domingo, 13 de octubre de 2013

Aquellos carnavales

Durante muchos años fue la gran fiesta de Buenos Aires y algunas provincias. El corso municipal se realizaba en la Avenida de Mayo y desfilaban carrozas, y se agolpaba la gente en sus veredas, muchos disfrazados,  disparando confetti, serpentinas, agua de pequeños pomos y animando las noches en los barrios, las calles y los teatros.

En el año 1917, para los carnavales del Teatro Colón de Rosario, los empresarios de la capital santafecina, Carpentiero y Cavallieri, decidieron contratar a las orquestas de Roberto Firpo y Francisco Canaro fusionadas en una,  y allí se fecunda el embrión de las futuras orquestas típicas. Lo repetirían en 1918, bajo el rubro Orquesta Típica Criolla Firpo-Canaro y actuaban con ellos los mejores instrumentistas del momento.

                                               
Los pianos eran Roberto Firpo y José Martínez. Bandoneones: Eduardo Arolas, Osvaldo Fresedo, Minotto Di Cicco, Pedro Polito y Bachicha D'Ambroggio. Violines: Francisco Canaro, Agesilao Ferrrazzano, Tito Roccatagliatta, Julio Doutry y A. Scotti. Clarinete Juan Carlos Bazán y Alejandro Michetti: flauta. Contrabajo Leopoldo Thompson. El Profesor Manuel Silva hacía exhibiciones de baile con su compañera en los intermedios.

Incluso la aristocracia porteña se daba el gusto de tener sus propios bailes de carnaval y a tal efecto, Alejandro Lambart, que había tomado en 1921 la concesión del Teatro de la Ópera (Hoy Cine-Teatro Ópera), organizó para el Carnaval de ese año una serie de grandes bailes en el hermoso Coliseo, y no escatimó gastos para el evento. El teatro fue profusamente iluminado y regiamente alfombrado, como recordaba Canaro con precisión. Los palcos, que únicamente se vendieron por abono, fueron adornados con suntuosos mantones de Manila y las damas iban vestidas con soirées, elegantes disfraces y antifaz. Numerosa gente de la alta sociedad se daba cita en estas fiestas carnestolendas en dicho Teatro y la Orquesta de Francisco Canaro, contratada para la ocasión, constaba de 12 bandoneones, 12 violines, 2 violoncellos, 2 pianos de cola, una flauta y un clarinete.

                                 

Pero, a la vez, Julio De Caro con su orquesta actuaba las siete noche de carnaval en el Teatro San Martín con 40 músicos integrando la misma. A partir de ahí, los Teatros compiten por la contratación de las grandes orquestas, que aguardan a estas fechas para estrenar los que serán sus grandes éxitos. El Ópera, Coliseo, San Martín, Politeama, Casino, Victoria, Broadway, Astral, Smart, Pueyrredón de Flores, llevan grandes masas de público, ansiosas de diversión, a sus salas profusamente engalanadas.

                             

 Incluso el Teatro Colón a partir de 1931 y durante varios años celebra las fiestas de Carnaval con orquestas dirigidas por Arturo de Bassi, Enrique Santos Discépolo o Julio De Caro. Con la aparición de los amplificadores de sonido, ya no hicieron falta tantos músicos y fueron desapareciendo paulatinamente esos grandes atractivos en los teatros porteños, que fueron desplazándose a los clubes.

Acá estamos calentando motores con la barra, antes de partir a Huracán.
Y entonces sí, la gran pasión popular se instaló en los clubes de toda la capital y provincia de Buenos Aires. Eran multitudes acudiendo a una enorme pista de baile en que se había convertido la ciudad con aquel formato de Típica-jazz que animaba las siete-grandes noches-siete, de los carnavales. Muchas orquestas hacían doblete en dos lugares diferentes cada noche para cumplir con los jugosos contratos y clubes como Independiente o Racing que tenían su sede social en Avellaneda y la filial en la Capital, organizaban bailes multitudinarios en ambos sitios a la vez.

                         
Los finales de los años cuarenta y principios del cincuenta fueron espectaculares y se aguardaban los carnavales con tremenda expectación. Yo disfruté varios de esos carnavales en el Club Atlético Huracán, que para dichas fiestas contaba con cinco pistas y no cabía un alfiler, porque venían a bailar muchachadas de todos los barrios. La barra de amigos milongueros del barrio, nos hacíamos confeccionar unas camisas iguales y así aparecíamos todos, muchos disfrazados. Y bailé esas siete grandes noches de carnaval con Osvaldo Pugliese un año, Carlos Di Sarli otro, Alfredo Gobbi y Aníbal Troilo.

                                     
Fueron años maravillosos que irían languidenciendo a partir de mediados de los cincuenta, con una de las tantas dictaduras manejando los hilos y la cultura del país, relegando al tango a un papel inferior, y predominando los  ritmos foráneos  que fomentaron las grabadoras. Pero quedó el recuerdo en tantos tangos que veneran al carnaval. Pobre mascarita, Después de carnaval, Carnaval, Siga el corso, Mascarada, Carnaval de antaño, Otra vez carnaval, Sacate el antifaz, Carnaval de mi barrio, Serpentina de esperanza, Corsito de mi barrio, Todo el año es carnaval, Hasta el otro carnaval, Amores del carnaval, Vals del carnaval,  y tantos otros, con su inevitable carga de nostalgia.

                                             
Con dos de esos tangos cierro esta página que evoca una Buenos Aires alegre, bulliciosa, milonguera y festiva, que quedó en las retinas de aquellos que pudieron vivirla. El clásico y hermoso tango de José Amuchástegui Keen: Después de carnaval que grabara Osvaldo Fresedo con Ricardo Ruiz en los estribillos, registrado en 1941. Y el sexteto de Julio De Caro, cantando Luis Díaz, en Todo el año es carnaval, de Julio De Caro y Dante A. Linyera, grabado en 1931.

11- Después de carnaval - Fresedo-R.Ruiz

Todo el año es carnaval - Julio De Caro-Luis Díaz




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