación de Alberto Podestá a Horacio Salgán para que lo probara en su orquesta. Tendría allí de compañero al Paya Ángel Díaz, dos cantorazos que transmitían intensamente lo que cantaban. Y vendría el llamado de Pichuco para reemplazar a Jorge Casal que tenía problemas de laringe.

Dejó 14 registros discográficos con Salgán, dos de ellos a dúo con el Paya Díaz. Con Pichuco serían 27, tres de ellos a dúo con Ángel Cárdenas, otro con Elba Berón y otro con Roberto Rufino, aunque luego volverían a reunirse para grabar un LP con doce temas. Además, por supuesto de actuaciones con el cuarteto de Troilo-Grela que nos ponían la piel de gallina.  Grabó con infinidad de músicos y conjuntos.

                            
Dejó con estas orquestas una cantidad impresionante de temas grabados. Tuve la suerte de que me regalara un acetato del tango Sueño querido, de Mario Batistella y Ángel Maffia, donde canta acompañado por tres guitarras.  Ocurrió una noche en una boite de Olivos, en 1972. Allí me diría, entre otras cosas:

-El tango es la música y la poesía del pueblo. Es nuestras vidas. Mis viejos laburaron para criarme y se fueron muy jóvenes, no me vieron cantar. Cuando canto estoy reviviendo historias que me tocan fuerte, de cerca... El cariño de la gente me ayuda. Los siento cerca.

                                  
Se despidió de este mundo en agosto de 1994, a sus 68 años. Y lo tenemos presente siempre. Siempre. Vale la pena volver a recordarlo en las palabras que le dedicó una gran juglaresa, como Mercedes Sosa:

-Hoy se usa mucho la palabra maestro. Pocos la merecieron como él. Goyeneche fue un maestro del fraseo.  Fue un personaje muy importante en la historia de nuestra música. Yo recuerdo que hace muchos años lo fui a ver a un lugar que quedaba en Carlos Pellegrini, entre Posadas y Libertador. Verlo cantar era algo tremendo, impresionante. Después tuve la suerte de cantar con él Los mareados. fue algo admirable.
En una ocasión me lo encontré en un avión. A él no le gustaba estar fuera de la ciudad, se sentía raro. Ni siquiera le interesaba estar por América latina. El amor que sentía ese hombre por Buenos Aires era monumental.  La pasión que despertó en la gente tenía su razón de ser. No era una persona común, era el Polaco de todos. cantaba, decía, leía. sabía de la inmensa importancia de las palabras en el tango, tenía ese conocimiento de los grandes. Hay muchos que no lo tienen: afinan y nada más.
En cambio el Polaco conocía el sentido de cada palabra que cantaba. ese hombre tenía un poder muy extraño.

Lo recordamos cantando el tango de Mariano Mores y José María Contursi: Cristal. Lo acompañan Néstor Marconi en bandoneón y Ángel Ridolfi en contrabajo. Grabado en el cine-Teatro Ópera, el 22 de agosto de 1987.

                        
                                      

                                 

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