Copa milongas polenta sin dar pifia de giladas, le da revancha el fisture de una davi p’al carajo,
senza tela, cadeneando de potriyo en el relajo redimiéndose de pecas y jotrabos de pesada.
Armó en el yotivenco a rolete el repertorio de figuras, con baquianos que lucían su carpeta y de chogua aprontándose, verdún, con las pebetas largó brolis y el convoy familiar por el jolgorio.
Se dejó aquellas matiadas, orejeando a sus troesmas al darle filo la cheno con sus luces y su merca, amurado de la same del convento y de la nerca y garronear para el morfi o gratear en algún celma.
Embroyado, se espiró de un balurdo a la milonga entreverando su tapín, shomería, y rejugado con galonmis, con jopendes, con sus pasos renovados.
Y el breón, senza esparo, refilado, meta y ponga tiró a la pista el espiche de su leife tranco invicto y se enyuntó a la Polaca, una naifa muy junada que se prendió como abrojo a la primer arrimada.
Hoy reinan en los bailongos donde el gotán es un rito.
(De mi libro ArTango- sobre pinturas de Isabel Carafi)
La obra de Cátulo Castillo en el tango es una de las más extensas y transmisora de emociones a destajo. La clave para concebir buenas canciones que perduran en el tiempo es quizás, tener una vida cargada de experiencias, quizás la trastienda de imperfecciones vitales, el vasto complejo de las redes sociales y también la consideración melancólica, o sea la añoranza de lo que pudo ser y no fue.
En este último capítulo, el tango se ha nutrido de muchas obras que ahondan en esa melancolía resignada, el daño colateral y los aspectos más interesantes del pensamiento: el deseo, la ira o la ambición. O sea: la vida en su circunstancia. Y cuando el poeta tiene la capacidad de atrapar un pasado amoroso en su relato, la sentimentalidad del tango sublima la telaraña emocional.
Cátulo Castillo
En este tango que compuso en 1952, con Armando Pontier en la parte musical, Cátulo se sume en las aguas procelosas de la angustia imaginaria, por el reencuentro inesperado, y el dolor que le produce el verla en la noche con otra persona, en un coche, y su imagen totalmente cambiada. La palidez noctámbula, el visón que la envuelve, las joyas y el rubio resplandeciente que lo hunden emocionalmente.
Anoche, mi amor, anoche... te vi.. pasar sin dolor... con otro querer y ser feliz. tu coche que pasó me salpicó su noche de fangal y lluvia. Anoche... mi amor, anoche... te vi. Tras ese escaparate de cristal dorada de metal y rubia
La imagen se queda clavada en sus ojos y su corazón destrozado. La realidad muchas veces nos despierta de la ensoñación, y el infeliz reencuentro lo ha sumergido en las turbulentas aguas del halo nostálgico y crepuscular. El fantasma amoroso se ha hecho presente, repentina, inesperadamente, y lo impúdico de la mirada humana asoma en su testimonio desgarrado, aunque sea imaginario.
¡Qué pálida tenés la tez marfil
por más que esté a tus pies la vida vil!
Envuelto en su visón, me presintió,
temblando de ansiedad, tu corazón.
Yo estaba en el cordón...
¡Desesperado! ...
Nublada la razón...
¡Deshilachado! ...
¡Qué pálida tenés tu tez marfil!
¡Qué extraña y qué febril tu palidez!
Anoche, tal vez,
anoche... mi bien...
recién comprendí
tu mal y lo que es
vivir, morir,
mintiendo la ilusión, que claudicó
vendiéndote a un visón y a un coche,
llorando por la noche en un rincón
cuando habla al corazón la noche...
Anoche... mi amor...
anoche... te vi...
Este tango tuvo numerosos intérpretes y lo han grabado entre otros Mariano Mores con Aldo Campoamor, Roberto Rufino con Raúl Garello, Francini-Pontier con Pablo Moreno, Oscar Alonso-Carlos García, Raúl Lavié-Sexteto Mayor, Osvaldo Piro-Alberto Hidalgo, Alberto Morán-Armando Cupo.
(Escuchamos la versión de Mores-Campoamor, grabada el 18 de agosto de1958)
Este tango suena en los altavoces de la milonga y la polenta musical de juan D'Arienzo y sus músicos, en su interpretación empuja a las parejas de bailarines hacia los espacios de la pista que apenas se divisan. Porque el Rey del compás es cosa grosa en el cuore milonguero de unos y otras, y esta versión reúne los méritos necesarios y la barahúnda de compases, para insuflarles esa sensibilidad nerviosa contagiante.
El gran pintor español Antonio Saura decía que "las obras destinadas a perdurar, vienen de lejos para iluminar el presente o desde el presente para fructificar en el futuro...". Y no constituye ningún agravio usar metafóricamente su razonamiento, trasladándolo al tango y, como en este caso de Ansiedad, que sigue golpeando fuerte en los circuitos tangueros donde se milonguea con pasión.
Francisco Gorrindo
La palabra ansiedad proviene del latín "anxietas", que significa "congoja" o "aflicción". También se relaciona con los términos latinos "angor" y "ango" (constreñir), así como con "angustus" (estrechar), que a su vez derivan de una raíz indoeuropea. Estos términos reflejan la sensación de inquietud, agitación o zozobra que caracteriza a la ansiedad. Entre los sinónimos o afines de Ansiedad están la congoja, el ansia.
José Enrique Sarabia, el cantor-compositor venezolano, lanzó en 1955 su tema "Ansiedad", que tuvo un éxito impresionante y lo consagraría Nat King Cole. "Ansiedad de tenerte en mis brazos / Musitando palabras de amor / Ansiedad de tener tus encantos / Y en la boca volverte a besar...". Fue grabado por infinidad de cancionistas y orquestas.
O sea, que Ansiedad muestra su afinidad temática cuando el poeta y el músico logran ahormar el tema que penetrará en el corazón de escuchas y bailarines. En este caso, el tango de Francisco Gorrindo y el bandoneonista Domingo Moro, compuesto en 1938, sigue impulsando a los milongueros en la versión grabada por Juan D'Arienzo el 9 de noviembre de dicho año, por la polenta que atesora en letra y música.
Los versos que seleccionó el Rey del compás, son apenas la parte central de los escritos por el poeta de Quilmes, Francisco Gorrindo. Pero ello no impida que luzcan en la interpretación de Alberto Echagüe y la polenta musical adosada por Moro, que era bandoneonista de la orquesta de D'Ärienzo en aquella época.
Yo soy la esperanza que viene a buscarte,
a darle un consuelo a tu corazón,
y ver si es posible hacer que en tus ruinas
florezca de nuevo alguna ilusión.
Cuando esas palabras que dijo tu boca,
llegaron al fondo de mi reflexión,
cayó de rodillas vencido mi orgullo
y todas mis culpas, gritaron perdón.
Era un ciego, y ese torpe lazarillo,
que me guiaba, se llamaba corazón.
Fue por eso mi caída,
el derrumbe de mi vida,
y para más herejía,
la inconstancia con tu amor.
Era un ciego en mi afán de los veinte años,
y mis culpas se llamaban ansiedad.
Ansiedad que mis amores,
fueran muchas, muchas flores,
y encontré sólo rigores,
en lugar de mi ansiedad.
Has hecho el milagro de
alzarme del fango,
has vuelto a mis ojos de nuevo la luz,
y, en calma mi vida, la fe se despierta
en ansias tranquilas de hogar y quietud.
Llegaron a tiempo tus manos de santa,
tus besos de novia, tu voz de mujer.
Me siento más bueno, más hombre que nunca
capaz de ser digno, capaz de un querer.
Y esa grabación de hace 87 años, sigue firme en las milongas de tantas partes del mundo, algo que ni imaginaron sus autores en aquellos lejanos tiempos...
Había terminado el bachillerato y para festejar el acontecimiento, el tío Alberto lo había llevado al Tabarís. Era la primera vez que iba. Se deslumbró con las mujeres vestidas de noche que andaban de mesa en mesa o esperaban que las sacaran a bailar, sentadas en sillas como miñas de baile de pueblo. Alberto era muy popular, y todas se acercaban por turno a saludarlo. - -Aquí les traigo a mi sobrino, a ver si me lo avivan un poco. Eduardo se encontró incómo y cohibido. Las mujeres lo miraron, y tuvo la sensación de ser un animal en el mercado, cuando el comprador observa y mentalmetne calcula el peso y las posibilidades de la bestia. Se sintió enrojecer. Una rubia platinada le sonrió, Eduardo puso cara de estúpido.
-Vamos a bailar - dijo la mujer amablemente con cierto acento gutural. Eduardo titubeó un instante y miró a su tío. -Andá, no seas sonso; aprovechá a la buena moza.
Salió a los tropezones. Le parecía ser el mayordomo de la estancia cuando en las fiestas sacaba a su madre a bailar y llevaba las botas puestas. Bailás muy bien- dijo la mujer para romper el hielo, apretándose contra él. Le transpiraban las manos. La rubia acercó su cara a la suya. ""¡Qué papelón!" -pensaba Eduardo-; y ahora , ¿qué tendré que hacer?". Terminó el baile. Como entre sueños volvieron a la mesa. Alberto invitó a la mujer a sentarse y pidió champagne. Cuando lo sirvieron, Eduardo bebió su copa de un trago, casi sin respirar. Sintió que el gas le subía por la garganta; aparetó la boca y le salió por la nariz. Le volvieron a llenar la copa. Esta vez bebió más lentamente. Se sentía animado. "Va a ver la rubia como no me achico; sabrá quién es Eduardo Quesada". Y, optimista, con juvenil petulancia la invitó a bailar. Era un tango lánguido. Habían puesto el cabaret a media luz. La orquesta estaba iluminada por un reflector y las lámparas de las mesas daban una suave luz rosada. El hombre de la orquesta cantaba las desdichas de un amor desgraciado, prendido a un micrófono, cerrando los ojos y ahuecando el pecho para que la voz saliera más baja. Eduardo tenía ganas de reír. La mujer se le pegaba como lapa. "Son pesadas", pensaba el muchacho. Pero en ese momento sintió una extraña vibración. La mujer se apretó aún más y movió la cabeza quedando su boca a la altura de la de Eduardo; la entreabrió y la acercó. Eduardo volvió a la mesa limpiándose los labios con el pañuelo. Se sentía hombre. Creía que había hecho una hazaña besando a un mujer de clase mientras bailaba en el Tabarís. Cuando se sentaron, ella le dijo despacio: -Después te vas conmigo. Eduardo miró a su tío con desesperación. Alberto, divertido, se hacía el desentendido. El muchacho luego sabría que todo había sido combinado de antemano. No guardó un recuerdo agradable de aquel primer encuentro con el amor.
Domingo
Constancio Mattio Nació en el pueblo santafecino Granadero
Baigorria, en 1921. Llegaría a Buenos Aires con la orquesta
rosarina de Abel Bedrune en 1941 para actuar en radio Belgrano … y
decidió quedarse. Así comenzaría su aventura porteña con breves
incursiones en las orquestas de Juan Canaro y de Ángel D’Agostino,
que le sirvieron de preámbulo artístico y adaptación.
Ingresó en la orquesta de
Pichuco por sugerencia de D’Agostino, para ocupar el lugar que dejó
vacante Toto Rodríguez. Formaría en la fila de fueyes con Eduardo
Marino, Alberto García, y los hermanos Marcos y Aníbal Troilo . Y
se adaptaría de tal modo que fue el integrante de la orquesta
que estuvo más años en la misma, desde 1947 hasta mayo de
1975, cuando fallece Troilo. O sea, 28 años en la orquesta
aportando sus capacidades.
Pichuco lo apreció humana
y musicalmente, confiaba en su talento, le cedió varias veces el
primer plano en variaciones y extensiones musicales y éste le
correspondería dedicándole su tango “Pichuqueando” que
sería llevado al disco por la orquesta, el 13 de abril de 1966.
Troilo grabaría otro tema
suyo: “Tallador”, el 10 de octubre de 1969, que también
da gusto escucharlo.
Estuvo prácticamente toda
su carrera musical en la orquesta del Gordo, tuvo algunas ofertas
para formar su propio conjunto, pero se sentía muy a gusto junto a
Pichuco que le dispensaba un aprecio especial, y además se dedicó a
la docencia con mucho éxito ya que por sus clases pasaron alumnos
como Osvaldo Piro, Susana Rattcliff, Nicolás Perrone, Fabio Hager y
muchos otros…
Domingo Mattio con el bandoneón a la derecha de Pichuco
Piro decía al respecto:
“Domingo
Mattio estuvo toda la vida al lado de Troilo como su segundo
bandoneón. Con él estudié y aprendí, pienso que hay cosas que
llegan a tu vida como destino y porque te las da Dios. Mi maestro,
tan íntegro y tan bueno, me hizo participar de los ensayos cuando se
montó la obra “El patio de la Morocha”, de Aníbal Troilo y
Cátulo Castillo...”.
Quizás el éxito más
grande que vivió Mattio junto a Troilo fue precisamente la obra
teatral “El Patio de la Morocha” en 1953. La orquesta
tenía 29 integrantes incluyendo clarinete, oboe, arpa, fagot,
violas, cellos, trompa, trompeta, trombón, flauta, percusionistas.
Y Mattio definiría a
Troilo de manera muy categórica: “Le agregó Sentimiento
a la técnica de otros bandoneonistas”… "Cuando
Troilo, tocaba esos solos en el Tibidabo, con las luces tenues, a
todos los integrantes de la orquesta se nos ponía la piel de
gallina".
Pichuco,
por su parte, me confesó una noche en “Caño 14” que sentía a
Mattio como si fuera parte de su familia.
Podemos escuchar esa
grabación del tango “Pichuqueando”, de Domingo Mattio, por la
orquesta de Anibal Troilo,