miércoles, 2 de mayo de 2012

Raúl Berón y Roberto Rufino

Ya conocen mi devoción por Raúl Berón. Por su su voz melódica y modélica. Por su fraseo, su acento gardeliano y el sentido rítmico del tango.

Tenía una voz aterciopelada que lucía tanto en los temas fuertes como en los sentimentales.

Como cantor de orquesta fue sin duda de los mejores, en una época de grandes intérpretes. En 1945, después de dejar atrás las orquestas de Miguel Caló y Lucio Demare, se incorporó con sus antiguos compañeros a la flamante formación de Francini-Pontier, que inauguró el Tango Bar ante un auditorio repleto de admiradores.

Acá lo podemos admirar en esta reedición del hermoso tango de Homero Expósito y Argentino Galván: Cafetín. Lo acompaña precisamente la orquesta de Francini Pontier.


Roberto Rufino es otra de mis debilidades, pero sobre todo en su primera época, de chiquilín, con el maestro Carlos Di Sarli. Luego perdería aquella contención a que lo sometía el maestro bahiense y a veces se extralimitaba y dramatizaba el texto sobreactuándolo, lo que le exigía un esfuerzo vocal que desfavorecía su talento. De todos modos, con Troilo especialmente, que lo controlaba, en el final volvería a plasmar sus mejores dotes interpretativas. Lo vemos con Francini-Pontier, en el tango: Canción para un breve final, de Armando Pontier y Homero Expósito.

No podemos dejar de admirar las genialidades de Francini con el violín y de Pontier con el fueye. Además de otros verdaderos maestros que formaban en la orquesta, como el pianista Juan José Paz, Ángel Domínguez, Alfredo Ahumada, Nicolás Paracino,  Rafael del Bagno o Aquiles Aguilar.


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