viernes, 6 de abril de 2012

Rivero en los Recreos de Quilmes

Coincidimos  con el gran Edmundo Rivero y su esposa en Montecarlo, en ocasión de la última pelea de Carlos Monzón, cuando defendió su título ante el colombiano Rodrigo Valdez. Estuvimos allí una semana y hubo oportunidad para recordar viejas paradas. Rivero había contado en un libro lo que le sucedió en Quilmes en el recreo El Rancho grande.

Con mi amiga, la bailarina Nélida Ramírez, bromeamos sobre esos lugares bravos de Quilmes junto al río. Ella es oriunda de esa localidad y sabiendo que yo iba alguna vez de muchachito a bailar a los Recreos ribereños El Rancho Grande y El zorzal, me replica siempre que su padre era habitué de dichos sitios.

Pistas de arena, gente "pesada", de mano rápida; la inconsciencia adolescente  me llevaba a acompañar a un muchacho mayor del barrio que disfrutaba en esos antros.

Rivero recordaba que lo invitaron a tocar en El Rancho grande y fue con su amigo Benjamín Acha.
"Esa tarde se nos había agregado un valor local, bandoneonista veterano  de pinta brava y mano cruel para el fueye. Llegó enojado, casi sin saludar, como receloso de los musicante porteños. Y lo que empieza mal es difícil que siga bien. - contaba Edmundo-

Edmundo Rivero

Pasó que a mi amigo Benjamín, que era muy fumador, le saltó del cigarrillo que vino a picarme apenas la botamanga.
  -¡Huy, lo quemé! - dijo Acha señalándome el pantalón.
  -No es nada, no ves que está viejo. Ya no sirve para nada - lo consolé yo refiriéndome por supuesto a lo mismo.
   Pero el bandoneonista, que estaba sentado adelante y dándonos la espalda, pensó que era palo para su gallinero y lo tomó como ofensa personal. Como dicen ahora, era un masoca; el caso es que me sentenció:
  -Después te atiendo, pibe.
Yo no entendía nada todavía, pero en cuanto terminó el vals (creo que era justamente Desde el alma), el veterano sacó desde el fondo del alma o vaya a saber de dónde, un cuchillo que me pareció más grande que él: un machete, una espada, una lanza. Y si no doy un paso atrás me parte por el medio con la primera encomienda.
  Menos mal que lo frenaron enseguida. Mientras lo tenían sujeto  se trató de explicarle, de calmarlo: Benjamín Acha estaba desesperado y se sentía culpable pero la cosa no era con él sino conmigo. El hombre no quería saber nada de nada aunque, mal o bien lo fueron arriando para el Recreo de al lado, con el que se hizo un canje de bandoneonista.

 A la nochecita cuando ya había enfundado mi viola, desde atrás de un sauce se me apareció de nuevo el ofendido con ese facón que el tiempo debe haberme agrandado. Y otra vez a atajarme, con la guitarra ahora, mientras la buena gente lo conseguía parar al hombre, que estaba cada vez más convencido de que yo no merecía llegar a cantar el tango "Sur".

 El final fue más tranquilo porque el vino lo había entristecido al bandoneonista del facón, a quien llamaban "El lustre", y después de largas y mutuas disculpas a la noche llegó la calma.

 La historia se la hice repetir a Rivero allá en el lujoso Principado de Mónaco y nos matamos a carcajadas aunque la anécdota no era de risa precisamente.

Y como con Nélida (La Negra le llamo cariñosamente) recordamos las andanzas mías y de su padre por esos peringundines peligrosos, la traigo a esta página bailando con su inseparable compañero Jorge Ramírez en los Festejos por los 100 años de la Gran Vía de Madrid.


                                                          Nélida Miglione y Jorge Ramírez









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