lunes, 23 de octubre de 2017

Menta y cedrón

Buena parte de la historia de Buenos Aires, está inscripta en esa evocación tanguera de nombres y lugares que fueron el aroma pueblerino y vital de la ciudad porteña. Aquellas casas-chorizo, donde convivían estrechamente familias de inmigrantes y gente llegada del interior del país para aliviar su pobreza, sirvieron, no sólo como cobijo de grandes figuras del tango, en su infancia, sino incluso como acta de fe de bautismo, de numerosas piezas del género, que se describen en la letra de tantos tangos.

Para ello fue necesario que la música popular tuviera poetas de la talla de Homero Manzi, Enrique Cadícamo, Francisco García Jiménez, Cátulo Castillo, Celedonio Flores, José González Castillo  y tantos otros, que con su paleta descriptiva pintaran los avatares del barrio, describieran las escenas de  bandoneones improvisando compases en un conventillo, o los guitarreros acompañando a algún cantor  que soñaba con la pinta y la gola de Carlos Gardel, ensismimando a las muchachas del lugar.

                                 
ArmandoTagini


Discépolo tildó a Manzi de "poeta de las cosas que se fueron", y no pudo ser más justo en su definición, aunque al bardo de Añatuya le sobraba piolín para hacer volar muy alto el barrilete de la imaginación poética. Pero hoy recalo en este tango del título que lleva letra de Armando Juan Tagini, otro de los que aportó una temperatura de superación estética para describir aquellas  leyendas del suburbio, la ternura del paisaje familiar y una manera de comunicar la esencia barrial a través del tango. Como lo hace en Menta y cedrón, esas plantas enlatadas que tenían los vecinos en sus casas.

La noche amiga me trajo al centro
en este inquieto peregrinar,
detrás del tango que nunca encuentro
del que otros días supe bailar...
Aquel del patio con el aljibe,
cancel de hierro, cordial portón,
que me brindaba, cuando era pibe,
su aroma criollo: menta y cedrón.

Es claro y notorio que el tango  fue evolucionando a la par con la ciudad que lo creó y lo adoptó como himno propio, al margen de la intelectualidad que tardó demasiado en darle el estatus que realmente merecía. Y en esta reminiscencia poética, Tagini, nacido en el barrio del Abasto, hijo de italiano y vasca española, evoca en 1945, el tango de su infancia que escuchaba a músicos empíricos en su calle cercana al Mercado de Abasto y poblada de gentes de tantas raíces distintas.

                                           



Yo busco el tango de ayer
¿Dónde estará? 
¿En qué fuelles escondido?
¿Dónde, su ritmo sentido, 
pulido y querido 
que no he de olvidar?
Dónde están, bailes de antaño
en los que, bajo las parras,
cien acordes de guitarras
nos hicieron vivir y soñar...


Los porteños que atesoramos unas cuantas décadas de existencia, tenemos una añoranza vital, familiar, entrañable, de los bailes que frecuentamos de adolescentes soñadores, de aquellas orquestas que escuchábamos en la radio, que oíamos mencionar en discusiones a los muchachos mayores, y que fuimos merodeando asombrados en la radio, personalmente, y luego, también en vivo, en la milonga. Son postales inolvidables que están envueltas en nuestro corazón por todo lo que representan. Y entonces Armando Tagini termina su poema que el violinista Oscar Arona envolvería en hermosa música de tango, con recuerdos de la infancia, las cosas que van desapareciendo lentamente, los personajes perdidos, los nombres olvidados, los últimos coletazos de una ciudad que se va transformando, como el tango de sus sueños...
                                                                                           
                                          
Armando Tagini y Oscar Arona


Yo escucho el tango del tiempo mío                                      
tras de las tapias que ya no están,
 y evoco el barrio con sus baldíos
y aquellos cielos de celofán...
Y cruzo el patio de las magnolias 
y se me prenden al corazón,
el fiel recuerdo de aquella novia 
y aquel perfume: menta y cedrón... 

Me parece toda una hermosura la descripción del recuerdo infantil que todos llevamos atado a nuestro avatar vital. Se trata de un tango que, creo, mereció mayor presencia en las partituras de orquestas y cantores. La yunta D'Agostino-Vargas, era la ideal para darle el tono elegíaco de la poesía de época y así lo hicieron en una grabación que sigue sonando permanentemente en las milongas.

También Alberto Castillo en su momento cumbre, lo dejó impreso en el disco, acompañado por la orquesta que dirigía Emilio Balcarce, el 24 de abril de 1945. Es la versión que podemos escuchar.


 


















 


2 comentarios:

  1. lindo tango jose maria me gusta por d agostino con vargas y que buen autor tagini.hoy lunes ando medio bajoneado,imaginate yo soy de clase media baja con origen de laburantes y vivir en medio de boedo con una nueva clase social que son la oligarquia de los pobres me sobrepasa.que va cha che cualquier cacatua hoy se siente burgues porque voto a macri.- que gilada besan la mano del que los esta azotando que ispa surrealista que tenemos abrazo de juan de boedo

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  2. ¡Qué me vas a contar! La historia argentina es surrealismo puro...

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