miércoles, 6 de mayo de 2015

Julio Sosa


Hoy le rindo homanaje a este cantor uruguayo que supo mantener en alto la bandera del tango, en una de esas clásicas mareas bajas que sabe tener el género. En este caso desdibujado por la llegada de ritmos foráneos y el apoyo entusiasta de grabadoras y medios de difusión como la Televisión, para entusiasmo de los jóvenes que se identificaban con este tipo de música y sus intérpretes.

En medio de aquella oleada, Julio Sosa supo llegar a la gente con su estilo, donde privaba un fuerte temperamento que dramatizaba los tangos, o explotaba con recursos genuinos los temas grotescos, se identificaba con el tono arrabalero,  y gesticulaba  con mucho acierto, acentuando las letras donde jugaba la picardía su papel divertido o los dramáticos.

                                         
 

Su voz grave entraba en la tesitura de Edmundo Rivero y su carrera fue en ascenso constante desde su modesta llegada a Buenos Aires, después de haber cantado en algunas orquestas uruguayas, haberse casado precozamente con una mujer mayor que lo dejaría y ése sería uno de sus sinos lamentados: la falta de madurez para encontrar la calma junto a una mujer que lo acompañara en su vida personal.

Tuve la suerte de tratarlo, conocerlo y que me saludara apenas me veía asomar y sentarme a escucharlo en la Confitería Richmond de la calle Esmeralda. En esa época lo acompañaba la orquesta dirigida por Leopoldo Federico y Julio llenaba el local. Cuando llegaba el intervalo me llamaba me agarraba del hombro y me invitaba a tomar un café en el bolichito que estaba en la acera de enfrente, junto al Teatro Maipo.

                                                   


Entonces decubría su faz bromista y amistosa con todo el mundo, aunque en el trasfondo se notaría saiempre un deje de tristeza. No tuvo colegio, y vivió una infancia y una juventud muy pobre. Tuvo siempre trabajos fugaces y en el canto encontró una manera bohemia de ganarse unas chirolas. Dió el salto a Buenos Aires buscando un rumbo nuevo y empujado por algunos amigos. La flamante dupla Francini-Pontier lo rescató de un Café de Chacarita donde cantaba prácticamente por la comida, gracias a un soplo del letrista oriental Raúl Hormaza y de esa orquesta saltaría a la fama.

Cantó con Francisco Rotundo, que le pagaba un dineral para esa época, volvería con Pontier, ya separado de Francini y finalmente su carrera de solista que lo empinó en el gusto popular y llegó a vender una impresionante parva de discos, además de sus presentaciones en radio  y televisión. No pudo en cambio consolidar nunca su vida de pareja, le gustaba la velocidad con los autos que se fue comprando, y que eran su sueño, y cuando apenas tenía 38 años de edad se mató con con uno de ellos.

                                           


Fue despedido por varios colegas que portaron el féretro con su restos mortales. Jorge Maciel, Miguel Montero, Alberto Podestá, Horacio Deval y Hugo del Carril. Habían comenzado a velarlo en el Salón La Argentina pero Aníbal Troilo y un par de amigos consiguieron que el empresario Tito Lectoure les cediera a tal efecto el Luna Park, y allí se volvó una multitud para despedirlo, en un día que no paró de llover sobre la ciudad que lo lloraba.

                                         


Lo recordamos en dos temas: Bien bohemio, de Juan Pomati, Tití Rossi y Sara Rainer, que grabara con la orquesta de Francisco Rotundo en 1954. Y En la madrugada, tango de Tito Cabano y Federico Silva, donde lo acompaña la orquesta de Leopoldo Federico, grabado el 12 de junio de 1961.

Bien bohemio - Julio Sosa- Francisco Rotundo

En la madrugada - Julio Sosa - Leopoldo Federico


                                                           



                                

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