viernes, 17 de enero de 2014

Filosofía discepoleana

 Discepolín decía cosas como éstas:

    Mi capacidad amatoria es tan amplia que por fraternidad natural, por sencilla buena fe, yo soy de los que quieren -sin discriminar- a la guía telefónica entera. A los que me saludan. A los que me estafan. ¿Cómo no querer a los que me quieren?

                                         


    El pueblo me devolvió la ternura que le di, y yo -fulano de tal- soy el único hombre que conversa con la multitud como con su familia, y cuenta en voz alta lo que la multitud -que es él e igual a él- ansía que le digan.

    Un dedo puede escribirse con un dedo, pero con el alma; un tango es la intimidad que se esconde y es el grito que se levanta desnudo. El tango está en el aire como el aire; está en el vuelo curvo de los pájaros, en la pared descascarada que muestra una llaga de ladrillos; está en la esquina más distante, y está tambien presente en esta esquina que forman tu corazón y mi corazón.

    En la vida todos somos protagonistas de algo, aunque lo ignoramos. El que recibe las bofetadas, por ejemplo, no es el verdadero protagonista del grotesco. La bofetada tampoco. El verdadero protagonista es el que no se nombra: el que da las bofetadas...

    En la vida de todos los hombres siempre existe un momento en que necesitamos algo, alguna cosa que en ese minuto es más necesaria que cualquier otra. Hay días en que necesitamos una corbata negra, por ejemplo. Tenemos cien corbatas, pero nos falta la negra...

                                   


    El tango argentino es un consulado abierto en cada puerta de las calles del mundo.

    Las canciones nacen de recuerdos, dolores propios, y ajenos; alegrías que no vivimos, pero que alguien vivió junto a nosotros; lágrimas que no lloramos, pero que alguno lloró cerca nuestro... Una canción es un pedazo de vida, un traje que anda buscando un cuerpo que le quede bien. Cuantos más cuerpos existan para ese traje, mayor será el éxito de la canción. Porque si la cantan todos, señal que todos la viven, la sienten, les queda bien...

    Yo tengo alma de valija, pero de valija que vuelve... Mi vida, en realidad, fue siempre eso: un ir y volver... Soy "boomerang" por temperamento... Como los criminales, como los novios y como los cobradores, yo regreso siempre...

    La tristeza es el corazón que piensa.

    El tango argentino es un pensamiento triste que se puede bailar.

    Hay un hambre que es tan grande como la del pan y es la de la injusticia, la de la incomprensión. Y la producen las grandes ciudades donde uno lucha, solo, entre millones de hombres indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen. Londres y Nueva York grises, Buenos Aires, gris, todas deben ser iguales. Y no por crueldad preconcebida, sino porque en el fárrago ruidoso de su destino gigante, los hombres de las grandes ciudades no pueden detenerse para atender las lágrimas de un desengaño. Las ciudades grandes no tienen tiempo para mirar al cielo... El hombre de las grandes ciudades caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa... No las ve. No lo conmueven.

                                             


Y acá lo vemos con Gardel en los cortos de Eduardo Morera, filmados entre octubre y noviembre de 1930. Morera, que los dirigió, se refería al que participó Discépolo que era la presentación de un tango suyo que de inmeditato lo cantaba Gardel, como sucedió con otros autores. Y dijo: "Enrique Santos Discépolo, por ejemplo, participó en "Yira yira". Me acuerdo de que en aquel momento yo no había quedado muy conforme con él porque había hecho algo muy corto y humorístico, que me pareció que no correspondía con el tenor dramático de la letra de ese tango. De todos modos fue un testimonio emocionante".

Vamos a recordarlo:

                                                    


   

   

  

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