miércoles, 29 de marzo de 2017

Cuatro compases

Como lo estuve bailando anoche, una vez más, hoy me desperté con este gotán en la oreja y me cuesta despegármelo, aunque no tengo cera en los oídos, pero sí la huella que te dejan las páginas milongueadas en la pista o que te traquetean de tanto en tanto. Si bien el autor de los versos, Oscar Rubens no fue un poeta  refinado, lo cierto es que sus temas tienen gancho, porque además vienen adobados por una música que les sienta de maravilla y elevan la puntería de los versos sencillos pero llegadores.

Rubens fue uno de los hermanos Rubistein que sembraron el pentagrama de una cantidad impresionante de éxitos. Luis, el mayor y quien señalara los rumbos, aunque murió a los 46 años, Oscar y Elías, hijos de un humildísimo matrimonio judío ucraniano, dejaron unas mil páginas de tango, que realmente llaman la atención por su cantidad y la permanencia en el gusto popular.

                                             
Oscar Rubens

He hablado en otras oportunidades de la academia PAADI que fundó Luis y de la cual emergieron artistas y cantantes de renombre. Oscar fundó "Ediciones musicales Select", una editorial que le permitiría publicar los temas del grupo y de otros autores jóvenes que tuvieron cabida en la misma. Elías fue el único músico de la familia, violinista de cierto méritos, que también dejó páginas meritorias y cantó profesionalmente. Mauricio, comentarista de tango, escritor de libretos teatrales, no se dedicó a la poesía.

¿Y porque elijo este tango cuando Oscar Rubens tuvo tantos éxitos en su producción? Porque toca el ambiente de la milonga y no pinta facasos ni excesos, sino un hermoso romance con buen final, lo cual en la producción tanguera no es tan habitual. Lo hizo en 1942 y lleva una música con mucho gancho del pianista Atilio Bruni. Lo grabaría la orquesta de Ricardo Tanturi con el exitosísimo Alberto Castillo, que a toda máquina lo instaló en aquella maravillosa década del cuarenta con un éxito que llega hasta las pistas de todo el mundo, hoy día.

                                         




Buena como nadie, linda como el sol,
reinaba por su pinta en el salón.
Bailando un tango nació nuestro romance,
mientras la orquesta tocaba estos compases.

Cuatro compases que alegraron
mi triste corazón
con un divino amor.

El tema fue registrado por Tanturi el 4 de noviembre de 1942, pero el 18 de marzo de ese mismo año, ya había dejado en la placa, con Castillo, otro tema similar de Rubens -en este caso con el también pianista Alberto Suárez Villanueva-, que dejó rastro lungo y bucea en la misma línea milonguera: Al compás de un tango. La felicidad química que se fecunda en el abrazo del tango y promete el amor, para paliar los efectos del desencuentro sufrido.

Al compás de un tango
la habrás de olvidar,
con una pebeta
que sepa bailar,
una piba buena
que, al mirar tus ojos,
comprenda la pena
de tu corazón.

Es cierto que son versos sin mayor vuelo, que se reflejan mejor en el disco que en la lectura de los mismos, pero hay que tener en cuenta que esta gente debió esbozar su obra en una época de grandes poetas del tango y de hermosas composiciones, por lo cual  lo suyo también está revestido de un mérito especial. No era nada fácil crear temas que provocaran el aplauso del público y fueran bailados, silbados y cantados por la muchachada de los barrios porteños, como sucedió con estos tangos.

Tango milongón,
suave y compadrón,
que puso el encanto entre mis brazos.
Hoy, junto al calor
de su tierno amor
enterré la angustia de un fracaso.
Ya no lloro la maldad de aquélla;
¡ahora vivo tan feliz con ella!
Suena bandoneón,
que mi corazón 
quiere estos compases recordar.  

Oscar Rubens dejó una ristra impresionante de sucesos que quedaron registradas en aquellas placas que han superado al olvido. Con músicos de la talla de Pontier, Miguel Caló, Pracánico, Lazzari, Canet, José Sala, Salgán, Lomuto, Guichandut, Francini, Stamponi, Nievas Blanco,  los citados Suárez Villanueva y Bruni, y tantos otros, firmaría páginas como Dejame así, Extraña, Calla bandoneón, En mi corazón, Triste comedia, Desorientado, Tu melodía, Lloran las campanas, Inquietud, Mientras duerme la ciudad, Jugando jugando, Lejos de Buenos aires, Llueve otra vez, Bésame mi amor, Los muñequitos, Un vals, Si yo pudiera comprender, Sombras del puerto, El vals soñador, Es mejor, Domingo a la noche y tantos otros que nos movilizan en la pista de baile.

                                          



Con su hijo Marcelo, que estuvo de visita en Madrid,  nos entretuvimos charlando en la milonga que llevo en la Casa de Aragón de Madrid y recordando tantas cosas de este hombre que, al igual que podría suceder en una de sus letras de tango, conoció a la que sería su esposa, Francis Siriani, en un baile de carnaval. Cómo no se le iban a ocurrir después estos versos:

Cuatro compases milongueros
que fueron la emoción
de un nuevo y dulce amor.

Vale la pena entonces, recordar este tema en la versión de ese binomio impresionante que hicieron Tanturi y Castillo en aquellos años maravillosamente milongueros. Pero también fue genial la versión que registró Miguel Caló con la voz inigualable de Raúl Berón el 1 de diciembre de 1942. Y no lo puedo dejar afuera.












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