sábado, 29 de noviembre de 2014

BIEN MILONGA


Ahora también bailamos Tango los martes, porque la vida es una milonga.



                              



Le  tiran las milongas

(Tango)

Se empilchaba despacio, casi lerdo,
y enfilaba silbando para afuera,
la milonga se abría en su recuerdo                                  
Petróleo milongueando
y era el espacio de su pasión tanguera.
Destacaba imponente su figura
entre pibes de arito y pelo atado,
las mujeres confiaban su cintura
a su abrazo seductor de bailarín trajeado.

Y él llega cada noche
con paso bien sensual,
se marca un dos por cuatro
mirando de costado
y asoma de un pasado
sonriente y fraternal.

Le tiran las milongas
fraternas y canyengues
él sabe que aunque el mundo
haya cambiado tanto
le queda mucho tango
aún para bailar.

El final le llegó sin previo aviso,
con rutina cobarde y mano lenta,
se murió una mañana sin permiso,
recordando a un mujer y a Troilo del cuarenta.
Sin embargo la vida no hizo caso
a la muerte que todo lo desea,
los muchachos todavía le abren paso
y las pibas hacen pista, cuando él las cabecea.

Letra: Raimundo Rosales
Música: José Teixidó.


viernes, 28 de noviembre de 2014

Mis historias con Gardel

Esta nota la publiqué en el año 2008, en una web, a solicitud de un gran Tanguero: José Pedro Aresi. Hoy la traigo al Blog para contribuir a desenredar la madeja tejida sobre el presunto Gardel uruguayo y su nacimiento en Tacuarembó, algo que jamás dijo en vida el gran cantor nacido en Francia y naturalizado argentino, como dejó sentado en su Testamento ológrafo.

                                         



-Se ha dicho y escrito tanto sobre Carlos Gardel, que uno se siente un pigmeo ante la documentación e investigación exhaustiva de numerosa gente capacitada sobre las peripecias, del más grande cantor que diera el tango. El mismo que inventó la forma de interpretarlo.  
La obra de Julián y Osvaldo Barsky es como un gran colofón a tanto derroche de tipografía, pero siempre habrá alguien capaz de buscarle un ángulo distinto a la melopea de investigación y anecdotario que también pueblan mi biblioteca y discoteca,  porque desde pequeño me atrajo su figura y su canto.  
Con mi hermano intentábamos pescar alguna radio uruguaya que a todas horas ofrecían grabaciones del Morocho y encontrábamos en el dificultoso dial los primeros temas gardelianos cuando cantaba con la escoba del Negro Ricardo y nos deleitábamos con esa voz que subía allá arriba, donde parecía que iba a quebrarse. Antes de que encontrase el modus definitivo del tango y se transformara en el astro internacional con los temas de sus películas.  
    Charlando con los amigos, de repente nos encontramos que también uno ha seguido la ruta de sus andanzas. Ha conocido gente que frecuentó la amistad de Gardel y nos dejó anécdotas suyas poco difundidas: Alfredo Gobbi, Horacio Pettorosi, Azucena Maizani, Mauricio De Vinnent, José Plaja, Francisco García Jiménez, Antonio Rodio, Julio De Caro, Pedro Quartucci, Tito Lusiardo, Salvador Pizarro y Alfredo Bigeschi, mi compañero de redacción en La Razón.  
Recorrí varias casas de Medellín donde se guardaban recortes de prensa del fatal accidente aéreo y me contaron historias que se iban transmitiendo de boca en boca porque en toda Colombia, pero especialmente en dicha ciudad, había un sentimiento de fervor y cariño hacia nuestro Zorzal.  
En el aeropuerto antioqueño –donde rato más tarde estuvimos a punto de hacernos bolsa con la delegación del Racing Club- vimos infinidad de placas que lo recuerdan. Sin pensarlo quizás, acumulé recortes, libros, fotos, historias y por supuesto he hablado en radio y he escrito en prensa sobre Gardel. Y hoy  me siento obligado a contribuir a esta mega historia poniendo mi granito de arena en la espesa bibliografía. 


                                                          
Tocando el llamador de la casa natal. 1981 

 I )   Estuve en Toulouse. Tuve la suerte de sacarme una foto en el Hospice donde naciera el 11 de diciembre de 1890, en la Rue Reclusanne nº 78,  justo antes que lo demolieran. Visité la casa donde vivió hasta los 2 años, en Canon d’Arcole nº4 y por casualidad parlotée un rato con un señor De la Mata que vivía en el primer piso y que por supuesto, su apellido me era familiar por el genial gambeteador rosarino apodado Capote. Me contó que intrigado por las visitas y los comentarios, había conversado con algunas personas y periodistas que venían a indagar datos y como le habían regalado discos del cantor, se había entusiasmado con nuestro juglar y le encantaba. Estuve en el Registro Civil de Toulouse, comprobé su partida de nacimiento y los amables empleados del mismo también me hablaron de su orgullo por el paisano que había triunfado tan lejos de su patria. 

                                                      
                                                   
Con mi hija en el Hopsital tolosano donde nació
                                  
 II )  Mi compañero Esteban Peicovich estuvo en La Bisbal, un pueblo gerundense de Cataluña y entrevistó a José Plaja, una especie de secretario-ayudante-traductor de Gardel en Nueva York contratado expresamente para tal función por Éxito Productions, que estuvo en el avión fatídico. Una semana santa que nos fuimos con la familia por la Costa Brava, atravesamos ese rincón de L’Empordá especialista en cerámicas y bombones y me picó la curiosidad, tenía su dirección y me largué hasta su casa.  
El incendio del aparato lo agarró tirado en el pasillo de costado por lo que no se quemó uniformemente, y de allí cayó a la pista donde un operario del aeropuerto lo roció con un extintor salvándole la vida. Su hermano lo llevó al Medical Center de Nueva York y debieron amputarle los dedos de ambos manos, debido a lo lo cual tenía dos muñones y  un rostro cruelmente deformado por las quemaduras.  Me dijo que Gardel trataba a todos con gran respeto, que era cariñoso pero  que en los momentos previos a los vuelos cambiaba repentinamente el humor y se ponía muy nervioso e irritable. También deslizó algunas anécdotas y me contó que todas las fotos y recuerdos que tenía del cantor se los había ido regalando a Roque Olsen, un futbolista entrerriano que luego de jugar en Tigre y Racing emigró a España, integró el Real Madrid junto a Di Stéfano y fue entrenador de muchos equipos. En un hotel de Sevilla charlé un día con él y me dijo que efectivamente, cada vez que estaba cerca de Gerona, se pasaba por la casa de Plaja y éste le regalaba fotos y objetos. Los tenía guardados en un baúl y se iba a poner a buscarlos. Lamentablemente falleció en 1992 y no pude orejear aquellos recuerdos.    


                                         


III ) En una oportunidad que cubríamos una gira de la Selección por varios países de América, en 1968,  veníamos de despachar nuestros telex a los respectivos medios, juntamente con Vega Onesime, Proietto y Ruprecht, colegas de otros medios con los cuales compartíamos una suite en el Hotel el Conde de Caracas, y paramos a tomar algo en un bar pequeño, tipo Copetín al paso. Estábamos departiendo y se nos acercó un señor mayor de traje negro, sombrero gris, narigón, de voz ronca y aspecto entre Jimmy Durante y George Raft. Nos preguntó si éramos argentinos, -algo evidente-, y se presentó: Era compatriota y  el Jefe de la Sección carreras del Diario El Nacional de Caracas. Había trabajado en carreras en Crítica y llevaba años en Venezuela. No recuerdo su nombre pero lo  publiqué en La Razón entonces. Al final me quedé dialogando con él porque en la conversación comentó que había sido quien había organizado la gira de Gardel por Venezuela, previo a la de Colombia. Me aportó algunos detalles sobre su respeto reverencial hacia el público, el asedio impresionante de sus fans y las mujeres y la invitación del presidente Juan Gómez que lo contrató  para cantar en su residencia.  
  
IV ) Estábamos en el bar “Ricardito” de Mar del Plata, con el pelado Costa, integrante de una tertulia futbolera que teníamos los lunes en los baños turcos Colmegna, y Adolfo Pedernera. Costa nos presentó a Horacio Pettorosi que vivía allí, ya retirado y se agregó a la rueda. Mientras despachábamos los aperitivos y los variados platitos marca de la casa nos fue desgranando recuerdos gardelianos. “No era minero, -decía refiriéndose a las mujeres que se le atribuyeron- Lo justo para cubrir las necesidades…, en cambio era muy “escolaseador”. Le gustaba jugar a todo, especialmente las carreras y a veces teníamos problemas para cobrar y se atrasaba. Pero nunca nos dejó colgados, al final cumplía siempre…” Nos contó que cuando compusieron entre ambos y Le Pera: “Silencio”, discutieron bastante sobre algunas partes del tema y que en los primeros ensayos Gardel se emocionaba y tenía que parar, porque el tema lo afectaba mucho. Un día lo ensayaron delante de Cadícamo en la casa de Gardel, -donde Enrique había ido a hacer unos retoques a “Criollita de mis ensueños”-.  y también diría éste que el tema le puso la piel de gallina. Y Pettorosi nos contó esa historia de que la música de Bandoneón arrabalero era suya y que se la había vendido en París a Juan D’ambroggio, “Bachicha” por unos francos que necesitaba para pagarse el viaje de regreso a Buenos Aires. 
  
V )  Alfredo Gobbi me vareó tempranamente a su lado y con él aprendí muchas cosas y supe de situaciones, anécdotas y comentarios sobre el Morocho, que grabó 5 obras de su padre. Cuando Alfredo Gobbi (p) le ofreció su vals La entrerriana, Gardel iba a ensayarlo a casa del músico, cantor y animador uruguayo. Alfredito, con 15 años,  lo acompañaba al piano en esas pruebas y me recordaba que el cantor le decía: “Sos francesito como yo y estás metido desde pibe en el tango. Vas a llegar lejos con semejantes viejos que tenés y tanto talento en el marote…”. Por entonces no estaba en auge la polémica sobre el origen de Gardel y esos comentarios no llamaban la atención de nadie, aunque en Uruguay se estaba fraguando el novelón que daría origen a un libelo firmado por el argentino Horacio Vázquez Rial en forma de libro hace 3 o 4 años. En el mismo, escrito de apuro e impreso  en cuerpo 20 para llenar páginas, dado que el sujeto no tenía documentación ni elementos serios, denigra a mucha gente amiga de Gardel y termina desbarrando de manera lamentable haciéndole un flaco favor al cantor y al tango. Y obligando a poner entrecomillado su oficio de “escritor”. 

                                       
Avlis (izq), Vardaro y Antonio Bouza

VI ) Y el inventor de toda esta ficción sobre el presunto origen uruguayo de Carlos Gardel, se llamaba Erasmo Silva Cabrera que firmaba con las letras de su apellido invertidas: Avlis. Viajé innumerables veces a Montevideo, por mi cuenta y profesionalmente. Una mañana estaba en una librería céntrica donde compré el Informe sobre Gardel, de Federico Silva que me pareció muy interesante y el primer libro de poemas de Horacio Ferrer: Romancero canyengue. También hojeé Gardel oriental – Alegato por la verdad, de Silva Cabrera. Lo estuve repasando y pensé que era una novela como había hecho César tiempo con Así quería Gardel. Lo vi como una ficción rocambolesca y lo descarté. En el año 67, con ocasión de jugarse el Sudamericano de fútbol en Montevideo, usábamos allí la redacción del flamante diario BP Color, al frente de cuya Secretaría de redacción estaba el recordado Edgardo Sajón, secuestrado y muerto por los militares argentinos años más tarde. Y uno de los propietarios era el pintoresco Bernardo Larre Borges, militar sui géneris, entrenador de básquet y periodista. Un tipo sensacional que nos dejaba las puertas del diario abiertas de par en par, esperaba con Sajón a que termináramos de mandar las crónicas y se venían a cenar de madrugada con nosotros a una parrilla del parque Rodó. Una mañana fuimos con Bernardo (su hijo estuvo preso por presunto tupamaro y cuando pudo sacarlo de la cárcel lo despachó a España y me lo recomendó especialmente) al café “Sorocabana” de la Plaza Independencia, frente al Palacio Salvo. Saludó a medio mundo y me presentó a 3 periodistas de El País. Uno de ellos era Erasmo Silva Cabrera. Le recordé su tango Esta noche en Buenos Aires, con música de Angel D’Agostino y Eduardo del Piano que grabó la orquesta del pianista con la voz de Angelito Vargas y que siempre me encantó. Uno de sus compañeros me conocía de vista porque hacía también fútbol y luego se acercó a nuestra mesa. Y de pura casualidad salió la conversación sobre Gardel y se entraron a comentar pormenores de la historia del Gardel uruguayo, aunque insisto en que no existía la fiebre actual. Este hombre nos contó brevemente el invento. El propietario del Diario El País Enrique Scwank cambiando impresiones con Silva, hablando del pasaporte uruguayo del cantor y del fervor oriental por Gardel le dijo a Avlis si no se animaba a escribir un par de notas sobre el tema. 

                                                     

                                              
Este dijo que sí y se mandó dos espiches que causaron gran impacto. Y como esas telenovelas o radioteatros que se alargan o achican según la audiencia, tuvo que empezar a estirarlas y lógicamente a fabular porque no tenía argumentos para ensanchar la historia. Tampoco había sido ése el objetivo inicial sino simplemente crear un estado de duda, dejar flotando la teoría del Gardel oriental y vender ejemplares. El hecho rebasó las previsiones y Silva tuvo que echar mano de una imaginación caribeña tipo Macondo para enganchar personajes de todo tipo y entramarlos en forma inverosímil. Le fue tan bien con el invento que el mismo periódico utilizó aquellos artículos para editarlos en forma de libro. Y de esa forma nació el cómic que en los últimos tiempos ha sido desenterrado por gente interesada en vivir del cuento del Gardel oriental y de otra de buena fe que se lo cree. Así de simple. 


VII )   Coco D’Agostino era compañero mío y compinche noctámbulo en el diario La Razón. Hacía la última página sobre el espectáculo junto a Toni y Formento. A veces lo venía a buscar su tío: Ángel D’Agostino con su pinta bacana y sombrerito de pluma incluida, a la salida del Diario y cuando yo podía  les hacía compañía.  
Caminábamos por Florida o nos quedábamos en La Victoria de Avenida de Mayo y Piedras a tomar una sidra helada de barril con “amaretis”.  
Una noche le hablé al tío Ángel de Avlis y me respondió riendo: 
- Buena gente, pero sanatero, con esa historia de Gardel… –  
- ¿Es un invento, ¿nó? , insistí yo recordando las referencias del “Sorocabana”. Y él con la seguridad que da el conocimiento de la cosa, agregó:
-Sanatas… - y le quitó trascendencia, moviendo la mano como espantando moscas. 
En ese momento, no pudimos imaginar la cola que traería luego este asunto.  
                                                                      
                                                                                  José María Otero

(La palabra porteña: Sanata, define un palabrerío sin fundamento) 

jueves, 27 de noviembre de 2014

Alfredo Attadia

Excelente bandoneonista, notable fraseador que me viene constantemente al recuerdo cuando escucho las variaciones que realiza en el tangazo que compuso con Angel D'Agostino y Enrique Cadícamo: Tres esquinas, para la inmortalidad de Angelito Vargas en todas las milongas del mundo. Su fueye ornamenta todo el tango pero al terminar Vargas la segunda parte, emerge porteñazo y floreado el fueye de este hombre de San Martín, en la provincia de Buenos Aires.

En las muchas conversaciones que tuve con Ángel D´Agostino, cuando él hablaba de Attadia, ponía un gesto de rabia. Después me hablaba de él como músico y alababa lo que había hecho en su orquesta, como bandoneonista y arreglador. Precisamente en Tres esquinas, mostró su capacidad en tal sentido y entre todos dejaron esa obrita imprescindible. Pero cuando se fue de su orquesta junto con Ángel Vargas quedó entre ambos una herida,  pese a que Vargas volvería al poco tiempo.

Alfredo Adolfo Attadia
                                      
Lo conocí en Venezuela, donde yo había ido con la Selección Argentina y me lo presentó mi  amigo Eduardo Reina, que estaba radicado en Caracas con su agencia de publicidad y producciones de televisión. Precismente Reina sería padrino de un programa que tuve cuando arrancó Canal 11. Attadía fue otro de los tantos exiliados a la caída del peronismo, y aunque estaba cómodo en Venezuela y se desplazaba a Colombia, Ecuador, Aruba y otros lugares con su conjunto, extrañaba Buenos Aires y sobre todo aquel hermoso ambiente de los años cuarenta y principios del cincuenta.

Me hablaba de San Andrés, donde se crió, con sus calles de tierra, las higueras vecinas donde robaban higos con los chicos del barrio, y cómo se decidió por la música, cuando los compañeros se dedicaban a distintos juegos. Hijo de italianos inmigrantes, su padre manejaba una verdulera, con la cual, solía tocar canciones de su lejano paese. El pequeño Alfredo supo incursionar con ella y Agustín Dellafranca le dió las primeras clases en el bandoneón usado, que le compraría su progenitor.

                             


Debutaría en una confitería de la zona con una orquesta de señoritas y eso lo recordarían con Aníbal Troilo, cuando coincidieron de jovencitos en el Sexteto de Alfredo Gobbi, en el Café Buen Orden, de Brasil y Bernardo de Irigoyen y el cine Garay,  porque Pichuco había vivido una experiencia similar. Y de aquel dúo de fueyes recordaba que se veía el futuro de Pichuco, por la suavidad que tenía al tocar y el sentimiento que ponía. También hablaba maravillas de Gobbi.

En el currículo de Attadia, el bandoneón de oro, como le bautizó Armando Baliotti, con quien estuvo breve tiempo en su orquesta, figura su paso por las orquestas de Alberto Pugliese, Ricardo Malerba, amén de la que  formó con Alfredo de Angelis para unas actuaciones, y otras, antes de arribar a la de Rodolfo Biagi como primer bandoneón y arreglador. En este rubro, recordaba "Le quería bajar un poco la preeminencia del piano y darle más aire al conjunto, pero la gente lo seguía a él".

                                         


La llamada de Ángel D'Agostino supuso un antes y un después. "Me gustaba el tono milonguero que tenía la orquesta. Además D'Agostino sabía repartir juego para que luciera el conjunto, y sobre todo la presencia de Vargas fue fundamental. Un cantor de época. Una voz hermosa para el tango y fraseadora como un fueye. La orquesta tenía mucha fuerza y seguidores".

Y al fin su etapa de director con buenos resultados. "Estuvimos en el Chantecler, en Radios El Mundo y Belgrano, En el Cabaret Ocean, el Moulin Rouge, en bailes, en Montevideo. Yo estaba muy identificado con el peronismo y cuando llegó el golpe del 55 tuve que salir carpiendo. Al general lo encontré luego en Caracas y compartí buenos ratos con él y con Agustín Irusta a quien acompañé muchas veces y con quien hicimos algunos temas.. Después me fui quedando...y acá estoy".

Armando Moreno con Alfredo Attadia
"Tuve buenos cantores: Armando Moreno, con quien grabé mi tango El yacaré, con letra de Mario Soto, que era el presentador de Pugliese. D'Agostino-Vargas lo dejaron grabado en 1942. También estuvieron Enzo Valentino, Héctor Pacheco, Jorge Beiró". De todos los tangos que había compuesto, el corazón se lo había ganado precisamente Tres esquinas, pero El Yacaré le dejó un buen legado..

Pero en su haber de compositor, creó también temas de largo recorrido como: Hay que vivirla compadre, Todo terminó, Y te dejé partir, El cocherito, El Negro pintos, Cantando olvidaré, Entre copa y copa, Mi fueye cincuentón, Ábranse las pulperías, As de copas, Compadreando, Racial, Todo terminó.

                                                   


Fallecería en Caracas en 1982 y escuchamos a la orquesta de Alfredo Adolfo Attadia en el tango de José María Rizzuti, El cisne, grabado el 12 de marzo de 1953. Y con Armando Moreno, cantando su tema en colaboración con Mario Soto: El yacaré, en homenaje al jockey correntino: Elías Antúnez. Lo dejaron en la placa impresa el 29 de octubre de 1951.

23- El cisne - Alfredo Attadia

09- El yacaré- Alfredo Attadia-Armando Moreno