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domingo, 6 de julio de 2025

Yuyos de potrero

Te juro, fierita, el Primero de mayo siempre fue sagrado para la barra. Te lo cuento porque es una alegría enorme volver al barrio en una fecha así y encontrarte acá, en la casa de tus abuelos y nada menos que compartiendo un asado. El rito para este día incluía el partido “Solteros contra casados” previo al asadito de rigor y un par de damajuanas de tinto para regar los gargueros. Los casados estaban siempre fuera de forma, querían picar desde el arranque como cuando estaban flacos y corrían la coneja, y a los cinco, diez minutos de juego, aparecían los calambres y los tirones. Y claro, los más guachos, que estaban en forma, se hacían un picnic especialmente en el segundo tiempo cuando las deserciones se hacían notar y había que prestarle a los casoriados algunos refuerzos para terminar el partido, que nunca llegaba a los noventa.

Hace tres años se armó el consabido duelo y nos juntamos unos veteranos al coté de la parrilla, con ese olorcito que despiden los zochoris y morcillas nuestras, sobre todo para los que volvíamos de otros pagos adonde el destino nos había despachado. Con los primeros tragos de vino y una vez que nos bajamos los choripanes y los chinchulines, salieron a relucir los recuerdos de viejos partidos y asados y recordamos una grosa batalla en Soldati, en las canchas del Tambo, de Cóndor y Varela, que estaban una al lado de la otra y eran como 20, un inmenso potrero de donde salieron tantos cracks. Por supuesto eran todos campos pelados, cuando llovía quedaba el agua estancada y escarchada en invierno, y en verano no había un mísero arbolito para protegerse del sol inclemente. Las pilchas las dejábamos en el suelo, no había vestuarios, claro, y alguna vez tuvimos que salir rajando en pantaloncito y camiseta, para zafar de una biaba segurola y la vieja en casa nos quería matar… Estaban tan pegadas las canchas, que una tarde, mientras esperaba que se resolviera una escaramuza en el área nuestra para el contraataque, Juancito Ballesta, wing derecho del equipo, se comió un pelotazo del partido de al lado en pleno balero y se quedó marmota. Cuando volvíamos, después del partido, en el colectivo 6, hablaba boludeces, decía incoherencias y tuvimos que acompañarlo a la casa para que la familia viera si era necesario llevarlo al Hospital.

                                      Un viaje al corazón del fútbol potrero - Panenka

Pero regreso al partido que sacamos a relucir con los de la vieja guardia. Jugábamos la tarde de autos con Irupé que eran de Fiorito, muy quilomberos, armaban siempre camorra y algunos llevaban fierros encima. En nuestra barra había uno que se las sabía todas, el Flaco Bigorita; conocía a los equipos de todos los barrios, sus características, los tipos que la pisaban, los que metían pata, los morfones y hasta a las barras. Era exagerado en sus exposiciones dentro del feca, gesticulaba mucho, abría los ojos enormes, y venía a representar un adelantado de los futuros espías de los entrenadores. En la semana te cantaba la que nos esperaba y en esa ocasión la pintó muy fulera, porque decía que a los de Fiorito los había visto en varias batallas y sacudían de lo lindo. Nosotros lo escuchábamos atentamente en la rueda de vermú de los sábados.

Aquel campeonato de los barrios lo organizaba el hermano de Edmundo Campagnale, - uno que transmitía los partidos por radio-, y los dos equipos veníamos entreverados. Aunque estaban los Sin iguales de Mataderos, el Floresta Juniors, Juvenil de Boedo y el Juventud Unida de Barracas que también tenían unos equipazos bárbaros. Entramos a tallar con aquellos recuerdos y algunos teníamos las imágenes fijas en nuestros retrovisores memorialísticos.

El flaco Muñoz, que era radiólogo en el hospital Rawson, cantaba tangos y era un atorra bárbaro, -aunque empilchaba y lucía a lo bacán-, nos traía la “poción Todd” para pichicatearnos, y pese a que, con el tiempo supimos que era una tanga, entonces nos sentíamos como Tarzán después de un trago de aquel menjunje que incluso lo vendían en la farmacia. Yo lo compraba y me daba doble ración porque pesaba 67 kilos escasanys. Ese sábado a la tarde salimos en dos mioncas, uno era de un sebero y los que íbamos con él la pasamos fulero porque cuando entraba en las calles desparejas, con los adoquines húmedos por la garúa matinal, de Pompeya y Soldati, corcoveaba, nos resbalábamos y cuando bajamos teníamos una esputza a grasa imponente y nos perseguían las nerviosas moscas bosteras. En nuestro equipo oficiaba de centrojás el Rulo Vargas, que jugaba en alpargatas, pero metía y la tocaba de puta madre. Era un poco banderola para jugar porque su ídolo era Raúl Leguizamón, el de Independiente, y lo imitaba en la pose después de tocar la pelota. Pero cuando había que poner, la puta si metía…

Al lado, Tomás, un capo veterano medio pelado que la pedía siempre y te la ponía con papel celofán. Arriba el Indio Irala con su zurda-pincel, el loco De la Mata que de zabeca parecía Rubén Bravo y Cachito Spinelli que no llegó a primera porque era medio gonca y jugó hasta reserva en Huracán. Ellos tenían dos o tres que escolasaban y el resto a pura estrolada. El referí era un tipo espamentoso que se mandó una filípica con los dos capitanes antes de empezar el partido, mientras junaba de reojo a las dos barras que amenazaban expectantes con entrar en acción, apenas ocurriera algo que no les gustara.

A los diez/quince minutos la amasaron Tomás y el Indio, se la cortaron a Cachito y éste con un biandún de zurda la mandó a guardar. Uno-cero. Ellos apretaban, la cosa estaba caliente, metieron un tiro en el palo nuestro, hubo varios entreveros duros con amague de piñas y suelazos, y llegó el intervalo. El negro Sotelo, que era el delegado –y boxeador-, dio instrucciones: “Hay que aguantar, rascar atrás, pierna fuerte y bochazo para arriba”. Tomás hizo un gesto de fastidio, y mientras se arreglaba el dedo que se le salía por un agujero de la zapatilla, nos dijo todo lo contrario: “Hay que bajar la pelota , ir al frente y tocarla”. Tu viejo y yo éramos los más pendejos. Yo corría como loco y cuando la cazaba se la daba a Tomás. Alguna vez él me alentaba con un: “¡Bien pibe!”, y me sentía como si me hubieran dado un diploma en Oxford. El arquero nuestro era el flaco Regadera, más frío que un témpano, faseaba durante el partido y no hablaba nunca. Le decían Rebagliatti, por un arquero de Huracán, pero en realidad se parecía a Blazina. Nunca estaba en tensión cuando le llegaba la pelota y recién sacaba su mano a último momento, cuando parecía que entraba y te ponía los quinotos de corbata. Lo mismo cuando enfrentaba, con sus largos brazos caídos y las rodilleras bailándole en las cañitas.

El centrofóbal de ellos en mitad del segundo tiempo se quedó solo ante Regadera, el flaco mirándolo mansamente, y el tiro del delantero le dio en el pecho y salió rebotado. El loco Vieytes era el fulbá central nuestro. Un animal. Usaba unos botines con tapones muy largos, y tobilleras, como Boyé. Parecía que jugaba en zancos. Se metía una boina blanca hasta los ojos y el pantaloncito se lo ataba bien arriba, marcándole el pechazo, porque cargaba camiones en un depósito de Luna y Los Patos y además era boxindanga. Como no usaba suspensores a veces le salían las bolas afuera. Era medio rubión, pelo corto enrulado, tipo oveja, estatura mediana pero cuadrado, como doble ancho. Pelota que le caía cerca, la bartoleaba a la loma del orto, mientras Tomás y el Rulo lo reputeaban. Además no tenía dirección, como los muñequitos del futbolín, para donde apuntaba su cuerpo, hacia allí le daba. Y a veces rechazaba pelota y contrario juntos. Le gustaba sacar de arco como los fulbás de antes. Tomaba carrera, hacía un sobrepaso y le metía un puntinazo a la pelota que salía viboreando a lo loco. Como boxeador no respetaba las indicaciones del rincón. Metía la pera contra el pecho, la zabiola adelante y tiraba y tiraba…Era como Martiniano Pereyra por lo tozudo pero a lo berreta. La vieja lo dejó de chiquito con una vecina, se fue con un camionero y no volvió nunca más. Al drepa no lo conoció. Te cuento: Faltaba muy poquito y llega otro centro al área nuestra, el loco va a cabecear… y de repente le zampa un piñón a la talope y la manda al carajo… ¡Penal! Nos queríamos morir. Entraron como 200 tipos a la cancha. Empujones, gritos, cazotes. El referí ponía la pelota, le tiraban los nuestros un piedrazo, una patada, la sacaban y así estuvimos media hora, un quilombo infernal.

Por fin, el loco cazó la pelota, dijo “¡basta!”, y él mismo la puso en el punto justo. Volvieron a empujarse, el referí decía :”¡Que no me entre nadie al área!”, y había más de 100 tipos dentro haciéndole un embudo al presunto shoteador… En ese interín, el flaco Regadera le pidió a Sotelo: ”Dame un pucho…”, y se puso a fasear, ajeno a todo como siempre. Por fin el defensa central de ellos, un grone de cachascán que la partía, y que encima era tuerto, se preparó a tirar. Regadera caminó hasta su palo diestro, dejó el pucho en el suelo y volvió al centro del arco.

El loco Vieytes semblanteó al “grone”, le hizo cuernitos a la pelota y dijo:

-“¡Chíngale Mandioca!”

El Tuerto le respondió con un escueto:

-“¡Andate a la reputa que te parió!”…

La tensión era impresionante. Tengo la escena en las retinas. Te juro que el animal hizo un ruido bárbaro cuando pateó. El flaco se dejó caer intuitivamente hacia su costado derecho, la desvió apenas con el codito, la pelota salió escupida, refiló el travesaño, se fue por encima de la gente y se perdió entre los yuyales . Y ahí se armó.

Lo que nunca pude olvidar fue que en medio del despelote y cuando todos corríamos a abrazarlo, Regadera, impertérrito, caminó despacito a buscar el pucho, chupó de él 2 o 3 veces sin éxito y ya habían entrado a volar los piñazos. Vieytes, el zurdo Pirulo y el negro Sotelo en primera línea y el resto remando. Yo, en la retaguardia ligué varios birulos, pegué algún puntinazo al voleo, y pensaba en mi cara, porque esa noche venía Pugliese con el flaco Morán a Huracán. También en el rubro piñas había que hacer méritos para sacar chapa entre los muchachos más grandes.

Además veías cómo iban al frente en las paradas y no podías recular…Nunca pude entender cómo y porqué terminaban esas batallas campales de repente y que nos dejaban anécdotas para toda la semana. Como la del loco Muñoz echándole éter - lo llevaba en el botiquín-, en la jeta a un par de jugadores de ellos que lo querían asesinar.

Nos despedíamos amenazando revanchas cruentas. En el café, al regreso, recién al tercer Chinato Garda, el Loco se decidió a contarnos porque le metió esa piña a la pelota como si fuera un punchinbol:

-“Es que… venía tan linda…”, - dijo parco y se acariciaba el puño.

Al flaco Regadera lo visitamos dos años más tarde en el Muñiz. Estaba tuberculoso, más flaco que nunca, amarillento. “Que hacés, -me dijo quedamente- ¿tenés un pucho?”. Murió con 26 o 27 años. Luego supimos que había tenido un pibe con una mina del rioba. Cuando lo vimos crecer, era el Flaco Regadera en pinta, los brazos largos caídos, el faso y esa fiaca perenne. La barra se fue disgregando pero para los primeros de Mayo, el Cholo Teuli y Cachito Spinelli trataban de ubicar a la mayoría, aunque fuera sólo por el asado que lo hacíamos detrás de la cancha de Barracas Central. Juan Barbera era el parrillero hasta que murió de un infarto. Y la seguían con algunos hijos de aquella muchachada. Tu viejo y yo fuimos los únicos de la barra que nos metimos en la Universidad. La mayoría tenía que laburar para ayudar en la casa y después para mantener a sus familias.

¿No te contó tu vieja que yo le presenté a Raúl, tu papá? Era hermana de una compañera de la Facultad. Raúl tenía una pinta bárbara. En la milonga mataba porque encima bailaba muy bien.

Muchas veces pienso que nos destrozó el idealismo, ¿viste? Él se entregó de chico a la causa, estuvo en la juventud del PC, organizó huelgas, peleó contra las injusticias, contra las dictaduras y por los derechos de tanta gente. Pensar que fichamos los dos en la quinta de Témperley, jugamos allí un par de años salteados y largamos porque preferíamos los desafíos del barrio en Soldati, el Bajo Flores, Sarandí, al lado del Autódromo, en Lugano, en Barracas. También era bueno en el fútbol. Vos tenías año y medio cuando lo mataron. Con tu vieja y otro compañero logramos zafar en una lancha a Uruguay, seguimos por carretera a Brasil y al poco tiempo, tu vieja se fue a México con un matrimonio y yo conseguí un gancho en Estados Unidos. Mis dos pibes son muy yanquis, dicen que Parque Patricios es triste y pobre y que está todo roto, justo lo contrario de lo que yo les cuento…. Claro, no es Chicago donde vivimos muy bien, pero mi alma está acá… Hoy lo veo a Ernest comiendo entusiasmado el choripán y el asado, y tomando vino y me siento orgulloso.

A mi mujer y la nena les gusta Buenos Aires, aunque no vivirían acá, y entienden algo el idioma pero no lo hablan. Es todo tan distinto… Yo me aferro a aquellos códigos de la barra, al respeto que le teníamos a los más grandes, a una vida tranquila y llena de ilusiones, hasta que llegó esa desgracia… . A los baldazos de cielo que me iluminan los ojos y realizan en mi interior una transferencia emocional. A aquella generación flower-power y al hacé el amor y no la guerra parisinos cuando no se conocían ni el sida ni el desempleo. A los domingos sufriendo con el Globo. Al menos lo vi campeón en el 73 y en mi law office tengo una foto de aquel equipo, con Houseman, Brindisi, Avallay, Babington y Larrosa en esa delantera de lujo.

Te confieso que cuando te apareciste en la mesa con la camiseta del Globo me emocioné y se me escaparon unas lágrimas… Se me vinieron la adolescencia y la juventud encima, rescatándome del óxido blanco del tiempo. Proust decía que todos somos reflejo del sitio en que vivimos. Nos mimetizamos, somos parte de su fauna y su paisaje. Y de repente al verte con la camiseta del alma, me atacó como una nostalgia

ardida. Me pareció que eras tu viejo clavado, en un domingo ilusionado de entonces cuando nos juntábamos después de los ravioles, en la esquina del café, al lado del buzón para salir en banda a la cancha. O subirnos al camión para ir a ver a Huracán de visitante. A Ernest y Charly no les gusta el fútbol.

Tu vieja no quiere hablar de aquellas cosas, ¿no? Claro, sufrió mucho. Cuando nos reencontramos en el viaje que hice a México y me presentó a su pareja actual, conversamos a un costado y me pidió que no tocáramos nunca más aquel tema. Vos, fierita, tenías 7 años en ese entonces. Me alegró mucho enterarme que te volviste a radicar acá y seguís los pasos de tu viejo, te parecés mucho a él, en la pinta y las ideas.

¿Sabés quien nos llevó al Tigre y nos puso en la lancha a Carmelo en aquella escapada milagrosa?: El loco Vieytes. Años después me escribió Juancito Ballesta y me contó que lo mataron a tiros. Se había juntado con una viuda del barrio que tenía tres pibes. Una noche entraron a su casa los milicos para levantar a uno de los muchachos, al Loco le dio un ataque, cazó una llave inglesa y entró a repartir fierrazos, pero lo cosieron a balazos y salieron disparados. En los diarios lo presentaron dos días después como un terrorista y ladrón… ¡Pobre Loco!, justo él que no tenía ni idea de política y manejaba un puesto de diarios.

Cuando vi los recortes que me mandó Juan, “descubrí” que se llamaba Emilio Freire. Ya sé que le llamábamos Vieytes por el manicomio y porque en la barra teníamos varios locos, pero hasta me sorprendió redescubrir su verdadero nombre, que lo tenía olvidado. El pibe pudo escapar pero lo agarraron tres meses más tarde y también desapareció. Sus dos hermanos viven en España…

Perdoname, Raulito, me siento mal…me parece que los chorizos y el vino me cayeron fatal y voy a vomitar….

Disculpame…

JOSÉ MARÍA OTERO



(La palabra Yuyos significa: Hierbajos. Y Potrero es un campo pelado que generalmente no tiene hierbas y es solo de tierra.)