Esta nota la publiqué en el año 2008, en una web, a solicitud de un gran Tanguero: José Pedro Aresi. Hoy la traigo al Blog para contribuir a desenredar la madeja tejida sobre el presunto Gardel uruguayo y su nacimiento en Tacuarembó, algo que jamás dijo en vida el gran cantor nacido en Francia y naturalizado argentino, como dejó sentado en su Testamento ológrafo.
-Se ha
dicho y escrito tanto sobre Carlos Gardel, que uno se siente un pigmeo ante la
documentación e investigación exhaustiva de numerosa gente capacitada sobre las
peripecias, del más grande cantor que diera el tango. El mismo que inventó la
forma de interpretarlo.
La obra
de Julián y Osvaldo Barsky es como un gran colofón a tanto derroche de
tipografía, pero siempre habrá alguien capaz de buscarle un ángulo distinto a
la melopea de investigación y anecdotario que también pueblan mi biblioteca y
discoteca, porque desde pequeño me atrajo su figura y su canto.
Con mi
hermano intentábamos pescar alguna radio uruguaya que a todas horas ofrecían
grabaciones del Morocho y encontrábamos en el dificultoso dial los primeros
temas gardelianos cuando cantaba con la escoba del Negro Ricardo y nos
deleitábamos con esa voz que subía allá arriba, donde parecía que iba a
quebrarse. Antes de que encontrase el modus definitivo del tango y se transformara en
el astro internacional con los temas de sus películas.
Charlando con los amigos, de repente nos encontramos que también uno ha seguido
la ruta de sus andanzas. Ha conocido gente que frecuentó la amistad de Gardel y
nos dejó anécdotas suyas poco difundidas: Alfredo Gobbi, Horacio Pettorosi,
Azucena Maizani, Mauricio De Vinnent, José Plaja, Francisco García Jiménez,
Antonio Rodio, Julio De Caro, Pedro Quartucci, Tito Lusiardo, Salvador Pizarro y Alfredo Bigeschi, mi compañero de redacción en La Razón.
Recorrí
varias casas de Medellín donde se guardaban recortes de prensa del fatal
accidente aéreo y me contaron historias que se iban transmitiendo de boca en
boca porque en toda Colombia, pero especialmente en dicha ciudad, había un
sentimiento de fervor y cariño hacia nuestro Zorzal.
En el
aeropuerto antioqueño –donde rato más tarde estuvimos a punto de hacernos bolsa
con la delegación del Racing Club- vimos infinidad de placas que lo recuerdan.
Sin pensarlo quizás, acumulé recortes, libros, fotos, historias y por supuesto
he hablado en radio y he escrito en prensa sobre Gardel. Y hoy me siento
obligado a contribuir a esta mega historia poniendo mi granito de arena en la
espesa bibliografía.
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Tocando el llamador de la casa natal. 1981 |
I ) Estuve en Toulouse. Tuve la suerte de sacarme una foto en el Hospice
donde naciera el 11 de diciembre de 1890, en la Rue Reclusanne nº
78, justo antes que lo demolieran. Visité la casa donde vivió hasta los 2
años, en Canon d’Arcole nº4 y por casualidad parlotée un rato con un señor De la Mata que vivía en el primer
piso y que por supuesto, su apellido me era familiar por el genial gambeteador
rosarino apodado Capote. Me contó que intrigado por las visitas y los
comentarios, había conversado con algunas personas y periodistas que venían a
indagar datos y como le habían regalado discos del cantor, se había
entusiasmado con nuestro juglar y le encantaba. Estuve en el Registro Civil de
Toulouse, comprobé su partida de nacimiento y los amables empleados del mismo
también me hablaron de su orgullo por el paisano que había triunfado tan lejos
de su patria.
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Con mi hija en el Hopsital tolosano donde nació |
II
) Mi compañero Esteban Peicovich estuvo en La Bisbal, un pueblo
gerundense de Cataluña y entrevistó a José Plaja, una especie de
secretario-ayudante-traductor de Gardel en Nueva York contratado expresamente
para tal
función por Éxito Productions, que estuvo en el avión fatídico. Una semana
santa que nos fuimos con la familia por la Costa Brava,
atravesamos ese rincón de L’Empordá especialista en cerámicas y bombones y me
picó la curiosidad, tenía su dirección y me largué hasta su casa.
El
incendio del aparato lo agarró tirado en el pasillo de costado por lo que no se
quemó uniformemente, y de allí cayó a la pista donde un operario del aeropuerto
lo roció con un extintor salvándole la vida. Su hermano lo llevó al Medical
Center de Nueva York y debieron amputarle los dedos de ambos manos, debido a lo lo cual
tenía dos muñones y un rostro cruelmente deformado por las
quemaduras. Me dijo que Gardel trataba a todos con gran respeto, que era
cariñoso pero que en los momentos previos a los vuelos cambiaba
repentinamente el humor y se ponía muy nervioso e irritable. También deslizó
algunas anécdotas y me contó que todas las fotos y recuerdos que tenía del
cantor se los había ido regalando a Roque Olsen, un futbolista entrerriano que
luego de jugar en Tigre y Racing emigró a España, integró el Real Madrid junto
a Di Stéfano y fue entrenador de muchos equipos. En un hotel de Sevilla charlé
un día con él y me dijo que efectivamente, cada vez que estaba cerca de Gerona,
se pasaba por la casa de Plaja y éste le regalaba fotos y objetos. Los tenía
guardados en un baúl y se iba a poner a buscarlos. Lamentablemente falleció en
1992 y no pude orejear aquellos recuerdos.
III )
En una oportunidad que cubríamos una gira de la Selección por varios
países de América, en 1968, veníamos de despachar nuestros telex a los
respectivos medios, juntamente con Vega Onesime, Proietto y Ruprecht, colegas
de otros medios con los cuales compartíamos una suite en el Hotel el Conde de
Caracas, y paramos a tomar algo en un bar pequeño, tipo Copetín al paso.
Estábamos departiendo y se nos acercó un señor mayor de traje negro, sombrero
gris, narigón, de voz ronca y aspecto entre Jimmy Durante y George Raft. Nos
preguntó si éramos argentinos, -algo evidente-, y se presentó: Era compatriota
y el Jefe de la Sección
carreras del Diario El Nacional de Caracas. Había trabajado en carreras en
Crítica y llevaba años en Venezuela. No recuerdo su nombre pero lo
publiqué en La Razón
entonces. Al final me quedé dialogando con él porque en la conversación comentó
que había sido quien había organizado la gira de Gardel por Venezuela, previo a
la de Colombia. Me aportó algunos detalles sobre su respeto reverencial hacia
el público, el asedio impresionante de sus fans y las mujeres y la invitación
del presidente Juan Gómez que lo contrató para cantar en su residencia.
IV
) Estábamos en el bar “Ricardito” de Mar del Plata, con el pelado Costa,
integrante de una tertulia futbolera que teníamos los lunes en los baños turcos
Colmegna, y Adolfo Pedernera. Costa nos presentó a Horacio Pettorosi que vivía
allí, ya retirado y se agregó a la rueda. Mientras despachábamos los aperitivos
y los variados platitos marca de la casa nos fue desgranando recuerdos
gardelianos. “No era minero, -decía refiriéndose a las mujeres que se le
atribuyeron- Lo justo para cubrir las necesidades…, en cambio era muy
“escolaseador”. Le gustaba jugar a todo, especialmente las carreras y a veces
teníamos problemas para cobrar y se atrasaba. Pero nunca nos dejó colgados, al
final cumplía siempre…” Nos contó que cuando compusieron entre ambos y Le Pera:
“Silencio”, discutieron bastante sobre algunas partes del tema y que en los
primeros ensayos Gardel se emocionaba y tenía que parar, porque el tema lo
afectaba mucho. Un día lo ensayaron delante de Cadícamo en la casa de Gardel,
-donde Enrique había ido a hacer unos retoques a “Criollita de mis
ensueños”-. y también diría éste que el tema le puso la piel de gallina.
Y Pettorosi nos contó esa historia de que la música de Bandoneón arrabalero era
suya y que se la había vendido en París a Juan D’ambroggio, “Bachicha” por unos
francos que necesitaba para pagarse el viaje de regreso a Buenos Aires.
V ) Alfredo Gobbi me vareó tempranamente a su lado y con él aprendí
muchas cosas y supe de situaciones, anécdotas y comentarios sobre el Morocho,
que grabó 5 obras de su padre. Cuando Alfredo Gobbi (p) le ofreció su vals La
entrerriana, Gardel iba a ensayarlo a casa del músico, cantor y animador
uruguayo. Alfredito, con 15 años, lo acompañaba al piano en esas pruebas
y me recordaba que el cantor le decía: “Sos francesito como yo y estás
metido desde pibe en el tango. Vas a llegar lejos con semejantes viejos que
tenés y tanto talento en el marote…”. Por entonces no estaba en auge la
polémica sobre el origen de Gardel y esos comentarios no llamaban la atención
de nadie, aunque en Uruguay se estaba fraguando el novelón que daría origen a un
libelo firmado por el argentino Horacio Vázquez Rial en forma de libro hace 3 o
4 años. En el mismo, escrito de apuro e impreso en cuerpo 20 para llenar
páginas, dado que el sujeto no tenía documentación ni elementos serios, denigra
a mucha gente amiga de Gardel y termina desbarrando de manera lamentable
haciéndole un flaco favor al cantor y al tango. Y obligando a poner
entrecomillado su oficio de “escritor”.
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Avlis (izq), Vardaro y Antonio Bouza |
VI
) Y el inventor de toda esta ficción sobre el presunto origen uruguayo de
Carlos Gardel, se llamaba Erasmo Silva Cabrera que firmaba con las letras de su
apellido invertidas: Avlis. Viajé innumerables veces a Montevideo, por mi
cuenta y profesionalmente. Una mañana estaba en una librería céntrica donde
compré el Informe sobre Gardel, de Federico Silva que me pareció muy
interesante y el primer libro de poemas de Horacio Ferrer: Romancero
canyengue. También hojeé Gardel oriental – Alegato por la verdad, de
Silva Cabrera. Lo estuve repasando y pensé que era una novela como había hecho
César tiempo con Así quería Gardel. Lo vi como una ficción rocambolesca
y lo descarté. En el año 67, con ocasión de jugarse el Sudamericano de fútbol
en Montevideo, usábamos allí la redacción del flamante diario BP Color, al
frente de cuya Secretaría de redacción estaba el recordado Edgardo Sajón,
secuestrado y muerto por los militares argentinos años más tarde. Y uno de los
propietarios era el pintoresco Bernardo Larre Borges, militar sui géneris,
entrenador de básquet y periodista. Un tipo sensacional que nos dejaba las
puertas del diario abiertas de par en par, esperaba con Sajón a que
termináramos de mandar las crónicas y se venían a cenar de madrugada con
nosotros a una parrilla del parque Rodó. Una mañana fuimos con Bernardo (su
hijo estuvo preso por presunto tupamaro y cuando pudo sacarlo de la cárcel lo
despachó a España y me lo recomendó especialmente) al café “Sorocabana” de la Plaza Independencia,
frente al Palacio Salvo. Saludó a medio mundo y me presentó a 3 periodistas de
El País. Uno de ellos era Erasmo Silva Cabrera. Le recordé su tango Esta
noche en Buenos Aires, con música de Angel D’Agostino y Eduardo del Piano
que grabó la orquesta del pianista con la voz de Angelito Vargas y que siempre
me encantó. Uno de sus compañeros me conocía de vista porque hacía también
fútbol y luego se acercó a nuestra mesa. Y de pura casualidad salió la
conversación sobre Gardel y se entraron a comentar pormenores de la historia
del Gardel uruguayo, aunque insisto en que no existía la fiebre actual. Este
hombre nos contó brevemente el invento. El propietario del Diario El País
Enrique Scwank cambiando impresiones con Silva, hablando del pasaporte uruguayo
del cantor y del fervor oriental por Gardel le dijo a Avlis si no se animaba a
escribir un par de notas sobre el tema.
Este dijo que sí y se mandó dos
espiches que causaron
gran impacto. Y como esas telenovelas o radioteatros que se alargan o achican
según la audiencia, tuvo que empezar a estirarlas y lógicamente a fabular
porque no tenía argumentos para ensanchar la historia. Tampoco había sido ése
el objetivo inicial sino simplemente crear un estado de duda, dejar flotando la
teoría del Gardel oriental y vender ejemplares. El hecho rebasó las previsiones
y Silva tuvo que echar mano de una imaginación caribeña tipo Macondo para
enganchar personajes de todo tipo y entramarlos en forma inverosímil. Le fue
tan bien con el invento que el mismo periódico utilizó aquellos artículos para
editarlos en forma de libro. Y de esa forma nació el cómic que en los últimos
tiempos ha sido desenterrado por gente interesada en vivir del cuento del
Gardel oriental y de otra de buena fe que se lo cree. Así de simple.
VII
) Coco D’Agostino era compañero mío y compinche noctámbulo en el
diario La Razón. Hacía
la última página sobre el espectáculo junto a Toni y Formento. A veces lo venía
a buscar su tío: Ángel D’Agostino con su pinta bacana y sombrerito de pluma
incluida, a la salida del Diario y cuando yo podía les hacía compañía.
Caminábamos
por Florida o nos quedábamos en La
Victoria de Avenida de Mayo y Piedras a tomar una sidra
helada de barril con “amaretis”.
Una
noche le hablé al tío Ángel de Avlis y me respondió riendo:
- Buena
gente, pero sanatero, con esa historia de Gardel… –
- ¿Es
un invento, ¿nó? , insistí yo recordando las referencias del “Sorocabana”. Y él
con la seguridad que da el conocimiento de la cosa, agregó:
-Sanatas…
- y le quitó trascendencia, moviendo la mano como espantando moscas.
En ese
momento, no pudimos imaginar la cola que traería luego este asunto.
José María
Otero
(La palabra porteña: Sanata, define un palabrerío sin fundamento)