HORACIO FERRER, EL CUMPLEAÑOS DEL MAYOR POETA VIVO DEL TANGO
“Hasta los tangos feos son lindos”
Ferrer será homenajeado mañana con un gran festival tanguero en el Teatro
Maipo. “Ser tanguero es una forma de transitar por la existencia, aun sin tocar
un instrumento, sin cantar ni bailar”, afirma el poeta que acaba de cumplir 80
años.
Por Carlos Zito
Este martes 11 de junio, Horacio Ferrer, el mayor poeta vivo del tango, y
presidente de la Academia Nacional del Tango, será objeto de un gran homenaje
en el Teatro Maipo, donde las grandes figuras del género vendrán a saludarlo
por los 80 años que acaba de cumplir. Allí, sus muchos amigos podrán verlo
totalmente repuesto del grave problema de salud que tuvo hace unos meses.
Estarán presentes numerosos artistas que participaron en grabaciones de sus
obras, entre ellos Amelita Baltar, Susana Rinaldi, Leopoldo Federico, Walter
Ríos, Pablo Agri, Karina Beorlegui, César Salgán, Jairo, María Graña, Raúl
Lavié, Raúl Garello, Patricia Barone y Esteban Morgado. El autor de la célebre
“Balada para un loco” es además un erudito del tango y pocos como él pueden
hablar con tanta propiedad y conocimiento directo sobre la música de Buenos
Aires, cuya difusión en todo el mundo es hoy en día aun mayor que cuando
conquistó Europa, a principios del siglo pasado.
Para comenzar, hay que explicar cómo se llega a Horacio Ferrer. Ocurre que
el poeta, como no podía ser de otra forma, vive en una buhardilla, pero situada
en un lugar muy particular: el último piso del hotel más lujoso de Sudamérica,
el Alvear Palace, en plena Recoleta. Así resulta ser –literalmente– su “bulín
de la calle Ayacucho” y su “nido de gorrión”, desde donde mira a Buenos Aires,
y que comparte con su musa inspiradora, su compañera desde hace más de treinta
años, la pintora Lulú Michelli. Con un café de por medio, la entrevista comenzó
con una pregunta tan sencilla como imposible de responder.
–Horacio, ¿qué es el tango?
–Es un conjunto de artes y una manera de ser, de vivir. Ser tanguero es una
forma de transitar por la existencia, aun sin tocar un instrumento, sin cantar
ni bailar. Es una forma de vivir, que mezcla bohemia, trabajo, ilusiones y
formas de amar, y que tiene un lugar importante para la amistad.
–¿Y como género musical?
–El tango es más que una música, es un arte dentro del arte musical. No se
puede componer un tango sin haber vivido ese tipo de existencia, que se hereda
de maestros de hace varias generaciones. Yo me crié con Julio De Caro, con
Pichuco, con Piazzolla, centralmente, pero además fui muy amigo de Homero
Expósito. Con mis amigos, que tanto son arquitectos como vagos soñadores,
convivimos en el tango con toda felicidad: nos gusta escuchar esa música. He
pasado noches enteras con amigos escuchando tangos y desentrañando las
estéticas.
–¿Y si tuviera que escribir una definición para un
diccionario?
–El tango no se puede definir. No responde a una estructura genética
predeterminada, va cambiando con el fraseo, con los que cantan, va cambiando
con los que bailan... Hay algo que es muy importante: el tango es serio, aunque
sean jocosas algunas letras. El tango es serio, tiene mucha humanidad, tiene
mucho ser, mucho ser humano dentro, de todas las especies, épocas, pintas,
alcurnias; es atorrante y ducal.
–El tango del principio no se parecía al que luego
trajo De Caro en los años 1920; y éste tampoco se parecía al de Troilo en los
’40. Después vino Piazzolla y cambió todo. ¿Por qué, sin embargo, no hay dudas
de que todo eso es tango? ¿Qué es lo que hace que sintamos que “hay tango” en
cosas tan distintas?
–Es la esencia existencial del tango, musicalmente por supuesto, la más
consolidada en las artes. Se pueden recitar las letras, pero la música es una
especie de aroma que nos envuelve, que reconocemos como una señal diferente
dentro del mundo de la música. ¡El tango canta, aunque no tenga letras!
(canturrea “La Cachila”). Eso lo envuelve a uno y le duplica lo existencial.
–¿Cómo le explicaría a un músico de Yemen o del Congo
qué es un tango?
–Ya hay una transmisión de generación en generación, y en todos lados saben
qué es el tango. He recorrido el mundo con Gidon Kremer, que no es un músico de
tango, pero sí un genio del violín. Me llevó a recitar “María de Buenos Aires”
por decenas de países. Las giras duraron diez años, de 1997 a 2007. Fue
impresionante. En todos lados, la gente conocía los tangos, los distintos
estilos. Es una música de una universalidad fenomenal.
–Hay quienes sostienen que se trata del fenómeno
cultural, no sólo musical, más importante que dio América latina en el siglo
XX. Por su riqueza, que se ramifica en danza, poesía, moda, lenguaje,
literatura, estéticas plásticas, etc., por su universalidad y su persistencia.
–Sin ninguna duda. No hay nada comparable. El tango no necesita a nadie que
lo defienda. Se ha defendido solo, con su renovación, su capacidad de cautivar
y sus cuatro artes: la música, la danza, el canto y la poesía. El tango tiene
una personalidad tan grande que, como decía Pugliese, ¡hasta los tangos feos
son lindos! “Fumando espero”, por ejemplo, es feísimo.
“Fu-man-do-es-pe-ro-a-la-mu-jer-que-quie-ro...” Le falta gracia, tiene algo de
cuplé, pero aun así tiene algo. Y si lo escuchamos por Di Sarli, ya es otra
cosa.
–Hablando de Di Sarli: después de muchos años parece
que se terminó la estúpida superstición de que traía mala suerte...
–¡Por favor, eso fue pura envidia! Después la ligó el pobre José
Libertella, el gran bandoneonista creador del Sexteto Mayor. La yeta que le
adjudicaban a Di Sarli se la habían trasladado a él. Es obra de envidiosos.
–Ahora, al revés, a otro gran director, Osvaldo
Pugliese, se le atribuye ser un agente de la buena suerte. ¡Hasta existen
estampitas del maestro con una aureola!
–Pugliese es muy querido, y se lo merece. Hay una cosa que siempre digo, y
en la que fui escuchado: la trayectoria completa de la orquesta de Pugliese,
con cuarenta años de evolucionar y de tocar, es mucho más importante para la
música del siglo XX que lo que dejaron Los Beatles, que hicieron siempre lo
mismo. Lo que pasa es que ellos tenían para su difusión la empresa Inglaterra,
y nosotros la empresa Argentina. Es la verdad y nadie, pero nadie, me lo
discute. El trabajo musical de la orquesta de Pugliese fue sencillamente
extraordinario. Vos tomás “El rodeo” y tomás “Yunta de oro”, dos extremos, y
ves que está la orquesta y está el estilo. Pero cómo evolucionó, cómo se
enriqueció la orquesta: es una sinfonía maravillosa. Estaba como primer bandoneón
el Tano (Osvaldo) Ruggiero, al que una vez, en París, le dije que era “el
Pichuco” de la orquesta de Pugliese. ¡Quedó encantado con esa comparación! Y
tuvo violinistas como Enrique Camerano y luego Oscar Herrero (Ferrer tararea el
solo de violín del tango “Chiqué”, y agrega). Camerano tenía esa cosa
agitanada, que después imitó un poco Herrero.
–Uno de los secretos del tango parece estar en su
variedad de estilos.
–El tema de los estilos es el más importante en el tango, musicalmente
hablando. La creación estilística en el tango es impresionante. Los estilos
tienen una personalidad y una grandeza aristocrática. Fresedo, Di Sarli,
D’Arienzo, Canaro, que con cuatro notas hacía su estilo inconfundible. Hay, por
un lado, estilos de solistas, maneras –por ejemplo– de tocar el piano, que a
veces se trasfunde a la orquesta, y por otro lado hay estilos orquestales. La
orquesta de Di Sarli, a pesar de que algunos digan que no estaba escrita, sí lo
estaba, aunque con muy poca cosa, con mucha sencillez, pero con una gran
expresión que venía del piano del director. Toda la orquesta tocaba para el
piano. Yo fui muy amigo de Félix Verdi, que era el primer bandoneón de Di
Sarli, y me decía: “Siempre estaba buscando esos bordoneos, esas
improvisaciones, y cuando se daba cuenta de que lo estábamos mirando, ¡tocaba
en cuatro para disimular!”.
–Parece que nunca dejó que lo filmaran mientras tocaba
el piano.
–Sí, es cierto. Yo no lo conocí personalmente. Fue al único que no llegué a
conocer, porque no se dio la ocasión. Sé que era un tipo muy chinchudo y se
había enemistado con varios de sus músicos, que al final se separaron y
formaron la orquesta Los Señores del Tango. Otros, en cambio, como Tierrita
Guisado (primer violín) y Félix Verdi, lo adoraban. En todo caso, la de Di
Sarli fue una orquesta que influyó hasta en Pugliese. Este me dijo un día algo
que yo transcribí en mi libro, y que lo tengo grabado: “Mi orquesta, mi forma
de tocar proviene melódicamente de Julio De Caro y rítmicamente de Carlos Di
Sarli”. Y como sabemos, él había formado su estilo a partir de Fresedo, al que
admiraba enormemente y tenía como maestro, al punto que le dedicó uno de sus
tangos más bellos, “Milonguero viejo”. Por otra parte, como se nota con “Bahía
Blanca” o “A la gran muñeca”, Di Sarli hizo moldes estilísticos que son
imbatibles. Como Troilo con “Quejas de bandoneón”: se puede decir que ese tango
es de Juan de Dios Filiberto tanto como de Troilo.
–¿Qué es lo que escucha de tango?
–Todo. Muy variado. Pero sobre todo la orquesta de Troilo, que tuvo una
trayectoria impresionante, y también Troilo con la guitarra de Roberto Grela,
que es “encaje de bolillos”, como dicen en España. Para mí, el Gordo fue el más
grande director. El segundo fue Osvaldo Fresedo, por la calidad en la expresión
de lo que está escrito. Fresedo tenía esa dinámica maravillosa del disminuendo
y del crescendo. Troilo es el gran escultor de los sonidos. Empieza con un
pianissimo, la música viene del horizonte y después se acerca y se pone en
primer plano...
–Pero era también una orquesta compadrita, sobre todo
en la época de Fiorentino.
–¡Claro! Troilo y Fiore. Ellos mismos eran compadritos. Y lo era también la
orquesta, efectivamente, porque el tango es compadrito. La esencia humana del
tango es compadrita, como se ve en esa célebre foto de Pugliese apoyado en un
portal de Villa Crespo: es un verdadero compadrito. Yo le dije un día a
Osvaldo: “Usted es un compadrito”. Y me dijo muy decidido: “Sí” (carcajadas).
El tango desde un principio tiene esa esencia. Es el espíritu del compadrito,
que va a matar o a morir; es el hombre de la llanura metido en la ciudad, y que
está siempre alerta, como atravesado permanentemente por una corriente
eléctrica. El compadrito no habla; habla con el cuerpo. Y el andar y el moverse
del compadrito inspiró muchos pasos de baile, por ejemplo, el hecho de que el
hombre dirige a la mujer y que baila siempre avanzando, mirando en torno suyo,
vigilando.
–¿Cuál es el tango que le pone la piel de gallina?
–¡Tantos, tantos, tan hermosos! Recuerdo cuando nos reuníamos con mis
amigos en Montevideo a tomar whisky y a escuchar tangos, a comentarlos...
Apagábamos la luz para escuchar mejor, y me veo oyendo “La mariposa” por
Pugliese, impresionante, o “Nueve puntos” por Di Sarli, que es una sinfonía en
una píldora... Y decíamos: “¡Póngalo otra vez, póngalo otra vez!”.
–¿Tiene un tango preferido?
–No, no tengo un tango preferido*, porque son tantos tan hermosos. Tengo
varios tangos que suelo ir silbando por la calle; lo que pasa es que el tango
es tan variado, que es difícil elegir entre “Responso” y “Flores negras”, los
poemas de Manzi, como “Sur”, o de Cátulo Castillo, como “La última curda”, y
todo lo que escribió Alfredo Le Pera para Gardel es algo fantástico. Yo tuve la
suerte de ser amigo de casi todos, de Cadícamo, de Homero Expósito, de Pichuco,
que era un poeta que en lugar de palabras usaba notas. Yo era un muchacho de 15
años y él me ponía una silla en medio de la orquesta para que disfrutara más...
Pichuco estaba muy contento de que a mí me fuera bien trabajando con Piazzolla,
aunque él me había preparado para que escribiera para él. Pero yo me di cuenta
de que él ya no estaba para componer. Y debuté con Piazzolla con María de
Buenos Aires, una obra de dos horas. No era algo que hubiera podido hacer con Troilo,
que ya estaba medio retirado. Con Piazzolla yo le agregué mi empuje al empuje
que tenía él... ¡Es la pieza argentina más representada en los teatros del
mundo!
–¿Y si tuviéramos que salvar de un cataclismo uno o
varios tangos?
–Yo no pensaría en tangos sino en autores... Cobián, por ejemplo. Ayer
estábamos cantando “Almita herida”... ¡qué maravilla! “Mi refugio”, “Los
mareados”... y Bardi, y Pugliese, que hizo joyas menos conocidas que hay que
escuchar, como “Una vez”. Y Piazzolla, y Pichuco... “Pa’ que bailen los
muchachos” (tararea los primeros compases).
–Esa es una compadrada...
–¡Siiiiiiiiiiií! Ahí la música te dice: “Te voy a decir algo, pero te lo
digo despacito... ¡y no te lo digo del todo!”. Ja, ja, ja...
–¿Cómo ve el panorama del tango joven?
–Maravilloso, hay mujeres y hombres, cantores, muy buenos bailarines y
excelentes músicos, tenemos 40 bandoneonistas jóvenes que la rompen.
–¿El ritmo es el secreto de tango?
–¿De qué ritmo hablamos, del de D’Arienzo, del de Canaro, del de Pugliese?
Es cierto que algunos grupos a veces se escapan de lo que el público entiende
como tango. También ocurrió eso con De Caro. Fijate: una vez fui a un
espectáculo donde se presentaban 40 guitarristas que tocaban todos los géneros,
y le pregunté a uno: “¿Y con el tango cómo andan?”. Y me respondió: “Hasta De
Caro me estiro”. ¿Te das cuenta? (Ríe ruidosamente.)
–Recién mencionaba a Gardel. Si yo pronuncio ese
nombre, ¿qué le evoca?
–¡Dios! (Exclama casi sin dejarme terminar la frase.)
–Caramba, de movida sacó el as de espada... A ver qué
le queda para la segunda. ¿Pichuco?
–¡El suplente de Dios! (Explota en carcajadas.)
–¿Pugliese?
–El Stravinsky del tango.
–¿Salgán?
–Un distinto a todos.
–¿Di Sarli?
–El milonguerismo hecho materia.
–¿Piazzolla?
–Un hermano, genial.
(Publicado en Página 12, el 11 de junio de 2013)