viernes, 30 de enero de 2015

Armando Pontier

Hoy vuelvo con este excelente instrumentista de bandoneón y enorme compositor que ha dejado un largo collar de perlas en la discoteca tanguera. Títulos que bastarían para ponerle el cartel definitivo de Grande. Es más, yo creo que no se le han reconocido totalmente sus enormes méritos en tal sentido, aunque sí se le haya enaltecido como músico, porque lo demostró sobradamente en la Orquesta de las estrellas de Miguel Caló, en la que formó con Enrique Mario Francini, en la suya propia, y en la que sirvió para acompañamiento y lucimiento de Julio Sosa, a quien apoyó cuando era un perfecto desconocido en Buenos Aires y lo descubrieron en un café del barrio de Chacarita por recomendación del poeta y recitador  Raúl Hormaza, incorporándolo a la orquesta que formaba con Francini.

                                                 


Pontier se llamaba Puntorero y su padre italiano, le compró un viejo bandoneón medio escashato, en aquellos cambalaches de la calle Libertad donde se vendían todo tipo de objetos y prendas de segunda mano e anche piú. Con él aprendió a manejarse en el Conservatorio Iberoamericano de su pueblo bonaerense de Zárate. El músico alemán Juan Ehlert que había anclado por ese lugar a orillas del Paraná al enamorarse de una joven de la localidad, los fue juntando a todos los chicos jóvenes e integró con ellos una orquesta (Francini, Stamponi, Cristóbal Herreros, Pontier) que llegarían a Buenos Aires para actuar en la famosas Matinées de Juan Manuel.



Allí los escuchó casualmente Miguel Caló que estaba en el estudio acompañando a Elena Lucena y los contrató a todos. A Pontier debió esperarlo que terminara el servicio militar que estaba haciendo en ese momento y se incorporaría algo más tarde que sus compañeros. Pontier recordaba que en esa época, cada vez que tenían un día franco en la colimba, se largaban desde Zarate a ver a Aníbal Troilo y volvían a la noche en tren para hacer los 88 kilómetros de distancia ccon la capital.

                                               
La admiración que siempre tuvo por Pichuco, la declaraba sin ambages: "Es que el tango no es virtuosismo, sino que tiene que salir de adentro. Por eso siempre prefería una sola nota suya y no una descarga de notas que otros muchachos que han estudiado, sin duda, pero que les falta sensibilidad. Si un intérprete logra erizar la piel de quien lo escucha, consiguió lo más importante, su propósito. Por eso el Gordo fue siempre un superdotado. ¡Y le sobraba técnica, ojo!". Por eso no era de extrañar que le dedicase un tango a Troilo, que llamó Pichuco, y que grabó la orquesta Francini-Pontier en 1946.


Charlé varias veces con él y otros amigos en los intervalos de su actuación con Sosa en la Confitería Richmond. Tenía su pinta, era muy simpático y se cuidaba. Por eso solía pedir un café o un té, cuando nos sentábamos en una mesa alejada del escenario. Era un agradecido a Troilo porque le había grabado su tango Milongueando en el cuarenta, en el año 1941, cuando él todavía no había saboreado las mieles del éxito personal. Pero eso fue sólo el prolegómeno. Pichuco también iría llevando al disco un carretel de hermosos temas de Pontier: Cada día te extraño más y Corazón no le hagas caso (ambos con Carlos Bahr); A bailar, Trenzas, Margo, El milagro (con su paisano Homero Expósito), Tabaco (con José María Contursi), que lo fueron elevando en la consideración general y que tuvieron todos ellos un eco enorme que les permite seguir airosamente en el candelero.

                                            
Armando Pontier al frente de su orquesta en 1956. Arriba, sus cantores Sosa y Florio.

En 1969 incluso, Pichuco, con el Polaco Goyeneche grabó los temas de Nuestro Buenos Aires, un grupo de temas que Pontier realizó con Federico Silva. Con este poeta compondría un tema que llegó a tener unas 300 grabaciones de artistas de todo el mundo: ¡Qué falta que me hacés!. En este rubro de compositor, Pontier alcanzó una altura comparable a los grandes del género. Por la belleza de todos estos temas y porque siempre pensó en aquella inmensa legión de milongueros que llenó clubes, cabarets y confiterías céntricas para bailar al compás del tango.

Es por eso, sobre todo que hoy lo vuelvo a traer al Blog a este gran músico que se suicidó increiblemente en el mediodía de la Navidad de 1983, cuando contaba apenas 63 años y su vida parecía un remanso de paz junto a la familia y los amigos. Grabó acompañando a numerosos cantores como Sosa, Goyeneche, Hugo del Carril, Marino y tuvo en su orquesta a grandes como Podestá, Sosa y Rufino más algunos destacados: Ferrari, Darío, Gloria Díaz, Maidana, Florio, Durán, Real, Chiqui Pereyra y otros.



 Hoy lo recuerdo con un instrumental suyo: Milongueando en el cuarenta, grabado con su orquesta y Pecado, ese tango que compuso con Francini y Bahr y que, convertido en bolero, fue un éxito sensacional, grabado por infinidad de intérpretes. En este caso y en tiempo de tango, lo canta con su orquesta, Alberto Podestá.

Armando Pontier - Milongueando en el cuarenta

Armando Pontier- Pecado - Alberto Podestá






1 comentario:

  1. para mi esta entre los cinco mejores compositores del 40 ubicalo donde te guste ,amen de sus cualidades como orquestador bandoneonista y director,completisimo. cosa extraña su muerte.... lamentable,para la media de vida actual se puede afirmar que murio joven salute juan

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