Cuando no hay madera, pues que hagan lo que puedan y lo pasen lo mejor posible, sin interrumpir el paso de las demás parejas. Pero cuando alguien puede llegar a bailar bien, es cuando me parece necesario y oportuno algún consejo de sus maestros, para orientarlo en las búsqueda de un perfil definido que obre en su crecimiento.
El problema que existe hoy día es que mucha gente llega al tango atraída por los bailarines de escenario. En este rubro los hay evidentemente muy buenos, pero yo me quedo con los que primero fagocitaron su aprendizaje en el baile ahora llamado de salón, o sea, el tango real, el de siempre.
Entiendo, cómo no entender, que en el escenario se requieren ciertos alardes de espectacularidad, pero se nota, al menos lo noto yo, cuando la pareja que actúa en ese momento, proviene de otro tipo de danza moderna, contemporánea o de ballet. Conocen perfectamente las reglas del equilibrio, de los diversos registros que el baile de pareja requiere, pero les falta eso que en el argot milonguero llamamos mugre.
Y por eso mismo, creo que los bailarines del futuro debieran foguearse en las pistas tradicionales, aunque en ese momento estén estudiando contemporáneo y otros renglones de la danza. Así entenderán mejor las coordenadas del tango y todo el cúmulo de códigos y sentimientos que encierra.
En el escenario hay muy buenos artistas que han pasado por este cedazo antes de dar el salto. La lista sería larga en este sentido, pero Copes, Miguel Ángel Zotto, Virulazo, Gavito, Chicho, Naveira, son una muestra perfecta de lo que afirmo. Y no entro en el rubro de las bailarinas, porque ellas han evidenciado que sí, pueden adaptarse perfectamente al tango de escenario cuando son llevadas por maestros como los que he nombrado. Milena Plebs, Mora Godoy, Daiana Gúspero, por ejemplo, lo han demostrado. Y de paso, le irán tomando el gustito al baile de salón que tiene unos atractivos maravillosos, que van descubriendo en su andadura.
Y entonces recuerdo con enorme cariño al añorado Osvaldo Zotto, que me puede servir de ejemplo cabal para mostrarlo a esos aspirantes a milongueros de postín, que enlazan figuras a granel, en desmedro muchas veces de la elegancia, el compás y las posturas.
Cuando advierto que tienen condiciones para bailar realmente bien, y se nota que sienten el tango en su interior, es cuando me vienen ganas de decirle que lo hagan más simple pero con mejor postura y ahorrando dibujos, dosificándolos, en procura de un baile más claro y mucho más lucido.
Si creen que ello no es posible, que vean a Osvaldo Zotto, mi querido amigo, bailando con Lorena Ermocida, el tango de Alfredo Gobbi: Orlando Goñi. De paso recordamos su muerte sorpresiva y muy llorada, cuando tenía apenas 46 años y seguía creciendo.
Y díganme si se pueden, o no se pueden hacer muchas cosas, con una postura elegante y un saber andar en la pista y el escenario. Como lo hacía este maestro.