La obra de Cátulo Castillo en el tango es una de las más extensas y transmisora de emociones a destajo. La clave para concebir buenas canciones que perduran en el tiempo es quizás, tener una vida cargada de experiencias, quizás la trastienda de imperfecciones vitales, el vasto complejo de las redes sociales y también la consideración melancólica, o sea la añoranza de lo que pudo ser y no fue.
En este último capítulo, el tango se ha nutrido de muchas obras que ahondan en esa melancolía resignada, el daño colateral y los aspectos más interesantes del pensamiento: el deseo, la ira o la ambición. O sea: la vida en su circunstancia. Y cuando el poeta tiene la capacidad de atrapar un pasado amoroso en su relato, la sentimentalidad del tango sublima la telaraña emocional.
Cátulo Castillo |
En este tango que compuso en 1952, con Armando Pontier en la parte musical, Cátulo se sume en las aguas procelosas de la angustia imaginaria, por el reencuentro inesperado, y el dolor que le produce el verla en la noche con otra persona, en un coche, y su imagen totalmente cambiada. La palidez noctámbula, el visón que la envuelve, las joyas y el rubio resplandeciente que lo hunden emocionalmente.
Anoche, mi amor, anoche... te vi.. pasar sin dolor... con otro querer y ser feliz. tu coche que pasó me salpicó su noche de fangal y lluvia. Anoche... mi amor, anoche... te vi. Tras ese escaparate de cristal dorada de metal y rubia
La imagen se queda clavada en sus ojos y su corazón destrozado. La realidad muchas veces nos despierta de la ensoñación, y el infeliz reencuentro lo ha sumergido en las turbulentas aguas del halo nostálgico y crepuscular. El fantasma amoroso se ha hecho presente, repentina, inesperadamente, y lo impúdico de la mirada humana asoma en su testimonio desgarrado, aunque sea imaginario.
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